El juego de la Corona
Hemos sido tan ambiguos, o tan interesadamente imprecisos, o tan recelosos, en las atribuciones a la Corona en la Constitución, que la experiencia nos está diciendo que el deterioro, o el desgaste, de un Gobierno, y hasta del Parlamento, podría afectar al Rey. España está constituida en una Monarquía parlamentaría y ello quiere decir que el Parlamento es quien recoge la política de las cosas, de los acontecimientos y de las ideas; del Parlamento nace el Gobierno de la nación, y allí tiene lugar la fiscalización de los actos de gobierno y el control del poder. Pero en nuestro país el sistema electoral proporcional y la estructura política de los españoles -con sus orígenes sociales e históricos- no han producido una mayoría absoluta en un solo partido para gobernar, sino una minoría mayoritaria que necesita asistencia parlamentaria para hacerlo. Aquí nadie puede gobernar de manera pura, con arreglo a su programa, sino de modo impuro, aceptando otras imposiciones, que suponen una mezcla de ingredientes políticos, ideológicos y de actitudes. En la primavera de este año se produjo la primera moción de censura al Gobierno y el partido en el poder quedó aislado con sus únicos efectivos. Este mismo Gobierno había alcanzado en su investidura más de 180 votos, mientras que en esta moción de censura a que. me refiero se había reducido a los únicos diputados que tiene, a 166. El deterioro del Gobierno era evidente, y su aislamiento muy grave. Precisamente este suceso es el que movió a la reunión del embalse de Santillana, por que los personajes más característicos del partido en el poder empezaron a alarmarse ante este deterioro. El Gobierno de UCD iba cuesta abajo. Siempre, en cualquier Gobierno democrático, el gran responsable de los desgastes o de los deterioros es el presidente, y así ha tenido lugar a lo largo de la Historia, y en todos los países demócratas del mundo. Las crisis de los Gobiernos son especialmente de sus titulares. En el embalse de Santillana se acordó -según parece- que en lugar de personalizar el Gobierno y el partido la figura de Adolfo Suárez se colegiaría la dirección de este partido en una docena de sus personajes, elegidos como los más característicos en la representación de este partido, y a los que se designaba burlonamente como los barones. Lo que vaya a suceder, después de esta colegiación, está por ver. Pero lo que ya está visto es que el partido en el poder está aislado en el Parlamento. Lo logico -como dije en otra ocasión- era que un mínimo de grandeza política hubiera aconsejado al presidente del Gobierno a plantear inmediatamente el voto de confianza, que establece igualmente la Constitución, una vez que la moción de censura no había prosperado por no alcanzar los votos necesarios que establece la Constitución. Con otro presidente que no hubiera sido Felipe González, más armonizador del conjunto, habría salido. Pero los socialistas no querían otra cosa que el «desgaste del Gobierno». Pero el presidente Suárez, que tiene más ganas de sobrevivir políticamente que de adornarse de sacrificios heroicos, no planteó el voto de confianza puesto que sabía que lo iba a perder. La política moviliza más la astucia y las tragaderas que la moral y el razonamiento. Por eso cuando dice José Luis L. Aranguren que los intelectuales «no tienen nada que hacer en política» hace toda una confesión patética.Si el Rey, que tiene el encargo de la moderación y del arbitraje para regular el buen funcionamiento de las instituciones, hubiera tenido jurídicamente bien claras las atribuciones de esa moderación y de ese arbitraje, le habría planteado al presidente del Gobierno este dilema: o plantea el voto de confianza o trata de alcanzar una nueva mayoría para seguir gobernando. Sin esto no se puede funcionar. No ha podido hacerlo el Rey, y entonces al padecer todo el sistema democrático el deterioro insalvable del que es titular el Gobierno, lógicamente salpica a la Corona, porque sin arte ni parte en nada, forma parte de un conjunto que se llama Monarquía parlamentaria. Dudo mucho que haya algo gasificado en la Constitución que no pueda ser resuelto mediante una interpretación de intenciones. Esto tendrá que hacerlo más de una vez el Tribunal Constitucional. ¿Por qué no puede hacerlo el Rey con su clara atribución de moderación y arbitraje? Sin estas atribuciones realizó, justamente, «el episodio Arias Navarro». Arias no podía hacer la democracia; Suárez no puede conservarla. Naturalmente, me refiero a una operación con el Parlamento, y no a sus espaldas.
