Juan de la Sierra: "No puedo pensar en la posibilidad de que el asesino fuera yo o mi hermana"
La entrevista con Juan de la Sierra y Urquijo, hijo de los marqueses asesinados, llegaba al punto en el que hubo de plantearse, con palabras, algo que ha estado en muchas mentes. Una por una, Juan de la Sierra reconoció que se habían descartado todas las hipótesis manejadas, al menos, en el actual proceso de la investigación.
El hijo de los marqueses de Urquijo aclaró durante la conversación: «Naturalmente, yo no sé exactamente hasta dónde ha averiguado la policía». Sin embargo, en su opinión personal, carecían de sentido las posibilidades del doble crimen por motivos políticos, financieros, laborales, pasionales o de rencillas familiares. Del mismo modo, se han descartado, con todas las reservas que exige una afirmación de este tipo cuando la investigación aún está en curso, una serie de personas más o menos relacionadas con la familia.-Entonces -le dijimos-, sólo queda una posibilidad. Los herederos.
Juan de la Sierra y su novia, María Moreno, se miraron y me miraron. El momento fue de una violencia extrema, que Juan y María salvaron con una delicadeza poco común: En medio de un silencio brutal, Juan esbozó una sonrisa llena de tristeza.
-No, eso no puede ser -dijo el sexto marqués de Urquijo-. Yo no puedo admitir la posibilidad de que mi hermana o yo hubiéramos cometido tal atrocidad.
Juan de la Sierra no dejó que el periodista se excusara. Y continuó hablando: «Ya sé que es lógico pensar eso, sé que tiene una lógica, y que resulta tan fantástico como en las novelas. Yo sé que no fui. Y mi hermana adoraba a mis padres. Ellos nos adoraban a los dos. ¿Por qué íbamos a hacerlo? Entiendo su pregunta, hecha con franqueza. Este asunto es muy oscuro, desde luego. He de reconocer que hasta extremos similares se llega a pensar incluso en los círculos más íntimos, cuando el resto de las explicaciones fallan. Pero yo me niego a aceptar esa idea. Sencillamente, lo ocurrido es absurdo»,
María Moreno, complementa la respuesta de Juan. «Pensar eso es horrible. No puede ser,¿no lo entiende?»
El tablero quemado
La policía ha recibido el resultado de la colaboración ciudadana en esta zona. Alguien le ha remitido pedazos de papeles recogidos del suelo, después de que el chófer de los Urquijo, Antonio Chapinat, quemase unos cuantos cerca de la tapia de la residencia. «Papeles sin importancia, que revisamos el administrador y yo», aclaró el joven marqués.
La policía también ha estudiado los telefonillos repartidos por las habitaciones de la casa para comunicar con el servicio. A través de ellos si quedan mal colgados, se pueden escuchar conversaciones sin que lo adviertan quienes hablan.
Sin embargo, el tablero de la puerta de madera quemada por el asesino no ha quedado en depósito judicial. Continúa en la casa, a riesgo de que alguien, simplemente por error, pueda destruirlo.
No obstante, los técnicos policiales sí observaron dicha pieza de madera durante la inspección ocular en el lugar del crimen. Ya declaró el jefe de la Brigada Judicial de Madrid, señor García Gallego, que el modelo de lamparilla con que fue quemado estaba sin precisar. En la actualidad se calibra que hubiese sido empleada una lamparilla de gasolina.
Los policías metieron la mano por el agujero. La mano de un hombre cabe muy justa por él.
También otras personas han introducido la mano por este agujero, con riesgo de agrandarlo. Tal como el boquete era en su origen, con sus estrías de madera, podría haber causado algún rasguño en una mano grande y sin guantes.
Juan de la Sierra y Urquijo, en este sentido, al igual que respecto a otras preguntas concretas sobre el presunto recorrido del asesino, dijo: «La policía conoce ya aspectos que, por el momento, no puede revelar. Tampoco yo puedo hacer referencias a algunos detalles».
El recorrido, paso a paso
El criminal sabía que, una vez atravesada la puerta, su mano iba a encontrar puesta la llave en la cerradura.
