_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Occidente y el petróleo

«Occidente respira con uno de sus pulmones, el petróleo, fuera del cuerpo; es una situación delicada». La afirmación corresponde a Abba Eban, y es un magnífico ejemplo del uso, tan típicamente británico, de la lítote. Occidente perdió el control político de Oriente Próximo en 1956, en los mismos comienzos de la era del petróleo, que va a durar, por lo menos, hasta finales de siglo; fue también una coincidencia histórica bastante delicada.Los especialistas más optimistas vaticinan que la dependencia occidental del petróleo de Oriente Próximo no dejará de atenazar nuestras economías «antes de mediados de la década de los noventa», como muy pronto. Según me dijo un especialista en el tema, a partir de ese momento el cierre del estrecho de Ormuz tendría un impacto negativo sobre el transporte marítimo, pero no sobre nuestras economías industriales.

Hasta entonces, la economía occidental dependerá no sólo de una serie de potencias extranjeras, sino de un grupo de Estados que constituyen un caso atípico de subdesarrollo, caracterizado por la disponibilidad de una cantidad de dinero casi ilimitada para emplear en su modernización. Todo esto contribuye a producir un caso un tanto especial de inestabilidad política; de aquí los actuales temores de Occidente sobre la situación en Oriente Próximo.

La ausencia de controles y limitaciones monetarias permite que funcione libremente, durante un período bastante largo, un cierto tipo de mal desarrollo, hasta que algo falla, como fue el caso de Irán. Los gobernantes de Arabia Saudí y de las ricas ciudades-Estado del golfo Pérsico están comenzando a darse cuenta del peligro. Sin embargo, la inevitable modernización corre en todo momento el riesgo de fracasar, ya que una vía intermedia no contentaría ni a la derecha religiosa tradicionalista ni a la izquierda revolucionaria radical.

Nuevas políticas

Los gobernantes tienen que avanzar por una vía inexplorada entre un excesivo o demasiado reducido progreso económico, entre una innovación cultural y política demasiado grande o demasiado limitada. Son muchos los especialistas que no les dan a estos ancién regímes muchas posibilidades de llevar a buen término el proceso de modernización sin caer en algún tipo de trampa revolucionaria. Occidente no vería con buenos ojos ni a un régimen islámico fundamentalista ni a un poder revolucionario radical; nuestro pulmón extracorpóreo puede caer en manos poco amigas.

Además, la Unión Soviética está muy próxima y nosotros muy lejanos, y existen demasiadas tensiones y conflictos nacionales e ideológicos entre estas pequeñas y medianas naciones. No es, pues, sorprendente que el panorama sea tan oscuro e inquietante. Puede tratarse del problema más grave para Occidente desde los días de la guerra fría.

Desgraciadamente, no es un problema que tenga una solución sencilla, como fue el caso de la situación europea hace una generación. La solución OTAN-Comunidad Económica Europea no es válida para Oriente Próximo. La coincidencia de intereses entre los gobernantes moderados de los países del golfo y Occidente es todavía grande; el capitalismo moderno constituye una amenaza mucho menor a su identidad e independencia que el comunismo. Pero los lazos tradicionales de cooperación económica, política y militar con Occidente se ven debilitados por una serie de diversos factores. Uno de ellos es el aparente caso de la voluntad política y del poderío militar de Europa Occidental y Estados Unidos en los últimos años. Otro es la creciente identificación de Estados Unidos con Israel. Los gobernantes árabes tradicionales tienen que arrostrar demasiados problemas domésticos y se sienten muy débiles para arriesgarse a provocar a la opinión pública de sus respectivos países, dando una imagen de ser demasiado abiertamente pronorteamericanos, lo que equivale a decir proisraelíes.

El conflicto árabe-israelí

El tratado egipcio-israelí ha creado un área de paz en torno a Palestina; pero ha privado a Egipto, principal potencia árabe, de su papel de aliado y protector de Arabia Saudi, y ha debilitado los lazos de este país con Estados Unidos. Los saudíes advierten que quizá se vean obligados a utilizar el arma del petróleo contra Estados Unidos, si la Liga Arabe o la Conferencia Islámica decidieran tal medida, en protesta contra la protección norteamericana a la progresiva anexión de Beguin de la Cisjordania.

Las posibilidades que pueda haber de salvaguardar nuestro pulmón extracorpóreo y de contribuir al éxito de la modernización de los estados petroleros, se volverían casi inexistentes si la actual neutralización del poder y la presencia de Estados Unidos (y de Egipto) continuase durante mucho más tiempo.

«El conflicto árabe-israelí ha dejado de ser el centro de las tensiones de la zona, pero no ha perdido nada de su importancia. Las tensiones locales exigen un gran esfuerzo para resolverlo lo antes posible, a fin de liberar las energías regionales, nacionales e internacionales, para que puedan hacer frente a los nuevos peligros que amenazan a un mundo profundamente preocupado». Así se expresó recientemente Simón Peres, y así es la realidad. En los palestinos reside la solución, no sólo de la paz futura de Israel, sino del fortalecimiento de los lazos vitales entre Occidente y los países del golfo Pérsico.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_