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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Lo que habéis dejado del PSUC

Me ha sorprendido el articulo de Ignasi Riera «Lo que queda del PSUC» (véase EL PAÍS de 6-1-1981), por su oportunismo en echarle las culpas al muerto antes de que se hubiese producido su «traspaso» (óbito), cuando no se conocían los resultados del quinto congreso. Sin duda, el señor Ignasi Riera, que fue secretario político de las Joventuts comunistes de Catalunya y actual redactor de Treboll, tiene, además de experiencia política, dotes de pitonisa. El mismo trata de justificarlas atribuyéndose unas valoraciones sobre el cuarto congreso que nunca se hicieron públicas.

Pero no sólo me ha sorprendido su enorme capacidad de antecrítica y su urgencia en difundirla, sino su habilidad «fregoliana» para esconder en el baúl de los disfraces el hecho incuestionable de que los que han tenido el poder en el PSUC mucho antes del cuarto congreso, y de este al quinto congreso, han sido los autodenominados eurocomunistas, a los que tanto debe, militantes que comparten sus tesis (o la ausencia de ellas) fueron los que le han aupado sucesivamente a cargos de tanta responsabilidad y trascendencia para el partido.

Los compañeros a los que en su articulo no duda en insultar (y con ellos a todo el PSUC) no ocuparon lugares de tanta decisión. Para en tender su articulo es necesario dar la vuelta a sus argumentos y poner la cabeza sobre los pies. En primer lugar, debiera titularse: «Los que hemos dejado el PSUC», y recordarle al señor Ignasi Riera que lo que ha sido y es hoy el PSUC no es patrimonio de un grupo de señores que se consideran la llama sagrada del eurocomunismo. El PSUC que lgnasi Riera conoció en 1977 era el fruto de muchos años de lucha de gentes (no siempre de acuerdo entre ellas, que únicamente se autodenominaban comunistas) que lucharon en la no clandestinidad del franquismo (los militantes de base nunca fueron clandestinos), que era un partido de Gobierno, pero no por el Gobierno en sí mismo, que tenía algo más que «un proyecto ambicioso de reconstrucción nacional de Cataluña» (como ignasi Riera dice), porque estaban reconstruyendo Cataluña mediante su influencia y acción de masas.

El PSUC de 1977 era el resultado de una larga trayectoria, y de la presencia —muchas veces testimonial, no realista y utópica— de sus militantes; pero, fundamentalmente, era un partido con una línea política de masas, y, por tanto, conocida entre amplias masas tanto obreras como profesionales, y una perspectiva de transformación de la sociedad que no se interrumpía con las conquistas democráticas de asociación y de sufragio universal, que contaba con una excelente imagen entre sectores intelectuales no «a través de los líderes obreros» (como él dice), que esto sería «obrerismo», sino porque contaba en sus filas con intelectuales de prestigio (es decir, honestidad humana), como Manolo Sacristán, Paco Fernández-Buey, Juan Ramón Capella, Ramón Garrabou... y otros militantes conocidos (por no decir líderes) en la universidad.

Y el PSUC, por aquel entonces, tenía organizaciones en la universidad, en los colegios profesionales, en la enseñanza... y este era el prestigio, la «buena imagen», en términos de marketing (utilizados por Ignasi Riera), del PSUC, en 1977. Lástima que, ya poco antes de esta fecha y poco después del cuarto congreso, estos intelectuales y estas organizaciones de base desaparecieran del PSUC, porque las organizaciones que quedan en estos ámbitos —donde algo que da— son hoy más clandestinas que bajo el franquismo. Hoy, el PSUC no tiene intelectuales, y la política cultural que difunde no es de « manual de Georges Politzer» sino de la Cenicienta de Walt Disney.

Política electoralista

Probablemente ignora, voluntariamente, que el PSUC de 1981 no es el resultado de las maquinaciones de un grupito de «prosoviéticos» financiados por el oro de Moscú (como él afirma en su artículo), típico argumento de la derecha, sino el resultado de una política (o ausencia de toda política) a la que se dio el nombre de eurocomunismo, y cuyo objetivo coligado consistió en desmantelar toda la línea de movilización de masas en el PSUC para adecuar el partido a lo que tenía que ser el gran partido electoralista (a la italiana), en ese empeño descapitalizador, el esfuerzo de muchos militantes que fueron marchando del PSUC, antes de que éste estuviera legalizado y poco después. Pocos compañeros quedaron impulsando los colegios profesionales y las asociaciones de vecinos, porque el PSUC a partir de esos momentos careció de política dirigida hacia esos sectores. La llamada «alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura» pasó a ser una frase anacrónica.

