La filosofía de Xavier Zubiri y 2
Las notas meramente constitucionales de un sistema, enseña Zubiri, son fundadas, tienen su fundamento en otras más radicalmente situadas en la realidad de la cosa a que pertenecen. El albinismo, por ejemplo, es una nota que pertenece a la constitución del individuo albino; pero lo es fundándose en otra más radical, una determinada estructura génica y molecular. Pues bien: entre las notas constitucionales, hay algunas que en el estado actual de nuestros conocimientos se nos muestran como infundadas, en cuanto que no parecen derivar de otras, y como fundantes, en cuanto que a otras dan fundamento. Además de constitucionales, tales notas son constitutivas o esenciales, porque ellas son las que determinan la estructura entera del sistema constitucional. Tras haber descrito las notas meramente constitucionales de la obra filosófica de Zubiri -la autenticidad, la integridad y la precisión-, se trata ahora de saber cuáles son en esa obra, considerada como compleja unidad sistemática, sus notas esenciales o constitutivas.Dos veo yo en primer término: la actualidad (su modo de ser actual) y la fundamentalidad (su modo de buscar fundamento y de atenerse a él).
La actualidad de la obra filosófica de Zubiri no consiste, por supuesto, en un mero « estar al día». Tan no consiste en ello que algunos filosofantes -aquellos para los cuales la actualidad del pensamiento filosófico sólo se halla hoy integrada por el análisis lógico, el marxismo, el estructuralismo, la crítica, cierto existencialismo más o menos freudiano y el no va más de «la muerte de la filosofía»- seguramente afirmarán que el pensamiento filosófico de Zubiri no es actual, es de nuestro tiempo, el sisdades más up-to-the-minute del mercado intelectual. No es esta la actualidad de que hablo ahora, aunque tampoco quiera excluirla, porque también en este sentido es actual, es de nuestro tiempo el sistema filosófico zubiriano. La esencial actualidad de esta filosofía, su actuosidad, diría tal vez el propio Zubirí, le viene de ser «hoy» y «en acto» la forma personal o zubiriana de una tradición que arranca en Anaximandro, Heráclito y Parménides, pasa por Platón y Aristóteles, y luego por la especulación de los filósofos cristianos, continúa con el pensamiento de los filósofos modernos, cristianos o no, y -pese a los aparatosos catastrofistas de la muerte de la filosofíava a proseguir mientras el hombre como tal hombre siga existiendo; le viene, si se me. permite decirlo así, de ser la simultánea actualización de un pasado que aún no ha muerto y un porvenir que aún no vive; la viene, en suma, de dar forma actual a lo que, a través de tantas limitaciones, tantos aciertos, tantos errores y tantas desmesuras, bien podemos llamar la perennidad de la filosofía. Ha escrito el fino y grave Paul Ricoeur que el filósofo ejercita su propio pensamiento diciéndose tácitamente, o acaso inconscientemente: «Yo espero ser en la verdad»; y que el auténtico historiador de la filosofía añade luego, desde el fondo donde la palabra nace: «Yo espero que todos los grandes filósofos son y están en la misma verdad, y que tienen la misma comprensión preontológica de su relación con el ser. Pienso, en consecuencia, que la función de esta esperanza corsiste en mantener el diálogo siempre abierto e introducir una intención fraterna en los más ásperos debates. La historia sigue y seguirá siendo polémica, pero queda como iluminada por ese éskhaton que la unifica y eterniza». Sea cualquiera su modo de entender tal éskhaton, e incluso su modo de cerrar los ojos ante él, todo verdadero filósofo ha sido actual en el tiempe de su vida, actualizador ocasional y original de un pasado todavía no muerto y un porvenir no vivo todavía.
