Las vocaciones tardías
(A Fernando Abril Martorell, con afecto.)
Estaba pescando tiburones, tranquilo y distendido. De pronto, a pocos metros, ocurrió algo que le obligó a fijar su atención. Desde el fondo del agua, entre nubes sulfurosas y lenguas de fuego, en medio de un infernal estrépito, una mole enorme y espesa se le venía encima, queriendo tragarse el barco con todos sus ocupantes.Ignoro si el presidente Adolfo Suárez ha tenido pesadillas como ésta, pero, ateniéndome a las declaraciones de la CEOE, presumo que sí; esa intranquilidad es natural a la hora de las grandes decisiones. También parece lógico que el presidente, al preguntarse a quién pondrá en Economía, haya pensado, otra vez y momentáneamente, en el profesor Fuentes Quintana, personalidad visceralmente opuesta a la del diputado por Valencia, pero asesor suyo desde su salida del ministerio.
Porque Abril Martorell es llano, directo -«pan-pan, vino-vino»De temperamento sanguíneo, prefiere la acción al pensamiento; por ello, para funcionar mentalmente le bastan y le sobran cuatro o cinco conceptos muy simples que él aplica a todas las situaciones, sin desdeñar defenderlos a pecho descubierto, como si se tratara de un valeroso acto de fe. Fuentes Quintana, en cambio, es parabólico, introvertido, sarcásticamente agudo, un catedrático que laboriosa y pacientemente intenta arribar a una síntesis -¿qué ciudadano de a píe puede entender medianamente su idioma?- y cuyo objetivo es conseguir el triunfo de sus tesis, que es lo mismo que autoalcanzarse. No puedo evitar que me haga pensar en aquel diputado que, en su ardiente deseo de síntesis, decía en las Cortes de la República: « He aquí, señores diputados, dos temas importantísimos que pueden reducirse a tres». Mientras Fuentes Quintana trata a la economía con complejísimos elixires teóricos, Abril -«dos y dos son cuatro»plantea un esquema práctico, uno solo, por el que está dispuesto a pelear con uñas y dientes con los osados que se atrevan a discutirlo, sin importarle que sean adversarios o aliados, no porque crea que lo que él dice es una verdad leológica, sino exactamente al revés, pues enfrentando su argumento con el de sus contrincantes, Abril procura silenciar sus propias e insobornables dudas interiores.
En realidad, lo que ocurre con Fuentes Quintana y Abril Martorell es que ambos han llegado muy tarde a la política. En los monasterios, los cofrades con vocación tardía suelen tener sus propios clanes y sus propias manías. Entre ellos, el entendimiento es fluido, pero, a su vez, esto genera una suerte de desvinculación con los demás eremitas. La serenidad de éstos es desbordada por el entusiasmo de un tardío descubr'imiento que llega a producir una conducta a veces ingenua, otras fanática y casi siempre irrazonable. No es verdad que la sopa sea buena aunque llegue tarde.
El frenesí ocasionado por la pasión política recién despertada puede ser peligroso. Abril Martorell y Fuentes Quintana, por la naturaleza de su formación -y por circunstancias de la vida-, han arribado después de hora a ese quehacer. No estoy cuestionando antecedentes técnicos, sino su incomprensión para entender que un político verdadero es un hombre hábil en el manejo psicológico, sensible a las aspiraciones de los grandes grupos y que, sin sumisiones ni demagogia, sabe leer en el corazón de las mayorías y, si tiene poder, hace posible aquello que es socialmente deseable. Ambos, Abril y Fuentes, en lugar de protegerse contra sus impulsos -para bien de sí mismos y de todos los españoles-, alentaron actitudes que oscilaron entre la ingenuidad y el optimismo pasajero y fugaz. Con semejante combinación, la cartera de Economía no tuvo la frescura de las experiencias nuevas ni la sabiduría de los diestros en política, sino que se convirtió en una suma heterogénea de actos con distinto signo; pero, ¡ay!, el mismo desastroso resultado.
Políticamente, no he estado de acuerdo con Abril Martoreli, que me es profundamente simpático, y me temo que lo mismo me sucederá con Fuentes Quintana si es que se le entrega la cartera de Economía. Estoy convencido de que ambos reprresentan una política nociva para el país. No obstante, jamás he dudado de la profunda honestidad del primero ni de la inteligencia poco común del segundo. Fuentes Quintana, desde la cátedra, el periodismo y la conferencia, se ha creado un brillante prestigio profesional. Pienso, además, que es un encantador compañero para pasar una instructiva tarde conversando sobre el futuro de las tecnoestructuras o las incidencias de las paridades múltiples. En lo personal, sería también muy afortunado si Abril Martorell me explicase no sólo su secreto para ganar al mus, sino también su autorizada opinión sobre el polvorín de la pradera española. Lo absurdo es designar a ambos ministros de Economia, sustrayéndolos, a uno de ellos de sus cátedras y al otro del FORPPA. ¿Por qué apartarlos de algo en lo que eran útiles?
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