San Sebastián y Vitoria
EL EXCELENTE servicio informativo de Televisión Española sobre la manifestación del domingo en San Sebastián hace en esta ocasión superfluo el contraste de estas sumas y restas a las que con tanta fruición se entregan los que manipulan hasta la aritmética para llevar el agua a su molino. Los miles de donostiarras que caminaron en la mañana del pasado domingo por los paseos y calles de su ciudad dieron un emocionante testimonio de coraje moral, valor cívico y conciencia política, y contribuyeron a abrir una razonable perspectiva para confiar en que existen posibilidades no ilusorias de conseguir una salida pacífica y democrática al conflicto vasco, perspectiva, por desgracia, cada día menos esperada por la sociédad española, sobre todo cuando los tecleteos de los teletipos salpican la madrugada con el asesinato a sangre fría de cuatro nuevos guardias civiles. Quienes recuerden la historia de las luchas, movilizaciones y huelgas guipuzcoanas durante los últimos años del anterior régimen y la práctica inexistencia de bases sociales del franquismo en San Sebastián estimarán en su debida medida el impresionante espectáculo de una manifestación contra el terrorismo integrada por hombres y mujeres que sólo hace pocos años tomaban igualmente parte en acciones de protesta contra la indiscriminada e irracional política de orden público de aquel tiempo, responsable en gran medida de los apoyos sociales y populares de los que se han beneficiado, para sus propósitos, las diferentes ramas de ETA.El domingo caminaron codo con codo en San Sebastián hombres y mujeres que habían acudido al llamamiento de UCD (cuya militancia en Guipúzcoa conlleva rasgos .de valor y de compromiso moral que la sitúan en una galaxia diferente de lo que el centrismo puede significar en otros lugares), del PNV y de los socialistas y comunistas vascos.
Contra lo que puedan creer quienes se mantienen lejos de Euskadi -y a quienes la incomprensible y sistemática incomparecencia en ese territorio del presidente Suárez, ocurra lo que ocurra, justifica en su distanciamiento-, la gran mayoría de los vascos, nacionalistas o no, se oponen a la violencia y rechazan los métodos terroristas. Este hecho indiscutible, obvio cuando se analizan los resultados electorales desde junio de 1977 a marzo de 1980, está injustificadamente oscurecido no sólo por la existencia de una significativa e importante minoría que vota en favor de opciones emparentadas con el terrorismo. También contribuye a esa confusión el amedrentamiento colectivo, el terror difuso y el clima de inseguridad, miedo e indefensión creado en el cuerpo social vasco por unas bandas armadas que reciben apoyo de ciertos sectores de la población y que cuentar con el milagroso regalo logístico del santuario que el Gobierno francés les sigue proporcionando. En Francia, los terroristas preparan sus atentados -ahora ya dirigidos incluso contra abogados, por el simple hecho de ejercer éstos su profesión defendiendo a traficantes de drogas-, almacenan sus armas, negocian los llamados impuesto-; revolucionarios, blanquean el dinero negro de las extorsiones mediante negocios legales, mantienen sus contactos y logran la impunidad después de sus asesinatos ante la mirada hipócrita de las autoridades del país vecino.
Si bien un sistema democrático se,define por su voca ción de paz, su rechazo de la violencia, su aceptación de las reglas de juego de libre expresión de la voluntad popular y de respeto a las minorías, y si bien a los ciuda danos de una sociedad civilizada no hay por qué pedirles virtudes heroicas, no pozas veces resulta preciso salir a la calle. Si la calle fuera hoy de los demócratas, no de los terroristas ni de los fascismos de todo signo, quizá no sería a estas alturas tan grave la situación ni tan dramático el momento político de Euskadi.
No faltaron provocadores el domingo en San Sebastián, y una vez más demostraron la asombrosa homologación del abertzalismo radical con la mentalidad y los comportamientos fascistas más clásicos. Como bien decía el manifiesto de los intelectuales vascos del 27 de mayo, aquellos que pretenden xerigirse, al igual que los antiguos sindicalistas verticales y el extinguido Movimiento, en representantes de un pueblo que ya tiene sus organizaciones políticas y sindicales, a las que sostiene con su afiliación, militancia y votos», e imponer a los demás «sus propias y violentas maneras», no se oponen, pese a sus afirmaciones, a «ninguna violencia institucional, sino, lisa y llanamanete, a los que no son sino los deseos de su propio puebloxi. Paraírnayor claridad, los provocadores fueron dispersados el domingo por los propios manifestantes, que rechazaron la posiblemente inútil y contraproducente -en esa coyuntura concreta- intervención de las Fuerzas del Orden Público.
Otros provocadores, con diferentes emblemas y distintas consignas, pero con idéntico espíritu de resuelta minoría inasequible al desaliento, trataron, por su parte, de desvirtuar la jornada pacífica y cívica de San Sebastián con la puesta en escena en Vitoria de un espectáculo situado en sus antípodas. El gobernador civil de Alava impidió acertadamente la celebración del mitin de Fuerza Nueva, aunque luego echara a perder el trabajo perdiendo también sus nervios y llegando casi a las manos con Blas Piñar. El obsequio de papel higiénico con que éste pretendió humillar al gobernador ha servido, cuando menos, para echar por fierra la infundada fama de caballerosidad y buenas maneras de este notario toledano, que se comportó como un gamberro. Pero sus gamberradas no deben hacer palidecer la amenaza de sus huestes para las libertades democráticas, por lo que es de elogiar la firme actitud esta vez del Goibierno con la detención de miembros de la Guardia Civil y del Cuerpo General de Policía, francos de servicio, en el séquito del provocador líder de Fuerza Nueva. Este hecho obliga a recordar que todavía hay investigaciones pendientes y no resueltas en el País Vasco por actuaciones de parecido signo.
En suma, la jornada del domingo en Vitoria y San Sebastián, aun por motivos diferentes, es síntoma de esperanza para el País Vasco. Por la voluntad cívica de pacificación mostrada ante el terror terrorista y la provocación abertzale y por la autoridad -tantas veces solicitada- empleada por el Gobierno contra los provocadores de la ultraderecha, incluso si son gente de uniforme.
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