Actualidad de un pensamiento
Esta constitutiva actualidad del pensamiento filosófico se formaliza como nota esencial suya cuando el autor es consciente, tanto de la personal vocación que le ha movido a construirlo como de lo que en sí misma es la vocación humana, cuando filosóficamente se la considera. Con palabras del propio Zubiri: cuando el filósofo advierte que la existencia humana posee carácter misivo, es decir, que la vida del hombre, más que tener misión, aquella que -bien o mal- cada uno ha de cumplir en su tránsito por el mundo, es misión; consiste en haber sido envialdo a la existencia el viviente por el algo o el alguien que, desde lo más íntimo de que, desde el fondo mismo de su propia realidad, constantemente le impulsa a vivir. No es otro el fundamento metafísico de la vocación, y la vocación propia del filósofo consiste en una silenciosa Ramada interior a realizar esa impulsión, dando razón intelectual de la realidad en un momento determinado, en un puntual kairós histórico de la perennidad de la Filosofía. Interpretando sus conceptos como confidencias, éste, precisamente éste, es el caso de Zubiri. Por eso su actualidad como filósofo es nota esencial de su obra, nota fundante sobre la que fundadamente reposa la autenticidad de su filosofía. Y si a ese filosófico modo de entender la iocación y a ese personal modo de vivirla se añade la cooperación de algunas notas constitucionales de naturaleza psicoorgánica -la altura y la diversidad de sus talentos, la índole de su carácter-, también la integridad de ella y la precisión de su sistema expresivo.
Esto nos conduce derechamente hacia la segunda nota esencial de la obra filosófica zubiriana: la fundamentalidad. Toda obra filosófica genuina tiene, por supuesto, un fundamento, aunque su autor no se haya hecho cuestión de él o no haya querido declararlo.
En este sentido, la fundamentalidad es -genéricamente- nota constitutiva de cualquier sistema filosófico. Pero esa condición genérica de toda auténtica filosofía se personaliza en la de Zubiri por algo doblemente peculiar y decisivo: la atribución de un carácter formalmente teologal al fundamento de la que él ha creado y la metódica y rigurosa exploración intelectual de la teolo galidad, sit venia verbo, en tanto que dimensión esencial de la exis tencia humana y, por consiguiente, en tanto que nota fundante del sistema filosófico de que él es autor. Para Zubiri, en efecto, la fundamentalidad de la existencia humana se nos hace patente y actual en nuestra religación a lo que nos hace existir, a «lo que hace que haya». De este modo se hace zubiriana la genérica fundamentalidad de su filosofía, y así esa fundamentalidad se personaliza en él y se hace nota fundante de la autenticidad, de la integridad y, en cierto modo, de la precisión de su obra filosófica. Ut infima per media ad summa reducantur era la fórmula del pseudo areopagita para expresar la función del hombre en la economía de la creacíón. «La creación entera», había dicho san Pablo, «abriga una esperanza: verse libe rada dd la esclavitud a la decaden cía para alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios» (Rom. 8,21). Haber cumplido, estar cum pliendo esas consignas en los decenios centrales y finales del siglo XY, y haber dado, estar dando for ma y contenido a ese cumplimiento a través de la ciencia, la historia y la metafísica, tal es, creo yo, la clave de la obra filosófica cuyas notas constitucionales y constitutivas he tenido la osadía de nombrar y describir. Por eso -más de una vez lo he dicho-, la obra de Zubiri debe ser entendida como un poderoso, riguroso, espléndido, esfuerzo, hacia la salvación intelectual de la realidad a través de la historia, la ciencía y la metafísica.
Así veo yo la peculiaridad que dentro de la general historia del pensamiento filosófico y de la particular historia del pensamiento hispánico tiene la obra de Xavier Zubiri. Porque, más allá de cualquier patetismo, medularmente hispánica es su obra; no sólo porque expresa o tácitamente asume una tradición, la nuestra, y ha he cho suyos logros patentes y secretas posibilidades de nuestro común idioma, también porque, con su sola existencia, está postulando una España en la que la luz y la melancolía sigan dando de sí elevados conceptos metafísicos. De los españoles para quienes el oficio de pensar no sea una aventura frívola depende la respuesta.
Babelia
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