Ana
Canta, Ana, canta, Ana Belén, canta como anoche en el Alcalá, porque, por encima o debajo délo que cantes, de lo que cantas, tú eres la metáfora blanca de lo posible, el cuajarón de luz y libertad que nos va quedando cuando de aquel deslumbramiento del 77 ya nos queda¿menos? Canta, muchacha, canta.Si dice Sartre que, para la mirada del Otro, somos «algo coagulado», en ti coagula limpiamente, Ana, la flor que pudo, que puede dar la democracia, una presencia sin elitismo, una farándula sin farandulismo. Entre el clavel y la espada -toda dialéctica tiene como síntesis un clavel tejido por una espada-, nos ha quedado, Ana, el clavel femenino, poderoso y madrileño de tu voz, mientras que la espada se enfunda en la sombra, el obrerismo/intelectualismo es una polémica en la que todos nos agotamoslagostamos y un dibujo de Máximo, el gran Máximo, define la condición laberíntica, el síntoma escindido, el mal de lo que pasa, y que sólo Javier Solana, del otro lado, con elegancia anti/Múgica, ha sabido ver y explicar como un mal para la vida española, sin tentabilidades. Canta, Ana, canta, porque entre la tesis de oro y la antítesis de hierro, tú eres la síntesis, el corolario, la corola de flor de suburbio que resume lo que una juventud democrática, responsable, una juventud hacia adelante, tendría que haber sido y no fue. Mirando tu música, escuchando el pasar blanco de tu cuerpo y tu sonrisa, me digo, Ana, en la oscuridad del teatro, que eres la franja de luz que ha quedado arriba, intocada, mientras los demás nos hemos sumido y subsumido, aquí abajo, en el polígono infame de los concilios turbios. Eres lo que ha quedado, sombra blanca que resta, de la ilusión española del 77. Ahora se van haciendo deshaciendo cosas, pero el optimismo general de entonces se ha refugiado en ti, como un niño, y de ti andamos todos exiliados, como de la democracia, en las tinieblas exteriores de los congresos.
Entre el clavel y la espada, entre la rosa y el látigo, toda opción altemativa, toda dialéctica constructiva. Hemos salvado la flor, que eres tú, pero hemos perdido la espada de las buenas intenciones populares, y hasta la palabra nueva y clave ha sido dirimida/suprimida de los códigos progresistas de ahora mismo. Desde Juan Diego a Senillosa, desde Pilar Miró a la marcha vallecana de Miguel Ríos, todo ,el mogollón que mola, toda la izquierda festiva te empuña a ti, rosa final de un sueño, con voluntad de espada, porque la espada está en la panoplia de la Historia, otra vez.
Ahora estamos ya resabíados, nada es como entonces, somos demócratas de vuelta, cuando apenas habíamos ido a ninguna parte, y sólo en el empuje de tu voz, en la extensión de tu sonrisa, en la profundidad de tu piel, que tiene la cualidad del entusiasmo, late aún la metáfora de lo posible. Extensa como una metáfora, y concreta como un solo endecasílabo perfecto, cerrado en sí cual un puño, resu mes, Ana, por extensión e intensidad al mismo tiempo, el alto porcentaje de esperanza que, como le dice un lector a este periódico, hizo posible y fácil la democracia.
Déjame, en fin, Ana, que te escriba esta carta política porque no sé hacer, una carta poética, y porque, al fin y al cabo, política y poética no son sino las grandes celestinas del amor. Iba al teatro para hacerte una «lectura» erótica y me ha salido una lectura política. Ahora que Narros te ha despojado del atalaje «progre», quedas más progresista que nunca, metáfora/mujer de un presente -ay- que nació ya como pasado.
De madrugada, en Griffin's, te has acercado a mí y me he turbado de cercanía, endrogado, como siempre, de tu perfume erótico/político. Eres el pasado inmediato, el que más duele, eres el presente absoluto que perfuma de pronto como un pasado. La Historia envejece de prisa y por eso sólo acerté a decirte, de madrugada: «Qué joven eres».
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