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RELIGION

Divergencias de opinión en la Iglesia sobre la exhumación del proceso a Galileo

El papa Juan Pablo Il está decidido a exhumar el proceso contra Galileo. Lo acaba de repetir, durante el sínodo, por boca de Paul Poupard, hasta hace poco propresidente del Secretariado para el Diálogo con los no Creyentes.

No hay unanimidad, ni en la Iglesia ni fuera de ella, sobre el sentido de esta iniciativa. Los hay que temen que, con una absolución más o menos solemne, se escamotee el viejo conflicto de fondo, las relaciones entre la religión y la ciencia, que subyace a todo el proceso. Clásicos filósofos de la ciencia, como sir Karl Popper, no ocultan su disgusto contra quienes no son capaces de olvidar la vieja historia. Otros más jóvenes, como los españoles Miguel Angel Quintanilla y Carlos Solís, prefieren hablar a fondo.Los males de Galileo comenzaron en 1613, cuando abraza el credo copernicano, cuya teoría de la «descentralización» de las revoluciones planetarias contradecía las teorías aristotélicas y las lecturas bíblicas. La teoría de Copérnico fue declarada herética en 1619. A pesar de todo, Galileo encontró apoyo al principio en el papa Pablo V, y fueron los aristotélicos de la universidad los que le declararon la guerra. El terco e impenitente polémica que era Galileo tuvo la osadía de adentrarse en el pantanoso terreno de las disputas teológicas, exigiendo la separación de poderes en.tre la Iglesia y la ciencia y debatiendo el contenido científico del milagro de Josué. Señal de la agria polémica que el tema suscitó es esa vehemente demanda de un obispo, que, en 1615, exigía el inmediato encarcelamiento de Copérnico, muerto en 1543.

Se prohibió su obra El diálogo. Se le obligó a abjurar de las teoría copernicana. Se decretó prisión formal por tiempo indefinido. Y se le impuso el rezo semanal de los salmos penitenciales. Una leyenda piadosa recuerda las palabras que Galileo dirigía a su perro mientras recitaba la fórmula de abjuración: Eppur si muove, que viene a decir: «A pesar de todo, se inueve».

La frase puede resumir la lucha obstinada de Galileo contra las filosofías y teologías de su tiempo, pero no bastan para establecer unas relaciones claras entre la ciencia y la religión. Los filósofos de la ciencia entienden la situación actual como n «pacto de no agresión» entre aumbas, que no parece satisfacer plenamente a nadie. La religión está celosa de ciertos contenidos científicos y seculares, y la ciencia no se resiste a quedar al margen de lo que trata la religión. Eso explica que, en Roma, no todo el mundo se entusiasme con la idea y que más de uno se pregunte si no sería más importante evitar juicios morales incorrecta o débilmente basados en teorías científicas, lo que no dejaría de ser, en el peor sentido, una actualización del caso Galileo.

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