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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Madrid, bajo el "puré de guisantes"

LA CONTAMINACION atmosférica que sufre Madrid se está convirtiendo, desgraciadamente, en un episodio cíclico que preocupa a los ciudadanos cada vez que la Navidad está a punto de llegar o cuando la festividad de los Reyes Magos está todavía en los ojos de los niños. Diríase que la contaminación, para el madrileño de a pie, es algo así como un regalo que Papá Noel o los Reyes de Oriente le dejan, para sufrimiento de sus pulmones.Pero lo cierto es que la legislación de que dispone este país en materia de contaminación atmosférica está ya totalmente desfasada. Las previsiones que el legislador hizo en el año 1972 -no desarrolladas en el correspondiente reglamento. hasta dos años después- han sido superadas en todos los frentes, no sólo en el que a filosofía de la ley se refiere, sino también (y puede que esto sea lo peor) en cuanto a los límites en las mediciones químicas para pasar a considerar que una situación es peligrosa para el organismo humano.

Hablar aquí de la legislación imperante en la Europa en la que España quiere integrarse puede ser una comparación que no todo el mundo aceptaría por aquello del espejo de Europa en el que tantas veces se miran nuestros políticos para asegurar que estamos bien tal como estamos. Pero la verdad es qué Alemania Federal o Gran Bretaña, por poner tan sólo dos ejemplos, han asumido el problema con una mayor preocupación que la que aquí demuestran los responsables del tema. ¿Para qué recordar la contaminación que, años ha, sufría Londres el conocido «puré de guisantes» y que hoy ha desaparecido ya por completo?

Tampoco podría servir de mucho hacer memoria sobre la petición hecha hace unos meses por el Ayuntamiento de Madrid en el sentido de que le fueran otorgados plenos poderes en materia de lucha contra la contaminación atmosférica (con el objetivo inmediato de reducir los límites de permisividad) y que le fue denegada por la Administración central.

No deja de ser cierto que las condiciones climatológicas por las que atraviesa Madrid, con más de mes y medio de sequía, han favorecido la llegada de la situación que hoy padecemos. Pero la salud de una población de cuatro millones de habitantes no puede quedar condicionada agua las lluvias sean las únicas encargadas de limpiar la atmósfera madrileña.

La única solución a la contaminación de Madrid (y el ejemplo podría hacerse extensiva a otras muchas macrociudades españolas) ha de venir dada por una programación a largo plazo que incluya la revisión sistemática de los sistemas de emisión de humos de las industrias situadas en el interior o en el cinturón industrial de la ciudad, de las calefacciones urbanas y de los vehículos industriales que circulan por Madrid cada día. Aquí cabría incluso recordar que el Ayuntamiento, por culpa de no se sabe exactamente quién, no dispone del censo de los vehículos industriales.

Mientras esa programación con visión del futuro de una ciudad no se haga, Madrid y sus habitantes seguirán considerando que la contaminación del aire que respiran es un regalo que Papá Noel o los Reyes Magos les traen, para desgracia de sus pulmones.

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