Drogados, no enfermos
Los apresados, con muy escasas posibilidades de «desamarre», por el sistema de represión psiquiátrico estamos hartos de que se nos llame enfermos, víctimas de nuestras propias depresiones. Todo el mundo que esté algo enterado del tema sabe del empecinamiento, la pertinacia de los psiquiatras en no soltarnos durante años y años. Es lógico, dado su materialismo, que necesiten hacer rentables sus psicofármacos: viven de su venta en muy elevada medida.Muchos de los que llaman depresivos -entre los que yo me incluyo- jamás estuvimos enfermos. Han sido, simplemente, humillados, drogados, agarrotados por el material químico terapéutico deficientemente empleado.
La sociedad cree que nos ponemos enfermos, y nos menosprecian, y nos lanzan a la cara su cínica compasión. Creen que se trata de una predisposición personal, y están completamente equivocados: hemos sido drogados de forma inhumana.
Nos negamos a aceptar la etiqueta de «enfermos». Somos cabeza de turco del confusionismo psiquiátrico, de la ciencia aberrante, de la mala calidad de médicos psiquiatras jóvenes y maduros que detentan un poder fuera de la jurisdicción de la razón. No se trata de salir del manicomio o no salir, de practicar hospital de día o psicodrama: el manicomio sin el ácido sería totalmente soportable. El miedo, con frecuencia, de los hombres al hospital psiquiátrico no deriva
de la condición de preso o ingresado, aunque esto también sea causa de desesperación, sino del horror a los fármacos. Nos lo tememos nada más ingresar completamente sanos psíquicamente. Allí van a romper nuestra salud psicológica y psíquica. Entramos sanos y salimos totalmente destrozados. Sólo desean nuestra destrucción. ¡Que nos dejen en paz! Especialmente ahora que no solemos practicar la violencia. Que tendríamos que arrogarnos el derecho de elegir la terapéutica adecuada y ésta, por supuesto, siempre sería psicológica, no farmacológica ni electrónica.
Los «neuróticos» -algunos ya, afortunadamente, menos que antes- Ianzamos un poderoso lamento de desesperación y desesperanza en el inmenso desierto de la estulticia, no ya española, sino universal. No hay derecho a que se nos crea enfermos. Siempre estuvimos sanos. Otra cosa es que se nos haga víctimas del neuroléptico de turno, que es, según han dicho personas enteradas, el método que se utiliza contra los disidentes soviéticos y en los campos de concentración de aquel inefable país.
No queremos luchar contra nuestros opresores, ya no emplearemos en lo sucesivo la violencia, pero que destruyan nuestra historia clínica y no nos llamen más. Si una democracia respeta y supervalora a los psiquiatras y a la psiquiatría, que los psiquiatras respeten y valoren sin envidias ni sevicia a las personas en, su poder. Y que no se hable de democracia mientras, impunemente, nos drogan legalmente, convenciendo a la ingenua e hipócrita sociedad de que somos enfermos. Simplemente, víctimas de la psiquiatría. / .
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