Incompatibilidades y ejemplaridad
El tema de las incompatibilidades «quemando» está en el alero. Qué clases de incompatibilidades, para quién o para quiénes deben ser aplicadas, en qué sentido, en qué cuantía, con qué salvedades.El fondo es muy sencillo y las circunstancias muy complicadas. Con el dinero público no se debe enriquecer nadie, por justicia, por solidaridad, por decencia y hasta por vergüenza. Y, en consecuencia, quien cobre por un cargo del Estado no debe cobrar por otro. Y no digamos cobrar por tres, cuatro o cinco cargos, porque sería simplemente un abuso.
Las circunstancias son dificiles, porque un trabajador debe ganar lo suficiente y hasta adecuadamente a su entomo. Y, por supuesto, con una remuneración acorde con su cometido, responsabilidad, eficiencia y rendimiento. Lógicamente, calibrar todo esto es dificilísimo porque, además, viviendo en una sociedad libre y competitiva, no conviene que los hombres y mujeres más valiosos emigren de la Administración y de los cargos públicos hacia los estamentos privados porque éstos les paguen mejor. Las razones son obvias.
Pero tanto una cosa como otra no deben abultarse en demasía para caer en la demagogia, que en este caso es fácil. Pero tampoco que las cosas continúen hasta el fin de los días por la posible apelación a la propia demagogia.
Para mí hay varios factores a considerar en tomo al tema y que aclaran y desenturbian la decisión a tomar.
En primer lugar, que un hombre no sólo depende de su capacidad de trabajo, de su coeficiente mental, de su laboriosidad, con vistas al rendimiento, sino también de un hecho muy simple, y es que el día tiene veinticuatro horas y nada más. Y, por tanto, por muy listo, trabajador y eficiente que sea, está limitado por el tiempo.
Bien es verdad que un «buen fichaje» puede hacer por tres. Pero, y aun reconociéndolo, ya sabemos qué suele pasar con las figuras.
En segundo lugar, hay que considerar el factor ejemplaridad y moralidad pública. No se puede, de ninguna forma, pedir esfuerzo y sacrificio al país, poniendo la excepción a nosotros mismos. Pues si tal ocurriese, sería sencillamente bochornoso y desvergonzante.
No se olvide que esos llamados milagros económicos se consiguen en situaciones de crisis económicas, cuando los políticos son capaces de levantar la fe del pueblo, darle esperanza y valor. El hombre, en definitiva, no es una bestia que trabaja por trabajar, sino que lo hace impelido por unas motivaciones y que cuanto más ilusionadas sean, más efecto comunitario positivo tendrá.
Y, por último, la solidaridad. No se trata de repartir pobreza ni de apartar a quien, buen dirigente, sepa crear con su natural talento riqueza para la sociedad. Se trata de contemplar los cientos de miles de parados, se trata de, sin globalizar los números fríos, acordarse de quien no tiene nada, de quien por más que busca no encuentra empleo. Se trata de repetir y adecuar la frase, pero haciéndola y en este terreno, «marchemos, y yo el primero, por la senda constitucional».
No más tácticas dilatorias, no más artilugios jurídicos, no más subrepticias lucubraciones. España tiene dos temas de primera importancia: el terrorismo y la reforma económica.
Se aumentaron los impuestos. Es cierto. Pero es preciso también conseguir la fe del contribuyente y para nosotros tener la conciencia tranquila, que desde siempre, desde que el mundo existe, es la mejor medicina para dormir tranquilos.
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