«No cabe duda», afirma Juan de la Sierra, «de que quien entró aquella noche aquí conocía bien la casa». «Es cierto», añade, «que, por lo general, esa llave siempre está puesta en la puerta».
Por eso, se supone, el agujero se hizo al lado de la cerra dura y no alrededor de la misma. Aunque también es cierto que para haber extraído la cerradura completa habrían tenido que quemar el marco, considerablemente más grueso que el tablero central donde se practicó el orificio. Quizá el asesino sabía también que, en el caso de no hallarse puesta la llave en la cerradura, estaría en un cercano platito, sobre una especie de taquillón próximo a la puerta y al alcance del brazo alargado a través del agujero.
En cualquier caso, algo es definitivamente deducible de todo esto: un profesional de la delincuencia no habría necesitado del fuego para abrir esa cerradura, sino que le habría bastado con utilizar una ganzúa adecuada.
. -¿Qué opina usted al respecto, señor De la Sierra?
-Es un punto sobre el que no puedo hacer ninguna declaración pública.
Se cree que, tras salvar una de las puertas metálicas de la verja, el asesino bordeó a la derecha la fachada principal. Flanqueó la pared de la casa, frente a la que se alzan, en el jardín, varias columnas de estilo clásico. Dobló luego a la izquierda para situarse en la parte trasera del edificio, enfrentado a la amplia pared de cristal, a continuación de la cual se extiende la piscina cubierta. A su lado, una puerta de crístal corredera con la llave echada.
«Tienen estas puertas un pestillo vertical muy difícil de accionar», explica Juan de la Sierra.
Esa puerta es la más alejada del ala de los dormitorios de los marqueses. Sin embargo, eligió la otra puerta, también de cristal y corredera.
«Tal vez», dice el hijo de las víctimas, y expone dos posibilidades, «porque la que rompió le resultó más directa para entrar al resto de la casa o, tal vez, efectivamente, porque sabía que la otra corre muy roma y que podía hacer más ruido».
«Es curioso», añade el sexto marqués de Urquijo; «hace unos tres meses ocurría al contrario, pero vinieron a arreglar precisamente la que no eligió el asesino, y desde entonces corre peor».
El asesino rompió el cristal de la puerta elegida con algo duro y un trapo mojado. Juan de la Sierra no avala este dato. Luego introdujo la mano y accionó el mecanismo de apertura. Bordeó la piscina, rodeada de objetos que decoran el recinto. A su izquierda quedó el vestidor y el gimnasio-sauna, cerrados. A su frente, tras la segunda pared acristalada, el velador que habitualmente se embellece y refresca con plantas tropicales en preciosas cerámicas de variados colores, grandes como orzas y tinajas, repartidos entre armaritos chinescos, mesitas y tresillos de diseño ligero. Es en esta habitación donde se desarrolla la entrevista con Juan de la Sierra y su novia, María Moreno. Juan ha vuelto a dejar crecer su barba -se afeitó para los actos fúnebres dedicados a sus padres- y esto acentúa su aspectos cansado.
Según el criterio de la reconstrucción, el criminal ya sólo tuvo que separar las hojas correderas de la puerta de cristal que limita la piscina del velador. Esta puerta de cristal casi nunca tiene echado el pestillo, y ello tiene una explicación, según el mayordomo. Este la dejaba sin cerrar para que a la marquesa le fuera más cómodo, por las mañanas, pasar al área de la piscina.
Vicente Díaz, el mayordomo de los marqueses de Urquijo desde hace siete meses, razona así sobre este punto: «La marquesa apenas tenía fuerza en las manos. Por eso, yo solía dejar abierta una de las puertas interiores de la cristalera de la piscina. Ella no tenía más que correr las hojas. Pero todavía la policía se extrañaba de esto.
-¿Usted puede precisar cuál era su dolencia?
-Yo no soy médico.
-Pero usted hizo unas declaraciones a un diario que podrían interpretarse como que la señora era casi una inválida. Si eso no es exactamente así, a la familia le debió molestar bastante. Concretamente Mirian, con anterioridad, ya había desmentido en mi periódico esa idea.
