Escepticismo de los católicos progresistas ante el sínodo que hoy inaugura el Papa
Esta mañana se inaugura en la capilla Sixtina del Vaticano el quinto sínodo general de obispos, para tratar el espinoso tema de la «familia cristiana» en el mundo contemporáneo. «Es el primer sínodo mundial que se celebra bajo el pontificado del papa Wojtyla, y esto es una gran novedad e incógnita, dada la capacidad de sorpresa y la personalidad especial de este Papa. Participan más de doscientos obispos, escogidos con voto secreto por las diversas conferencias episcopales. A ellos se unen veinticuatro escogidos personalmente por el Papa, más los prefectos de las sagradas congregaciones romanas. Esta vez, el Papa ha permitido que asistan y puedan hablar, aunque sin votar, dieciséis familias de diversos países del mundo con sus hijos.
Existe mucha expectación por este quinto sínodo de la Iglesia sobre todo por la materia -tan delicada- que va a tratar. Por vez primera en la Ilgesia, toda una serie de temas relacionados con el sexo y con el matrimonio van a ser discutidos por la cámara alta de la Iglesia y ante seglares. Son temas como el divorcio, el aborto, el control de nacimientos, el segundo matrimonio de los divorciados, las relaciones prematrimoniales, las «uniones diversas», el concubinato, etcétera, que hasta ahora habían sido tratadas sólo por las encíclicas del Papa y por los documentos del ex Santo Oficio, hoy Congregación para la Doctrina de la Fe.También al. mundo laico interesan estos temas, ya que existe una conciencia universal de que la familia y los problemas que giran a su alrededor constituyen una de las crisis más grandes de la actual civilización, aunque lo primero que habrá que saber es si Juan Pablo II mantendrá el carácter «consultivo» del sínodo, como ha sucedido con los anteriores, o si le dará esta vez a su primer sínodo la fuerza deliberativa. Y es que en los primeros siglos de la Iglesia, el sínodo, con el Papa, era una especie de pequeño concilio, con valor vinculante, y lo sigue siendo hoy en las iglesias orientales. En la Iglesia católica latina, el sínodo se había perdido prácticamente. Fue Pablo VI quien lo desempolvó después del Concilio Vaticano II, como una expresión práctica, aunque parcial, de la «colegialidad episcopal». Era un primer paso y se esperó siempre que el sínodo pudiera reconquistar su primitivo carácter deliberativo. Es un secreto de Juan Pablo II si e sta vez lo será.
Línea de dureza y severidad
Por lo que se refiere a los temas más calientes y que la opinión pública mundial está poniendo ya de relieve desde hace unas semanas, no existen dudas de que, por lo que se refiere al Papa, la línea del sínodo será «dura y severa», como ha dicho un cardenal de curia; en estos dos años de pontificado ha sido muy explícito: quiere una familia abierta en el campo social, pero con toda la sacralidad tradicional. Su no al divorcio, al aborto, a las relaciones prematrimoniales, al segundo matrimonio de los divorciados, a los medios artificiales de control de natalidad es indiscutible. Lo ha repetido mil veces a lo largo y a lo ancho de todo el globo durante sus viajes.Los más pesimistas dicen que el sínodo no servirá para nada. Los más optimistas recuerdan que también el Concilio Vaticano II había nacido con la intención de «poner un freno a las herejías del tiempo» y después los obispos de todo el mundo, bajo el coraje de Juan XXIII, primero, y de Pablo VI, después, resultó el hecho de mayor apertura de la Iglesia desde hacía muchos siglos.
Como entonces, también esta vez, en pequeño, el documento preparatorio del sínodo, escrito en la curia romana y mandado a los obispos, debe ser tan poco revolucionario que una de las revistas católicas de mayor prestigio en Bélgica, Revue Nouvelle, acaba de escribir, «con inmensa cólera» por lo que se refiere a este documento romano publicado en vísperas del sínodo, «que es demasiado estúpido y demasiado injusto dejar a los burócratas dictar una presunta doctrina cristiana elaborada en una cárcel sin ventanas».
Por eso, toda la esperanza de que este sínodo pueda significar en un momento de liberación para tantos problemas que angustian las conciencias cristianas es que por lo menos un grupo de obispos de aquellos países donde estos problemas son más dramáticos vengan dispuestos a buscar soluciones positivas y no «condensar horrores, desaprobar desviaciones, señalar con el dedo a los culpables y reñir o alentar a los débiles», como ha afirmado el famoso experto internacional de problemas familiares, el católico Pierre Delooz.
Y es que los obispos no pueden cerrar los ojos, afirman algunos expertos de teología moral presentes estos días en Roma para seguir el sinodo, ya que la crisis de la familia cristiana es el fruto de un cambio radical de la sociedad con sus aspectos positivos y negativos, y que no se trata de defender un esquema de familia tradicional como una fortaleza contralos asaltos del diablo, que sería el mundo moderno, sino de buscar caminos nuevos y expresiones nuevas, adaptadas a los tiempos del hombre del 2000 y su forma de vivir el «sacramento».
Doctrina frente a realidad
John Tracy Ellis de la Universidad Católica de Washin,g,ton, afirma que la doctrina actual de la Iglesia sobre los anticonceptivos se ha convertido en «inoperante e inexistente» para la mayor parte de los católicos de su país. Y no sólo en Estades Unidos: en Sao Paulo, un sondeo ha indicado que el 63 % de lai; mujeres católicas usa normalmente métodos de control desaprobados por la Iglesia. Y ni se confiesan. También en Estados Unidos, de cada cien matrimonios existen cuarenta divorcios y se separan en la misma medida católicas y protestantes. En algunos países sólo el 10% de los católicos se casan por la Iglesia. Están aumentando vertiginosamente los matrimonios civiles de los católicos: en los últimos diez años han pasado del 1,22% al 11.30%. Esto sucede hasta en la Roma del Papa, donde en 1978 de cada cuatro parejas, una se ha casado civilmente, mientras hace unos años se casaban por lo civil sólo el 3,8%. En Milán, los matrimonios civiles han aumentado en ocho años del 8,1 % al 34,3 %.Por su parte, los nuevos cristianos progresistas de las comunidades de base piden «nuevos tipos del matrimonio»: ni en la Iglesia ni en el ayuntamiento, sino en la comunidad que los acepta y los reconoce.
Una cosa que angustia a muchos obispos, por ejemplo a los africanos, es el de la pastoral de los divorciados. Afirman que la Iglesia debe resolver este problema y que no puede alejar de los sacramentos y considerar de «segunda categoría» a estos cristianos que por mil motivos han rehecho una familia con seriedad.
En Roma, los católicos progresistas afirman que es muy probable que el sínodo sirva, sobre todo, en clave de conservación para «reforzar la familia tradicional» y para condenar severamente corno «anticristiano» cualquier tipo de novedad. Pero, a pesar de todo, el sínodo será importante si, por lo menos algunos obispos tienen el coraje de presentar ideas diversas que, aun cuando no sean aceptadas por el sínodo, «corran por la Iglesia» y sean la mejor demostración de que la Iglesia en su interior no es monolítica. Así pasó también en el concilio y en otros sínodos, coino en el de la «justicia en el mundo». El hecho de. que un grupo de obispos y cardenales defienda una teoría hasta ayer considerada como tabú y dogma de fe intocable puede ser de alivio a muchas conciencias.
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