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LA LIDIA: CORRIDA EN ARANJUEZ

El problema del rabo

En Aranjuez se cortaron ayer no se sabe cuántas orejas y rabos. De verdad que no se sabe. Los trofeos que figuran en la antecedente ficha han sido reseñados a conciencia, pero nos tememos que sólo tienen un valor aproximativo. Según tal ficha, salen seis orejas y un rabo, pero los diestros exhibieron en sus triunfales vueltas al ruedo siete orejas, o quizá cinco, más dos medias y dos rabos. Hay aquí, pues, un problema de rabo.Los trofeos los concede el presidente, y por cada trofeo muestra una vez el pañuelo. Oreja, pañuelazo; dos orejas, dos pañuelazos. Y así. En consecuencia, si contamos pañuelazos, los trofeos son los de la ficha. Pero ya decimos que hubo más. Suele ocurrir: ciertos banderilleros, en su oficiosidad servil, presionan para que se corten más apéndices de los otorgados, y con ellos en la mano el diestro beneficiario finge que su triunfo ha sido mayor. También suele ocurrir que en tal caso la presidencia ordene multar a los desahogados infractores, con lo cual se restablece el orden y la cuenta matemática de las orejas y los rabos.

Plaza de Aranjuez

Cuatro toros de Atanasio Fernández, y dos (cuarto y quinto) de Garzón, bien presentados, desiguales de cabeza, flojísimos y manejables. Palomo Linares: estocada trasera y descabello (silencio). Media estocada caída y rueda insistente de peones (dos orejas). Paquirri: Media muy tendida (pitos). Estocada (dos orejas y rabo). Niño de Aranjuez: pinchazo hondo y descabello (oreja). Tres pinchazos, media y descabello; la presidencia le perdonó un aviso (oreja).

Pero no en Aranjuez, donde los toreros lo primero que hacían era mostrar al presidente los trofeos recibidos de más, y éste se levantaba ceremonioso, ponía una sonrisa de oreja a oreja -con toda evidencia, complaciente, y sospechamos que otorgante- y volvía a sentarse tan satisfecho. Ni multa, ni rapapolvo, ni nada. De forma que el problema del rabo subsiste (¿fue uno o fueron dos?) e incluso el de las orejas también, pues la partida por la mitad que le dieron al Niño de Aranjuez produce dudas contables.

Nadie crea que estas son disquisiciones de poca monta, pues, antes al contrario, centran lo más importante de cuanto sucedió en la corrida. Siete orejas y dos rabos, o aunque sean seis y uno, son balance de un espectáculo de altos vuelos. Y si no, algo falla. Como el espectáculo, se mire por donde se mire, no fue de altos vuelos -más bien, alicorto y aburridísimo-, está claro que algo falló. Y lo que falló fue, en primer lugar, el presidente, que se mostró como un triunfalista de tomo y lomo. Se ponía loquito pegando pañuelazos en el palco.

Luego, fallaron los toreros, o, por meior decir, fallaron Palomo y Paquirri, expertos del derechazo en versión sincopada, cuando no frenética, los cuales no pararon de pegarlos en toda la tarde. El derechacismo hacía estragos en Aranjuez y dormía al santo personal, ya de suyo amodorrado por los rigores de este estiaje que no acaba. Para fortuna de ambos famosos diestros, el alegre triunfalismo del presidente contagió a parte del público, y el empeño se centró en que hubiera trofeos, visto que el toreo no aparecía por parte alguna.

Mejor dicho, sí aparecía, pero era cuando entraba en liza el Niño de Aranjuez, que incluso dormido hace el toreo mucho mejor que sus compañeros de terna. Las dobladas en su primer toro, las series en redondo, los remates variados, incluso unos lances de recibo a la verónica, eran de gran primor y pureza. Mas el Niño de Aranjuez no es figura -ni profeta en su tierra, sería el primer caso-, y la gente contemplaba la actuación con agrado, pero nada más.

El triunfalismo era para los otros, que tienen hecho el novelón y lo explotan por donde van; mejor aún si cuentan con las bendiciones de una presidencia complaciente y otorgante, que, en su frivolidad, permite que se planteen en el ruedo problemas de rabo.

Los toros tenían trapío, y no fuerza. Se caían mucho, y el primero fue inválido total. Tres salieron sospechosísimos de pitones (uno para cada diestro); otro, escobillado, para Paquirri, y dos, astif inos. Como sólo soportaban un picotazo, es imposible hablar de su bravura, pero boyantía la tuvieron toda. Los pegapases derechacistas la aprovecharon a tope. También, ya se ha dicho, el Niño de Aranjuez, en tarde inspirada, aunque es preciso añadir que incontinente también, pues nunca veía el moinento de poner fin a sus faenas. En la última pasó muy de sobra el tiempo del aviso, sin que el presidente se diera por aludido. No cabe duda de que el pañuelo lo tenía reservado este señor exclusivamente para los fastos orejiles y raberos, que es lo rentable.

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