-Yo dije lo que le acabo de decir a usted, y lo mantengo. No tengo culpa de las interpretaciones. Con la señorita Mirian, efectivamente, discutí y aclaré este asunto.
Juan de la Sierra recuerda: «Vicente nos explicó que su versión fue algo mal interpretada. Vicente quería a mis padres, y mis padres también le apreciaban a él». Y añade: «No; mi madre no fue nunca una mujer anormal, como se está dando a entender. No tengo inconveniente en hablar de ello, pero creo que ya es demasiado».
María de Lourdes Urquijo, Marieta, según los datos más fiables contrastados, padecía fuertes jaquecas, hasta el extremo de que los médicos aconsejaron la construcción de la piscina de la casa de Somosaguas, fundamentalmente, para sus ejercicios de natación, como terapia. Ese dolor hacía que, con frecuencia, rehuyera las conversaciones.
La quinta marquesa de, Urquijo nació auxiliada con fórceps, y padecía estravismo en un ojo. A lo largo de su vida sólo había sufrido una operación, en Huston (Estados Unidos), por un quiste de mama.
Se la consideraba como bondadosa, ingenua e inteligente, muy religiosa y con una voluntad de hierro. Hablaba perfectamente francés y alemán. Tenía una gran afición a la lectura y la pintura. Sus cuadros, elaborados en un aislado cuarto de la casa, reflejan su gusto por cosas sencillas, en un imperfecto estilo naif.
Después de abandonar la piscina, y aún en el velador, el asesino quemó la puerta de madera que separa esta pieza del resto de la planta. No se cree que el asesino descendiese a la planta sótano por las escaleras que, al lado de esa puerta, conducen a la discoteca.
Es esta una sala de unos cuarenta metros cuadrados, planteada en dos niveles. Al final de los peldaños, a la izquierda, queda una pequeña barra, delante da la cual se extiende la pista de baile, no muy amplia, y varios rincones de asientos; una estatua de un yaciente joven oriental adorna la estancia. Un ventanal abierto en el fondo de la piscina comunica con la discoteca.
A continuación de la puerta quemada, otra de simple cerradura de resbalón, que da al hall, de donde arranca la amplia escalera de madera que lleva a los dormitorios.
Las habitaciones interiores están enteladas y enmoquetadas. En el saloncito hay un gran retrato de la marquesa, en posición semifrontal, que preside este espacio. En una mesita, la cabeza en bronce de Alfonso XIII, original de Benlliure, y una fotografía de don Juan de Borbón, con su hijo Juan Carlos, de cuando éste sólo era un sonriente muchachote rubio. En el comedor, una alargada mesa rodeada de dieciséis soberbias y estilizadas sillas.
Objetos de valor
Hay tantos objetos bellos en la casa, unos de más valor y otros de menos, que llama la atención el hecho de que el asesino pudiera resistir la tentación de sustraer cualquier cosa.
Juan de la Sierra, no obstante, matiza sobre este aspecto: «De gran valor no hay tantas cosas. Sólo el Benedito», y señala un retrato de medio cuerpo de Alfonso XIII en el amplio y señorial salón, diseñado éste en varias áreas, aunque dentro del mismo sobrio y clásico estilo, «y el Sorolla», y muestra un pequeño cuadrito; «los demás», añade, «son como los que hoy se pueden encontrar en muchas casas, y el resto de los objetos no cabe considerarlos de ninguna manera, como obras de arte, aunque sean bonitos o de materiales nobles». Respecto a la pinacoteca heredada de su abuelo, precisa «que no estaba en la casa, sino depositada en el banco, y creo que los principales cuadros eran un Goya, un Velázquez y un Murillo, pero no estoy seguro».
