_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La huelga de los catedráticos

La huelga con que amenazan, al iniciarse el curso 1980-1981, los catedráticos y agregados de universidad no se limita, como podría parecer, a la clásica reivindicación económica de cualquier cuerpo de funcionarios. Su alcance, al menos para quienes quieran verlo, va mucho más allá.En definitiva, se trata de una señal de alerta de lo que puede llegar a convertirse nuestra ya maltrecha y desprestigiada universidad. De ahí que no baste con intentar resolver, mediante las típicas migajas presupuestarias, el desfase entre el ridículo sueldo actual de los catedráticos y agregados y el nivel de vida que erosiona continuamente la inflación. No se trata tampoco de evitar los agravios comparativos de estos cuerpos con otros de la Administración, ni de que la universidad pueda desempeñar su importante misión con la falta total de medios que es característica de hoy. Con ser verdad todo esto, el problema es más profundo. Consiste, simplemente, en saber qué tipo de universidad desea y necesita la sociedad española de nuestros días.

Si únicamente se piensa en una universidad que dé títulos -y cuantos más, mejor-, es suficiente con tener un profesorado mal pagado, mediocre y pluriempleado.

Las consecuencias serán el grave descenso -aún más- de la ciencia y la investigación en España, y nuestra definitiva adscripción al mundo del subdesarrollo y de la mediocridad generalizada. Me temo, de no remediarse rápidamente las cosas, que acabaremos yendo por ahí.

Si, por el contrario, este país cae de una vez en la cuenta de que debemos y queremos estar en la vanguardia de las naciones occidentales, de que no se resolverán gran parte de los problemas existentes hoy, sin contar con una universidad sólida en donde se preparen buenos profesionales y en donde se investigue y se haga ciencia en todos los campos del saber, entonces el requisito sine qua non para conseguirlo será el de tener un plantel de buenos y preparados profesores.

¿Cómo conseguirlo? Simplemente atrayendo a las aulas universitarias a las mejores cabezas del país. Pero, claro está, las mejores cabezas únicamente acudirán a la llamada cuando se les compense, económicamente, de forma suficiente. Y digo de forma suficiente porque la dedicación a la universidad lleva aparejados otros goces espirituales que no tienen precio, y que pueden compensar en cierta medida de la renuncia a la abundancia económica. Pero, en todo caso, de no existir ese sueldo suficiente y digno -y hoy, honestamente, creo que no existe- esas cabezas no se dedicarán a la universidad, sino que se dirigirán al sector privado y a los cuerpos privilegiados de la Administración.

Por eso resulta paradójico y repleto de fina ironía que si, por una parte, se están poniendo los medios para que nadie de valía intelectual se dedique en un principio a la universidad, por otra se haya creado la figura del catedrático extraordinario, destinada a recuperar a los cerebros que se encuentran fuera de la universidad. Cerebros que, en muchos casos, no habrán accedido a la carrera universitaria en este país, yéndose a la universidad extranjera o al sector privado, a causa de la penuria de medios que es propia de la actual universidad española. No es este el momento para pronunciarse sobre la oportunidad o no de los catedráticos extraordinarios, pero sí conviene decir que el ideal sería que no hubiese necesidad de recurrir a ellos. Y no por razones de malthusianismo corporativo, sino por la elemental razón de que en un país civilizado las personas más competentes deberían dedicarse desde jóvenes a la universidad, y no tener que reincorporarlas cuando están al borde de la jubilación.

Por supuesto, desde la perspectiva de lograr la universidad que necesita hoy España, habría también que cuestionarse otros temas importantes, como el de la selectividad necesaria de los alumnos, el del reclutamiento racional del profesorado o el de la supresión de categorías inoperantes, como las de catedrático y agregado.

Todo esto, y algunas cosas más, forma parte del contenido del proyecto de ley-marco de autonomía universitaria, que desde hace un año duerme el sueño de los justos en el Congreso de los Diputados. ¿Conocen éstos la grave responsabilidad a que deberán responder con su desidia?

Jorge de Esteban es profesor de Derecho Político de la Universidad Complutense.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_