Verbos y verduras
Lo decía Cela en su época más audazmente estentórea:-El francés es un español venido a menos.
No es una verdad absoluta, claro, pero sí una verdad relativa y reiterativa, que se renueva cuando a los franceses les entra el mal de España (que a veces ha sido el mal de todo un siglo), a favor o en contra, de Merimée a Gautier, pasando por Pierre Louys, Mailaux y otros intelectuales aviaco. Ahora, el mal de España es negativo, porque somos chivo/vecino emisario de los reveses históricos del, país transpirenaico, y el país transpirenaico va de lado. No quieren nuestro verbo ni nuestra verdura. Hace un mes o así pisaron verduras españolas con tacones de minué de Versalles, al tiempo que dejaban a nuestro Marcelino Oreja de flor de pared, que dicen los yanquis, o sea sin que nadie le sacase a bailar en el minué del Mercado Común. Ahora mismo, numerosos centros de enseñanza franceses deciden prescindir del castellano. El otro. día se lo decía yo a Oiga, eficaz secretaria de le Embajada francesa, qué me recordaba una cena a la que no fui:
-Quedaste muy mal con el embajador. Te esperaba para la cena.
-Mis respetos al embajador, pero mucho peor están quedando ellos con nosotros.
Naturalmente, no vamos a hacer ahora la guerra pueril e incivil de cargar contra la francesada, pero la verdad es que así como uno viene de varias generaciones afrancesadas, las nuevas generaciones están más bien anglosajonizadas y sólo leen francés, en Le Monde y Libération. A De Gaulle, que seguía viendo un Imperio bajo la visera de su quepis, le interesaba el castellano por Suramérica, o sea, los sudocas, y llegó a colonizar culturalmente México. Nosotros, que no somos más que una preprovincia de la OTAN, no interesamos demasiado a Giscard ni a su ministra/verdulera, que no quiere ya la verdura de las eras de nuestros clásicos. Uno no tiene un sentido imperial de la lengua, claro. Uno no tiene un sentido imperial de nada. Uno ni siquiera tuvo un sentido imperial del Imperio, cuando había que tenerlo, pero uno viene constatando hace mucho (y así lo digo siempre en las entrevistas sobre los nuevos valores) que Francia ya no truca a los chicos como nos trucaba a nosotros. Ullán vuelve siempre sobre Barthes y su mineralizado estructuralismo (mineralización de la que Barthes escapó a tiempo, tan de prisa que le pilló un coche). Savater suele volver donde solía, o sea, Bataille y su existencialismo más nietzscheano que sartriano. Y,pare usted de contar.
No creo que esto sea bueno para los españoles ni para los franceses. Sobre todo es malo para los españoles. Personal y modestamente, tengo que decir que Francia es el país que menos se ha ocupado de mis- cosas mediante tesis, tesinas, traducciones y todo eso. Un par de señoritas vinieron a trabajar sobre mis artículos (una muy bella) y otra tradujo un libro mío. Ingleses y yanquis, la Europa que se entiende en inglés, parecen hoy culturas mucho más vivas y expansivas, que llegan en su curiosidad incluso hasta mi casita de papel en esta columna, que ya es llegar. En otoño sale mi libro Mortal y rosa en Manhattan. Uno no es síntoma de nada, pero todo es síntoma de todo y digo, más bien con melancolía, que Francia no es hoy la vanguardia cultural del mundo, sino que viene agonizando burocráticamente en sus nuevas generaciones ministeriales -nueva ola, nueva novela, nuevos filósofos-, hasta ese Henri-Levy que he visto anoche regrabado en casa de los Azpiazu, y que tiene algo de tenista anémico de la Costa Azul dándole raquetazos y lanzadas al moro muerto del PCF. Quizá mayo/68 no fue sino una rabieta contra tanto muermo¡ pero los escritores de barricada cobran -hoy de Gallimard, y nuestros jóvenes memoriones se enrrollan mejor en inglés. Carroza como es uno, sigue doliéndole la Francia.
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