El conflicto no afecta a los comerciantes de Bagdad
La aviación iraní efectuó ayer incursiones contra cuatro importantes ciudades iraquíes: Kirkuk y Suleimanyeh, en el Norte; Basora y Um Kasr, en el sur del país, informó el mando de las fuerzas armadas iraquíes a través de una emisión de Radio Bagdad.El comunicado añade que los ataques tuvieron como objetivo barrios civiles e instalaciones industriales en las respectivas ciudades.
Sin embargo, pese a la guerra, una intensa actividad reinaba ayer en el zoco Al-Safafir, de Bagdad, sorprendente por la riqueza de sus alfombras, sus vestidos y sus tapices.
Ante las tiendas, una multitud de compradores de todos los países se agolpa viendo los productos: hay paquistaníes con turbante, visitantes del golfo con sus trajes blancos, mujeres iraquíes cubiertas con un velo negro.
El espectáculo da una impresión de prosperidad, confirmada con una mirada a los escaparates de las panaderías y los ultramarinos, así como por una importante circulación. A pesar del bombardeo de varias refinerías iraquíes y de una de las centrales térmicas, que seguía ardiendo todavía en la tarde de ayer, en la capital iraquí no falta ni gasolina, ni electricidad, ni vituallas, y la actividad comercial se desarrolla con completa normalidad.
A la salida del zoco hay formada una cola en la acera. Todo un ejército de jóvenes de azul, los voluntarios del «ejército del pueblo», esperan la alerta con extintores y camillas en sus manos.
Sirenas de alerta
A menudo suenan las sirenas: es una nueva alerta. La media es de dos al día.
Con rapidez, pero sin atropellos, como si ya existiese la costumbre, los automóviles se detienen, los autobuses son aparcados junto a las paredes y todo el mundo se pone a cubierto.
Acuden los jóvenes milicianos, canalizan a la muchedumbre y, mediante altavoces, hacen llamadas a los conductores para que se paren. Tan sólo circulan, con acelerones y haciendo sonar las bocinas, algunos vehículos militares.
La actividad cesa inmediatamente. Las tiendas del zoco se cierran, a pesar de que sean un buen abrigo antiaéreo. En lugar de esconderse, la gente se agolpa a la entrada del mercado escrutando el cielo; la policía y los milicianos les obligan a ir hacia el interior, haciéndoles comprender que aquello no se trata de un espectáculo.
Veinte minutos más tarde, las sirenas vuelven a sonar como fin de la alerta. En pocos segundos, la gente comienza a correr para conseguir asiento en los autobuses o para arrancar el automóvil y beneficiarse de una fluidez del tráfico que dará paso luego a los embotellamientos.