La campaña electoral alemana
HACE UNOS meses nadie hubiera apostado demasiado dinero por el triunfo de Schmidt y la socialdemocracia en las elecciones generales de Alemania Federal. A medida que la campaña se desarrolla, sus posibilidades crecen seriamente. Pueden hacerse algunas especulaciones sobre los factores de cambio en los sondeos de opinión pública. Uno de ellos es el de la modificación de la corriente de opinión pública en Europa, que en los últimos años favorecía las opciones conservadoras y ahora parece preferir las moderadas (Margaret Thatcher pierde apoyo popular), en parte por el desgaste de los conservadores en el poder (lo cual no es el caso de la RFA), que no han conseguido equilibrar el deterioro de las situaciones sociales y económicas, y en mayor parte aún por el riesgo de la crisis internacional (lo cual sí afecta de lleno a la RFA).La nueva imagen de Carter y, sobre todo, el riesgo de la victoria de Reagan en Estados Unidos está haciendo que los europeos prefieran a aquellos dirigentes que les parecen dotados de mayor capacidad para contener el peligro y para influir en Estados Unidos en el camino del apaciguamiento, que ya han conseguido en parte. Helmut Schmidt se ha desenvuelto en esa situación con verdadera pericia. Ha sabido aprovechar todos los matices, y si en la cuestión de Afganistán y en la de Irán y del oriente árabe ha aparecido continuamente con el agradecido papel del mediador -hasta el punto de ir a Moscú a visitar a Breznev-, en el momento de las huelgas de Polonia ha tenido el tacto de interrumpir su visita a la República Democrática de Alemania para dar sensación de firmeza; y la decisión actual -tomada, en este caso, de acuerdo con Estados Unidos y al mismo tiempo que Washington- de enviar ayuda económica a Varsovia ha sabido hacerla ver como una ayuda al pueblo y no al Gobierno, y al mismo tiempo, y sin decirlo, como una acción para que Polonia no se sienta exclusivamente dependiente de la URSS. Todo ello le está haciendo aparecer ante un pueblo que tiene, sobre todo, una angustia histórica de guerra -y el hecho de que parte de las actuales maniobras de la OTAN se celebren en su país en estos momentos le está haciendo recordar que el supuesto táctico tiene todos los visos de la realidad, y que una guerra mundial afectaría inmediatamente a su territorio- y le inclinan hacia un dirigente que se muestra como un internacionalista moderado y que sabe sacar el partido de lo posible.
Tiene además Schmidt la ventaja en estas elecciones (y recordemos que Alemania Federal, por reflejos antiguos, se fija más en los hombres que en los partidos) de tener enfrente a Franz Joseph Strauss, que representa precisamente todo lo contrario, que tiene detrás historias tétricas en su pasado de ministro (la orden de asalto a un periódico y la detención de algunos de sus colaboradores) y que, por su propia naturaleza, no tiene ninguna capacidad de contención. Este Fraga multiplicado está llevando adelante una campaña ruda y de golpes bajos, en la que no falta la acusación de que Schmidt es una marioneta del Kremlin, o pronunciando la palabra «estafa» para calificar la política de este Gobierno. La coalición de la Unión Cristiano Social y de la CDU (Democracia Cristiana) vaciló mucho antes de elegir a Strauss jefe de la oposición, precisamente por el tremendismo de su postura política; pero ese tremendismo fue capaz de devorar ya a Kohl -cristiano demócrata- y de alzarse con la candidatura.
No faltan tampoco los golpes bajos en la campaña por parte de la socialdemocracia y de los liberales contra sus adversarios: la campaña se desarrolla con muy poca elegancia, lo cual tiene sumido en la más profunda desesperación al obispo Kunst, de la Iglesia evangélica, que preside una comisión, que él mismo inspiró, para que la lucha electoral se contuviera dentro de unos límites de decencia. No lo han conseguido.
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