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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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La democracia

Alfonso Sánchez es el maestro y el veterano de los columnistas madrileños, y yo alguna vez he jugado a tomar el molde de sus crónicas para llenarlo —enfáticamente, ay— de otros contenidos. Lo cual no justifica algo que alguien escribió desde la beocia protofranquista: que Cebrián me habla llamado a este periódico para hacer la columna de Alfonso Sánchez. Habría llamado a Alfonso Sánchez.

Alfonso, penúltimo de la generación Jardiel/Tono/Mihura, una generación que se había propuesto, mayormente, pasarlo bien, algo así como un 27 del humor, se ocupa con frecuencia de mí en sus columnas, y el otro día escribió:

—La prosa de Umbral es casi lo único divertido que nos ha traído la democracia.

Gradas por el elogio, maestro, pero todos los elogios son injustos, como se dice en los banquetes, y hay injusticias que matan. No a mí, sino a la democracia. En primer lugar, mi prosa, sin llegar a ser «la prosa del mundo» de que hablaba Merleau-Ponty, existe desde mucho antes que la democracia, en España, ya que soy periodista/escritor profesional y full time (sin carné, cielos) desde hace veinte años, y la transición no tiene tantos. Lo que hace falta es que los alcance. Y no los alcanzará si seguimos diciendo —Alfonso es la voz de la calle— que la democracia es aburrida o que tan formidable y espantosa máquina transicional/reformista sólo ha dado el improbable fruto de la prosa de Umbral, con lo que dejamos a Umbral en un Coluche de Valladolid y a la democracia al borde del fascismo, como de la francesa acaba de escribir Roger Garaudy.

Si, porque la democracia reducida a gracia es casi peor que la democracia sublimada en tragedia (lo que ahora nos está sucediendo). Nada tiene que ver con esto la buena intención literaria y humana de Alfonso, pero lo que ahora se me aplica a mí diariamente se le aplica a cualquier cosa, mediante un reduccionismo que empobrece la democracia tanto más injustamente cuanto que la minucia denunciada suele ser inercia tardía de cuando el Régimen, que aquello sí que era un Régimen: —Millón y medio, o sea de parados, con esto de la democracia.

Pero en Francia, que son democracia y hasta República hace tantísimo, tienen otro millón y medio.

—Ni aparcar se puede con tanta democracia.

Todas las criticas del cronista/revolté, durante los cuarenta/cuarenta, se centraron en los embotellamientos carga/descarga, porque eran verdad y porque no se podía criticar otra cosa.

—Ya han vuelto a robarme el coche, con el rollo de la democracia.

Pero el coche nos lo robó/retuvo Franco a los españoles durante muchos años, al marginamos del Plan Marshall y la prosperidad europea, que sólo llegó aquí, en forma de utilitario, muy entrados los sesenta, cuando precisamente el personal no aguantaba ya a un señor que iba de único por la vida y se lo montó así medio siglo. En otro orden de cosas, como diría Forges, agradezco que se me adjetive de divertido, pero cuando se pormenoriza (y muchas cartas de lectores lo hacen) que soy «lo único divertido de la democracia», se está como exigiendo que la democracia tiene que ser el troncharse, y que si no se troncha uno muchísimo es que esta democracia no funciona.

El gran error de parte del pueblo español es que ha tomado la democracia como una gracia, como una orgía perpetua en la que todos nos íbamos a divertir muchísimo. Cuando se trataba justamente de todo lo contrario: de corregir la dejación ciudadana de tantos años e incorporar cada uno su responsabilidad, como yo la triste responsabilidad de ser alegre.

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