_
_
_
_
Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Balada de gamberros

En el cine Fuencarral, corazón de un Chamberí ruidoso de máquinas tragaperras y otros inventos de Milo Quesada, populoso de freidurías y Metros, se estrena una película de Eloy de la Iglesia sobre la delincuencia juvenil y, como me había preanunciado Omar en la convocatoria, hay gran movida macarra en tomo al tema. Una agresividad de cremalleras, cuero negro, un aura de porro y de suburbio, una passadaEloy de la Iglesia supone o parece suponer (grandes crítico tiene este periódico que explicarán mejor el flin), que la delincuencia juvenil hay que identificarla automáticamente con la democracia, o porque así lo quieren ciertos pseudodemócratas, o porque así lo quieren los autoritarios o porque esta democracia no vale y está mal hecha. Yo creo que esta democracia sí vale, aparte la delincuencia juvenil y otras inquisiciones más o menos borgianas, y tengo que recordar que ahora se reedita mi primera novela, Balada de gamberros, editada en los sesenta y que se refiere a la delincuencia juvenil de los cincuenta -pleno franquismo- cuando uno era una especie de Jaro de provincias vestido de ropa dada la vuelta por la Sínger de mi tía. O sea, que no nos liemos solos. Delincuencia juvenil ha habido siempre, o casi. Con motivo del centenario de Quevedo me están breando a conferencias y artículos, lo cual que El buscón y toda la picaresca son ya una movida delincuente y juvenil en el corazón carcomido del imperio y entre el oro podrido del Siglo de Oro. La soledad del corredor de fondo nos explicó hace muchos años que en la Europa industrial avanzada no sólo había delincuencia juvenil, sino que ésta era consecuencia de la industrialización.

Mi vecino el ultra, que lee la Prensa épica de la tarde metido en la armadura medieval del vestíbulo, para que no le incordie su señora, sostiene, con los periodistas y pensadores contrademócratas que se reúnen todas las noches en torno a los delfines de la madrileña fuente de los delfines, que la delincuencia juvenil la ha traído la democracia y que con Franco no habla de eso. A mí me lo van a decir, que he sido delincuente juvenil dentro de un orden y siempre bajo la mirada aplaciente de Franco, como cuento en ese libro y en otros que no cito porque el director no me grave el sueldo en publicidad. En el estreno de la película de Eloy de la Iglesia se aplaudían los cortes de los jóvenes jaros a la autoridad y se reían los fallos de ésta o su brazo armado (demagógicamente prolongados por el realizador). Esto no es nada modernoso, contra lo que pueda creerse, sino que estamos en West Side Story en manchego (así como hay quien dice que Opera Prima es un Manhattan madriles). Yo, como soy reinona, me voy más atrás; me parece que estamos en Golfos de Nueva York, de Jacquie Coogan, años treinta. Los gamberros, con uno u otro nombre, han escrito siempre su balada de sangre en las grandes ciudades. Naturalmente que esto es un mal sociológico, una enfermedad de la sociedad y no del individuo (avergüenza tener que recordarlo), pero una enfermedad de cualquier cuerpo social, democrático o absolutista. E incluso un síntoma negativo de lo positivo: a mayor libertad, mayor delincuencia. Es fácil restar delincuencia sin disminuir la libertad. Toda la basca estrenista del Fuencarral, practicante de un navajerismo esteticista que ha pasado de mirarse en los espejos de hojalata del barrio a mirarse en los espejos art / nouveau de los cines, todo ese gentío presidido por la lozana andaluza /belga que es Claudia Gravy, me revela que la rebeldía social del delincuente joven (el joven es siempre Narciso) se ha hecho ya estética, está prisionera entre espejos. Los espejos son los coraceros de la democracia, mas que los guardias.

En Madrid hay menos delincuencia que hace un año. Cuando se hace una película o novela sobre un problema, el problema está fosilizado. El Jaro empieza a decaer y flipar (él que no flipa) cuando se ve sublimado/denunciado en los grandes espejos de la democracia: los periódicos.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_