Un general en Polonia
POLONIA HA entrado en la penúltima fase de su crisis política. Y lo hace de la mano de un nuevo primer ministro, el general Jaruzelski, hasta hace unos días ministro de Defensa. Es una advertencia, pero no un signo tan brutal como pudiera parecer superficialmente. Los avatares de la siempre desdichada historia de la independencia polaca han llevado a este pueblo a ser muy respetuoso con sus fuerzas armadas, y el propio Jaruzelski fue uno de los hombres que el pasado verano se opuso a la utilización de la fuerza contra los huelguistas del Báltico.La importancia actual de la crisis polaca reside, más que en la acentuación de los cambios perseguida por los obreros, en una nueva situación internacional en la que Moscú y los duros de Polonia y los países del Pacto de Varsovia crean que el riesgo de la pérdida definitiva de Polonia es demasiado grave cuando reaparecen las bombas de neutrones, los misiles situados en Europa y la recuperación de la hegemonía total de Estados Unidos sobre sus aliados europeos; o que una acción enérgica en Polonia no va a encontrar más que una tormenta verbal y una nueva pérdida de prestigio moral como respuesta de Occidente, pero no una represalia material. La idea creciente de que la política de la nueva Casa Blanca tiende al realismo de la división del mundo en dos bloques puede hacer pensar al Kremlin que nada se opone a que ejercite los derechos sobre el suyo que obtuvo en las conferencias de Yalta y Potsdam. Todo parece indicar que el aparente abandono de Moscú ante la odnowa o, renovación de Polonia ha estado siempre más dirigida a los países europeos, en la esperanza de su comprensión y su apoyo o, por lo menos, de su neutralidad, que a Estados Unidos. Puede ocurrir que ante la política de Reagan, el grupo de poder del Kremlin termine por prescindir de esa tendencia y aceptar el confrontamiento directo con Estados Unidos, en la forma clásica de la guerra fría, en cuyo caso Polonia le parecería una pieza absolutamente clave.
De todas formas, no parece que la manera directa de intervención que supondría una invasión como la de Checoslovaquia o, antes, la de Hungría pudiera ser la elegida en el momento. Aun contando con una abstención material de Occidente, el fenómeno local parece ya de una envergadura suficiente como para dudar mucho antes de una acción militar. El Kremlin puede tener informaciones de que han entrado ya en Polonia suficientes armas como par-a garantizar una resistencia popular ardiente, como parece ya una constante en la tradición histórica polaca, e incluso de que la existencia de dinamita en minas y grandes industrias podría provocar una serie de voladuras ante un ejército invasor. A pesar de su vieja obnubilación triunfalista, la URSS debe saber que su gran debilidad actual es interior: en su país y en el bloque -rajado- de naciones que lo componen, y que un suceso de esa envergadura traería, a la larga, consecuencias graves; aún no se han extinguido las de la invasión de Checoslovaquia.
Es más previsible que, en un primer paso, la URSS tratará de contener el prcceso polaco mediante un reforzamiento de los sectores más duros del partido y del Gobierno, y en esta línea puede contemplarse el nombramiento del nuevo primer ministro. Puede que sea demasiado tarde para las intenciones soviéticas. La única posibilidad real estaría en esa especie de pacto, tácito o explícito, entre las autoridades del partido y las cabezas del movimiento obrero católico para,la detención en un punto preciso de las reivindicaciones, sin perder lo conquistado, pero sin tratar de ir más allá. Pacto difícil porque, probablemente, el triunfalismo del movimiento ante lo realizado y la esperanza de que este es el único momento posible de desarraigar el comunismo y la presencia soviética de Polonia, mezclado con el sentido de lo providencial y de la ayuda de más allá de este mundo, puede hacer perder de vista el realismo de la situación.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.