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La moda europea vuelve a las "incomodidades" del pasado

Rosa Rivas

En plenos rigores estivales, los máximos representantes de la alta costura europea han presentado sus colecciones de otoño-invierno. Colecciones cuya tónica general es la sofisticación y el retorno a las engorrosas vestimentas de pasadas épocas, ignorando, al parecer, que la mujer de hoy prefiere, ante todo, la comodidad. Pero los modelos son adquiridos por una riquísima clientela y un cierto número de estrellas del espectáculo, quienes no tienen escrúpulo en pagar 210.000 pesetas por una simpleprenda.

París, meca de la alta costura, y Roma, que en estas lides no le va a la zaga, han sido escenario de unas exhibiciones con cierto olor a pasado, a pesar de que la confección de las prendas es de lo más reciente. La cuestión es que la mayoría de los grandes creadores -o dictadores- de la moda, por aquello de que los ciclos se repiten, rescatan formas de vestir abandonadas en su día por su complicación o porque, simplemente, había cambiado el gusto estético de las usuarias.Uno de los estilos de moda retomados, no sólo en la alta costura, también en la ropa de todos los días, es el de los años sesenta, y un primer signo es el largo de faldas y vestidos: por encima de la rodilla.

Courrèges ha sido uno de los modistas apuntados a esta línea. Pero el resto de sus compañeros ha preferido ir más atrás en el túnel del tiempo: hasta el imperio austro-húngaro, la corte de los zares rusos o la de María, la reina de Escocia. Y otros han hecho incursiones en el modo de vestir indio.

No obstante, y como es de rigor, París ha dictado los cánones oficiales de moda. Lo de las variaciones es cosa de las firmas, cuyos diseños -como comentaba Prudence Glynn en el Times, de Londres- llevan ya catorce años siendo novedad. Y he aquí las normas: vestidos de raso, terciopelo y demás materiales de lujo; coloridos suaves, gris, blanco, beis, morado y también negros y marrones; mangas tipo Renacimiento, cuellos Médicis, caderas altas, hombros bien marcados y faldas de amplios vuelos, con pliegues y volantes, o bien ajustados al cuerpo. Y en la cuestión del calzado, las botas serán sustituidas -pronostica París- por botines forrados de piel, escarpines ajustados y sandalias de correas finas con medias oscuras.

Por su parte, Roma quiere ir más a su aire, y los modistas se han propuesto seguir algo así como una contracorriente, con más dosis de imaginación, dicen. Roberto Capucci, por ejemplo, presenta modelos-esculturas, y Chez Lancetti se han inspirado en el folklore suramericano. Pero en las creaciones de ambos, con pedrerías unas y con bordados y abalorios otras, no es la primera vez que se ve algo así. Pese a todo. la moda italiana está alcanzando cada vez más altas cotas de exportación.

Una ocurrencia común a los artífices de los dos centros de moda es el recuerdo del vestido en la Rusia zarista. Mila Schoen ha presentado en Roma su correspondiente colección clásica, y Jean Louis Scherrer, que cuenta a las Kennedy y a la esposa de Giscard entre sus clientes, hizo lo propio en París, ganando por ello el Dedal de Oro, que concede un jurado de 21 expertos en alta costura.

Emanuel Ungaro, que ha cosechado un gran éxito en la exhibición, también ha preferido la línea retrospectiva; concretamente, la de principios de siglo. Y los clásicos Chanel, Pierre Carden, Pierre Balmain, Nina Ricci, el español Paco Rabanne, también han hecho ejercicios de estilo. Chanel, faldas tubulares; Cardin, abrigos con apariencia de quimono japonés; Balmain, unos ropajes entre venecianos y bizantinos, y Nina Ricci, unos vestidos tipo emperatriz, con 48 metros de tafetán negro y 150 metros de finos encajes, o con raso gris y bordados con perlas y oropeles.

Otra prestigiosa casa, Dior, con Marc Bohan al frente, ha preferido unas formas más clásicas, más fáciles de llevar, dentro de lo que cabe. Porque las acusaciones que generalmente recibe de los sectores críticos de alta costura apuntan al hecho de que, tras su pretendido exotismo, no se esconde nada nuevo, y que más bien tiene cierta aura rancia. Pero es obvio que estos trajes no son para llevar en la trepidante vida urbana (en el Metro o el autobús, a una hora punta), sino para algo más relajado, como salir del palacete familiar, entrar en un brillante coche con chófer y llegar a la recepción o gala teatral, donde alguien, seguro, exclamará: « ¡Querida, estás deslumbrante! ».

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Sobre la firma

Rosa Rivas
Periodista vinculada a EL PAÍS desde 1981. Premio Nacional de Gastronomía 2010. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense. Master en Periodismo Audiovisual por Boston University gracias a una Beca Fulbright. Autora del libro 'Felicidad. Carme Ruscalleda'. Ha colaborado con RTVE, Canal +, CBS Boston y FoolMagazine.

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