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Miles de películas mudas y sonoras, recopiladas durante 40 años, destruidas por un incendio en París

Miles de documentos inestimables de todo un período de la historia del cine quedaron reducidos a cenizas, a consecuencia del incendio que, en la madrugada del pasado domingo, destruyó los depósitos que la cinemateca francesa tenía en Villiers-Saint-Frederic, cerca de Rambouillet, a unos sesenta kilómetros de París. El fuego destruyó en unos minutos la inmensa obra de recuperación y conservación que Henri Langlois, apasionado coleccionista de películas, hizo durante más de cuarenta años.

Todavía es pronto para que pueda hacerse el Inventario exacto, o al menos aproximado, de las pérdidas, ya que había varios millares de bobinas en almacenes alquilados por el Ministerio francés de Asuntos Culturales y puestos al servicio de la cinemateca y de le Unión Mundial de Museos del Cine. Se sabe, sin embargo, que la mayoría de las películas destruidas eran copias de producciones norteamericanas y francesas de los decenios 1920 y 1930.Como era un tiempo en que las películas eran impresionadas en celuloide -procedimiento que duró hasta 1950, en que se reemplazó el nitrato de celulosa por el acetato, materia mucho menos inflamable- bastó un chispazo, probablemente provocado por un cortocircuito eléctrico, para desencadenar este incendio sobre los 2.1500 metros cuadrados de superficie que tenían los mencionados almacenes.

Entre los problemas que plantea el inventarlo, uno de los más difíciles es que gran parte de los filmes, total o parcialmente destruidos, no estaban debidamente catalogados, ya que la cinemateca francesa, por falta de créditos suficientes, no había podido terminar la clasificación de las copias depositadas por su fundador, Henri Langlois, en más de doscientos lugares del territorio nacional.

Henri Langlois, fallecido en 1977, era un personaje fuera de serie, cuya vida estuvo siempre polarizada por su afán de obtener y conservar toda clase de películas francesas y extranjeras. Su vocación de coleccionista le llevaba a toda clase de extremos: desde quedarse con copias que le habían prestado, hasta no prestar las suyas más que en contadas ocasiones y mediante una vigilancia constante.

Hubo casos en los qué se mostró particularmente generoso con el festival de San Sebastián -gracias a su amistad con el entonces director del Iguel Echarri-, lo que solía traducirse en el envío de una o dos copias que una funcionaria de la cinemateca llevaba, personalmente, haciendo el viaje en coche cama y guardándolas en su habitación del hotel hasta el momento de la proyección, durante la cual la misma señora permanecía en la cabina, con el operador del teatro Victoria Eugenia, a fin de recuperarlas apenas terminada la proyección.

Langlois desconfiaba de todos y de todo, y guardaba las películas repartidas en numerosos depósitos, la mayoría de los cuales sólo conocían él y algunos de sus íntimos colaboradores. Por eso fue siempre reacio a entregar sus copias a los archivos estatales de Bois d'Arcy, organizados por el Centro Nacional de Cinematografía. Sin embargo, era en esos archivos donde se procede, desde hace tiempo, a trasladar la gelatina filmada de las viejas películas en celuloide a materias de base que no presentan tan graves riesgos de inflamarse.

La catástrofe de ahora pone de relieve que la vocación y el afán de coleccionista no siempre son suficientes, y que vale la pena hacer concesiones a la técnica -y a los organismos estatales que la poseen- aun corriendo el peligro de alguna que otra pérdida.

Con el Incendio de Villiers-Saint-Frederic -en el que hubo llamas de cien metros de alto-, millares y millares de imágenes cinematográficas se han quedado en sombra para siempre.

Con ocasión del 20 aniversario de la fundación de la cinematela francesa ( 1956), Henri Langlois había dicho: «Nosotros vivimos día a día el incendio de la biblioteca de Alejandría ¡y con qué indiferencia! Así se explica la profunda soledad de las cinematecas. Estas no sólo luchan contra el paso del tiempo, que cada vez hace más difícil la investigación y la conservación de sesenta años de cine, sino que también tienen que enfrentarse a la indiferencia universal... El momento es grave. Jamás el peligro de destrucción del cine ha sido tan inminente».

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