Eurocomunismo ha acabado por significar ausencia de política comunista. Resulta un dato revelador el hecho de que los problemas del PCE por el uso de esa etiqueta «eurocomunista» y, anteriormente, por el abandono de la definición marxista-leninista le hayan venido del PSUC, el partido comunista con mayor implantación en todo el Estado español, y no del de Euskadi (lamentablemente). La política eurocomunista, en boca de Santiago Carrillo, siempre ha querido decir tacticismo de hoy para mañana (a veces, ni tan largo tiempo). Esta política fracasó rotundamente a partir de los pactos de la Moncloa (y el PSUC ha sido también el único capaz de hacer autocrítica y condenar sus resultados).

Desmantelar Comisiones Obreras

El PCE elaboró un tacticismo electoralista sin contar con la fuerza real de sus parlamentarios, y esta ha sido una política carrillista cuyos platos rotos empiezan a pagarse ahora. El PC italiano puede realizar una política de presión desde el Parlamento porque tiene parlamentarios suficientes como para estornudar y se constipe toda la Cámara. Santiago Carrillo no hizo raya y suma de las primeras elecciones de 1977 para dedicarse a hacer política real en Euskadi (donde todos lanzan lodos, pero nadie se atrevió a defender la amnistía política total en su momento), en los bastiones obreros de Galicia (Vigo, El Ferrol), de Aragón, etcétera, donde el PCE no cuenta con electores.

Los eurocomunistas cometieron, además, en Cataluña, otro grave error: no desmantelar Comisiones Obreras, y tenían poder para hacerlo. Bien argumentó Jordi Solé Tura y otros en ese sentido, pero sin duda las indecisiones (o la obstinación de los otros) dieron al traste con el proyecto. Un sindicato de clase dirigido por militantes del PSUC era un peligro evidente para el tacticismo electoral (por razón de eficacia).

Resultaba muy fácil argumentar las excelencias del pacto de la Moncloa desde un despacho del local del comité central, pero era bochornoso hacerlo frente a una asamblea de delegados obreros. Lo adecuado para los eurocomunistas hubiese consistido en abandonar Comisiones al rincón de los históricos, y pasar a depender de UGT para que el PSOE apechuga se con las iras provocadas por una política sindical socialdemocrática, poco adecuada para los tiempos de crisis y paro que corren. Si así se hace en el Parlamento, ¿porqué no adecuar la situación al plano sindical?

¿Qué podría ocurrir cuando el PSUC, que ha perdido la brújula política, no tiene más organización militante y de masas que la sindical? Pues que la poca elaboración política que se hace en el PSUC procede de Comisiones y de sus dirigentes. Ellos son los únicos hoy capaces de tomar decisiones (equivocadas o no). La impotencia del aparato burocrático eurocomunista (muchos de ellos estalinistas convencidos en su tiempo, pero hoy maravillosamente conservados de aspecto) no ha dispuesto de más válvula que del etiquetaje, que, en definitiva, es lo suyo, cada vez que surgía un mínimo peligro de oposición a su política de claudicación (o ausencia de política); históricos, leninistas, prosoviéticos..., siempre tratando de descalificar mediante la magia de las palabras.

El PSUC, durante este tiempo —del cuarto al quinto congreso—, ha perdido el 50% de sus militantes; el señor Ignasi Riera dice que «la edad de los representantes del PSUC ha aumentado en más de cuatro años entre congresos. La media actual indica un envejecimiento». El que fue responsable máximo de las juventudes lo debe de saber mejor que nadie, después de su paso por esta organización: el PSUC carece de todo interés para las nuevas generaciones. Del PSUC han marchado muchos militantes, unos porque pasó la primera oleada triunfalista a la salida del franquismo (con Franco), otros ya habían marchado poco antes no hay en su conducta la menor sospecha de oportunismo; de los que se quedaron no se puede decir de todos lo mismo. El parlamentarismo fue en el PSUC el caldo de cultivo del carrerismo sin escrúpulos.

Para concluir, un deseo: que a partir de este quinto congreso el PSUC no vuelva a ser «el partido de todos» (esto es imposible en tanto exista la lucha de clases, y la gente no se deja engañar por eslóganes electorales), pero si de la clase obrera, de los trabajadores asalariados, de los profesionales y de todos aquellos que esté dispuestos a traba por una sociedad donde no exista la explotación y el asesinato del hombre por el hombre.

Jorge Olivares fue militante del PSUC de 1966 a 1976. Secretario general de la federación de enseñanza de CC OO de Cataluña y de la comisión ejecutiva de la CONC, cargos de los que dimitió en 1979.

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