En torno al valor de la vivienda, Juan de la Sierra habla del patrimonio que él y su hermana heredarán. «Es bastante inferior al que poseíamos hace unos años, porque mi padre invirtió todo en esta casa, en la que se volcó, y en la de Soto grande. En el País Vasco queda muy poco, y actualmente está en venta. Esto ya lo dijo Abc. El resto son acciones y valores, que se cotizan, ya digo, bastante menos que hace unos años. En total, puede que no sobrepase los doscientos millones de pesetas, aparte de las dos casas. Y esto es fácilmente comprobable, porque la transmisión patrimonial nos va a costar, aproximadamente, unos cincuenta millones de pesetas».
Expertos consultados sobre este punto apuntan que, en el caso de haber fallecido la marquesa en primer lugar, el paso previo de efectuar la transmisión patrimonial al marques, antes que a los hijos, hubiera hecho ascender el coste de este tramite a unos trescientos millones de pesetas.
Respecto al presunto itinerario seguido por el asesino, éste subió por la escalera y recorrió el pasillo de los dormitorios, de unos diez
Juan de la Cierva: "No puedo pensar en la posibilidad de que el asesino fuera yo o mi hermana"
metros de largo. A la izquierda, ventanas al jardín; a la derecha, la habitación de Mirian, la habitación de Juan y un armario empotrado; al fondo, una puerta; tras ella, un pequeño hall, del que parten la habitación del marqués, con la puerta habitualmente entreabierta, y la habitación de la marquesa, separada de la anterior pieza por otra puerta.El lecho del marqués lo constituyen dos catres unidos a modo de una cama de matrimonio, más grande de lo normal. «Mi padre ocupaba la parte del fondo, cerca del ventanal, cuando lo mataron», dice Juan de la Sierra. A la derecha de la puerta de entrada, un armario empotrado. Mesillas de noche a ambos lados de la cama. En la más próxima a la entrada, dos pequeños retratos: uno es un perfil delicado de la marquesa cuando era niña, con pelo corto, y el otro es del marqués, también cuando niño, maquillado como de payaso. Un artesanal cabecero de madera extiende por encima de la cama las alas de unos pájaros barrocos y policromados. Algo más alto del nivel de la otra mesilla, el cuadro de luces, timbres y alarma.
El asesino se puso nervioso
Se estima que el asesino debió de cruzar la alcoba para aproximarse al marqués. Hay una silla situada junto a otra mesa, frente a los pies de la cama, que dificulta parcialmente el paso en la no muy ancha habitación. Tras disparar la bala de cabeza explosiva, volvió a salir. Pero antes disparó otra vez, y la munición se incrustó en el armario empotrado, a un metro del nivel del suelo, aproximadamente.
Juan de la Sierra no admite hablar de este tema.
Según nuestra información, no serían las huellas del cristal roto, sino la actuación del asesino en general y en particular este segundo disparo, el que decide a la policía a pensar que sólo había un asesino en los dormitorios.
Al parecer, el armario, actualmente ya restaurado y en el que se aprecia el impacto de otro disparo efectuado por la policía, presentaba tras el crimen un orificio diagonal, cuya trayectoria era de arriba abajo. Los investigadores, según fuentes próximas a la investigación, deducen que el asesino tropezó con la silla y se le disparó el arma, así como que se puso nervioso, al menos a partir de ese momento.
También se cree que la marquesa, mientras tanto, se despertó.
«Mi madre», dice Juan, «tenía el sueño muy ligero, desde luego, por lo que a veces incluso tomaba somníferos».
La marquesa se levantaba con frecuencia durante la noche.
El hecho cierto es que la marquesa recibió los impactos en su cama, cuando se hallaba incorporada. Las salpicaduras de sangre en la pared, hasta el cuadro en el que aparecen retratadas Marieta y su madre, así como el gran reguero de sangre extendido por el suelo de la habitación -más pequeña que la del marqués-, hasta la puerta, dejan pocas dudas al respecto. Los dos balazos que hizo el asesino para acabar, a quema ropa, con su vida, parecen ser otros indicadores de que había perdido la calma. Tampoco la marquesa pudo hacer uso de la alarma, cuyo botón, oculto por las cortinas verdes, se sitúa junto al ventanal; ni coger el bastón-estoque guardado detrás de una mesita rinconera junto a la puerta.
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