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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La llamada religiosa del socialismo italiano

Juan Arias, desde Roma, ha sido cronista exacto y rápido de una relativa novedad: la llamada del Partido Socialista italiano a los hombres «preocupadamente religiosos», y muy concretamente a los católicos. Esa noticia de petición, de oferta de diálogo, tiene su prehistoria y su historia acorde en algunos puntos por la evolución señalada por Ignacio Sotelo. La crisis del partido republicano, crisis agravada con la muerte del más que respetable Ugo la Malfa, era también crisis de una singular postura «laica». Los grandes «laicos» de Italia, herederos del antivaticanismo del Risorgimento, contribuyeron a crear desde la política una cierta concepción del mundo, con su honda espiritualidad y con una moral muy estricta: heredando lo que no puede ser visto peyorativamente de la concepción burguesa de la vida, no era raro, sino frecuente, señalar en sus vidas la constancia de un gran amor de grande, apasionada y limpia fidelidad, amor que daba riqueza a la austeridad. Mucho de eso fue pasando a grandes figuras del marxismo y es reciente, bien reciente, el más bello ejemplo de esa concepción laica, de esa vida austera y enamorada: la mujer de Amendola negándose a ser viuda no se suicida, pero muere poco antes de ser enterrado su marido. Como siempre, pudimos anotar el temblor y las lágrimas del presidente Pertini. Matices de esa contagiosa espiritualidad hicieron posibles singulares relaciones con el Vaticano en los tiempos del papa Pablo, relaciones que ahora se revisten de nostalgia y hasta en los campos más inesperados: el más grande, el más celebre de los pianistas italianos, Arturo Benedeti Michelangeli, ha vuelto a tocar en Italia después de doce años de ausencia, pero en concierto homenaje a Montini. El mes pasado, Argan, el ex alcalde de Roma, visitó despaciosamente la exposición Picasso de nuestra Academia, y al acceder muy gustoso a tertulia en terraza, tertulia con artistas e investigadores, hizo un muy bello elogio de Montini: «Desde la primera entrevista como alcalde de Roma, el acuerdo era pleno para luchar por la conservación del patrimonio mo numental, porque lo que para él era «sacro», para mi era testimo nio cultural, histórico». Argan se sabía casi de memoria la car ta del Papa a los secuestradores, luego asesinos, de Aldo Moro.En esta presente petición de diálogo por parte de los socialistas hay, sí, ciertas ganas de adelantarse a los comunistas, pero hay no menos un cierto merecimiento y una visión de crisis en el otro lado. El merecimiento está en que el Partido Socialista italiano puede presentar no ya sólo una clara inquietud cultural, sino realizaciones y buenos proyectos en los sitios y parcelas en los que puede mandar: en mi campo, yo puedo seguir con muy hondo interés sus esfuerzos para trabar el mundo del espectáculo y el mundo de la enseñanza artística, pues la falta de trabazón de esos mundos, grave en los países latinos y gravísima hasta el escándalo en España, es un tremendo fallo de la política cultural. Del otro lado, la crisis cada vez más acentuada en la Democracia Cristiana: la lucha por mandar como sea, la falta de auténtica espiritualidad como consecuencia de esa erótica del mando, la lógica presión de los problemas económicos, la frecuencia de escándalos y estafas, hace que lo de «cristiano» suene a veces a sarcasmo. Tampoco hay un programa de verdadero humanismo: la ausencia de Moro, la decadencia del movimiento «comunión y liberación» son claras causas de esa crisis.

Asistiremos con mucho interés al desarrollo de ese diálogo, que está muy por encima de los tópicos de clericalismo y anticlericalismo. Será necesario luchar contra las secuelas del desengaño, el escepticismo, la prevención ante las ideologías, tantas cosas que aparecen como inseparables de la gran crisis de la sociedad de consumo. En esa petición de diálogo se ve que hay un claro deseo de no presentarse como maniobra derivada de la entrada de los socialistas en el Gobierno, sino como antena de que algo empieza a cambiar, pues si una parte de la juventud italiana fabrica su suicidio moral, y no sólo moral, a través de la droga, otra parte, y no pequeña, abarrota espacios bien amplios para oír hablar a Testori de muerte y de resurrección. Se trata, yo creo, de antenas hacia un intento de espiritualizar una concepción, que yo diría conservadora, de una nueva izquierda». El mundo del espectáculo, cada día más importante desde una perspectiva de sociología de la cultura, puede ser uno de los puentes iniciales de ese diálogo: señalo en el teatro una cierta decadencia de lo «espectacular» a favor de la palabra con ideología; señalo que en esa no desaforada, pero sí arrolladora pasión, pasión de muchedumbre juvenil, por obras como la Novena sinfonía de Beethoven, o la Segunda sinfonía de Mahler -mucho más directa en «significado» que la octava-, hay implícito un deseo de que el espectáculo sea «otra cosa», un camino hacia compromiso no directamente político, compromiso lejanísimo de cálculos electorales, muy centrado en experiencia de «comunidad», pero que puede funcionar, y que ojalá funcione como presión sobre los mismos políticos, en este caso hacia el mismo Craxi, que bien lo necesita. Del otro lado, se espera la respuesta que vendrá no de ambientes curiales, sino de figuras aisladas, de hombres de letras, de quienes creen que una posición «avanzada» en lo social exige también una gran aventura ideológica.

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