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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El coraje de Castedo

DE LA designación por el Consejo de Ministros de Fernando Castedo como director general del ente público Radiotelevisión Española, tan sólo ha sorprendido la demora en hacer formal y oficialmente pública una decisión negociada de antemano entre el Gobierno y los socialistas y adoptada -como muy tarde- en el momento en que las Cortes Generales eligieron a los miembros del Consejo de Administración. Ese retraso de más de dos meses dio oportunidad para que se especulara con una vigorosa ofensiva lanzada por los sectores neoconfesionales y conservadores de UCD para designar como director general a un hombre suyo que pudiera garantizarles el control del monopolio estatal de televisión.Ese insólito aplazamiento es tanto más grave cuanto que por su culpa han vencido ya las fechas para la constitución de las tres sociedades estatales -Televisión Española, Radio Nacional y Radio Cadena- previstas por el estatuto. Ha pasado ya un año desde que éste viera la luz, y bien puede decirse que durante 1980 el Gobierno ha dejado sumida a RTVE en la más siniestra y absoluta de las ineficacias y en un mar de intrigas, ganduleos y deleznables actitudes.

Fernando Castedo, director general del nuevo ente jurídico, ha tenido, por lo pronto, el coraje político y el valor cívico de aceptar la patata caliente de Televisión Española, capaz de abrasar manos incluso muy callosas políticamente. Su designación ha tenido el visto bueno de diez de los doce miembros del Consejo de Administración y ha sido recibida con alguna esperanza en los sectores más renovadores de Prado del Rey. La tarea que le aguarda es ardua y poco agradecida, pues los intereses creados, los derechos adquiridos y los compromisos con el Gobierno y con los partidos forman un corsé de hierro que dificultará sus movimientos y condicionará sus decisiones. De la ayuda y colaboración que le preste el Consejo de Administración dependerá, por lo demás, gran parte del éxito de su gestión. Sin embargo, los ínfimos niveles en que ha hundido la programación de Televisión durante los últimos meses, la rutinaria pobreza de los espacios informativos, la deplorable ausencia de calidad cultural y el vértigo hortera de los espectáculos presuntamente dedicados al ocio sitúan casi a ras de tierra el listón que Fernando Castedo deberá saltar para mejorar las marcas de sus predecesores. Ahora falta por ver si Fernando Castedo se propone, de verdad, manejar con firmeza la escoba y sustituir con personas competentes y respetadas a tantas figuras del museo de cera que habían ocupado como una finca Prado del Rey. Lo que acertadamente llamó Alfonso Guerra el sottogoberno, es decir, la tupida red de mandos y cuadros que envuelven y ahogan los esfuerzos de los buenos profesionales de Televisión, debe ser el primer objetivo de esa ineludible operación de limpieza que el director general del nuevo ente público tendrá que acometer, porque sin una drástica ruptura del búnker de incompetentes, vagos o corruptos que han degradado el monopolio estatal la reforma de Televisión será simplemente imposible.

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