Pero el presidente Suárez y sus jóvenes maquiavelos -que no turcos- han estimado ciertamente que es necesaria esa gran mayoría, puesto que de otro modo no se puede sobrevivir; han echado un vistazo a la clase política y al Parlamento y han puesto su meditación en cinco grupos, que son los catalanes, los vascos, los mixtos, los andaluces socialistas y Coalición Democrática de Fraga, con su peculiar mosaico. Su reflexión ha sido la siguiente: bien los catalanes, que son negociadores y no son violentos; a los vascos no se les puede pedir más que neutralidad; a los mixtos no se les puede pedir nada homogéneo, porque son antagónicos y diversos; los andaluces tienen metida la espina del 28 de febrero; y Fraga perturba a cierta ala del partido en el poder, y tiene sobra de personalidad. Todo esto quiere decir que hay que alcanzar la nueva mayoría con los catalanes en exclusividad, con cierta actitud distraída Y láctica de los vascos, y con algunos votos aislados de los otros grupos hasta sumar esos 176 votos patéticos y soñados por Adolfo Suárez. Los catalanes y los vascos, que conocen la debilidad o fragilidad actuales de UCD, van a pedir la luna, y Adolfo Suárez hará todo lo que esté de su parte para ofrecérsela entera o en rodajas. ¿Pero qué es entregar la luna a unas nacionalidades tan específicas, históricas, prestigiadas, asistidas, y hasta conflictivas, como son las de los vascos y los catalanes? Hay que saber en seguida cómo es el Estado, y esta no es una preocupción de Suárez como monumento jurídico, sino corrio transacción política. ¿Y puede, la Corona estar al margen de todo esto? Entiendo que no, porque la Corona titulariza la jefatura del Estado, y es símbolo de su unidad y permanencia, de acuerdo con la Constitución. El sueño de que la Corona fuese la pieza de unión o de engranaje de un sistema federal, donde los vascos empiezan por desear, aunque no lo demandarán inmediatamente, la autodeterminación, es un disparate. No hay otra pieza constitucional que el Estado. El Estado es lo que no se ve ahora mismo. La fragilidad del Estado debilita a la Corona, porque son dos realidades ensambladas.
Pero todavía hay más: un Gobierno que ofrece un inventario de su actuación tan grave como el actual, en el que aparece tina crisis económica muy grave, un paro creciente, un terrorismo cada vez con más acento, y una pobreza de
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resultados tan evidente en nuestra política exterior, lleva aparejado un descrédito del Parlamento, que no es capaz de aliviarlo o resolverlo.; y una crisis general del Estado, que titulariza el Rey Un nuevo Gobierno con los catalanes -que van lógicamente a lo suyo-, para contentar también algunas ambiciones del partido recogiendo la colegiación del embalse de Santillana, no es fórmula satisfactoria. La única solución está en el Parlamento mismo, y consiste en que UCD promueva una fórmula que pueda ser aceptada por los socialistas y por otros grupos parlamentarios, ya que hay que hacer dos grandes operaciones en los meses próximos: una de ellas es proseguir el desarrollo constitucional, que va a necesitar el consenso en algunas leyes; y otra, contar con el apoyo parlamentario necesario para llevar adelante actos de gobierno de verdadera importancia.
El Rey es en estos momentos la figura más acreditada de la nueva democracia española. Tiene una gran prudencia, un fino instinto político, y el mayor crédito internacional. Ahora se está pasando la vida templando gaitas y calmando a determinados sectores, desde los políticos a los militares. A un Rey no se le puede poner en esta situación. Los asuntos tienen que resolverlos los políticos, y el Rey debe ser esa figura alejada de toda contienda, para que efectivamente sea un símbolo de la unidad y permanencia de España. No sería acertado hacer un Gobierno-remiendo para llegar a 1983, y alcanzar así en precario la supervivencia contra los intereses generales de la nación. La solución no es otra que la de alcanzar una gran mayoría parlamentaria, con un presidente no discutido, precisamente hasta 1983, que pueda afrontar la creación del Estado de las autonomías en donde, a estas alturas, ya se sabe claramente qué es lo que quieren los vascos y los catalanes en principio; y lo que pueden' querer las otras regiones. El asunto más grave es el vasco, y procede que se afronte por un Parlamento no fracturado, y con la Corona en esta gestión difícil. Este Gobierno debe manifestar claramente cuáles son nuestros compromisos y ofrecimientos en el mundo occidental, al qué pertenecemos; y, finalmente, debe asumir la cuestión económica, hablando al país con valor, ofreciendo al empresariado ilusión, y al proletariado justicia y calma. Estos son los grandes objetivos y así es como tiene que hacerse la nueva situación. Por eso, en el supuesto de que primen los aspectos de la pequeña política y de la supervivencia en el poder, por encima de los otros, el daño y el riesgo se acercarían a todos aquellos que componen un sistema, y que son los partidos, los sindicatos, el Parlamento y la Corona.
Disraeli dijo aquello tan celebrado de que se podía edificar un trono con bayonetas; pero desgraciadamente era imposible sentarse encima. Y recordando a aquel famoso político inglés, podría decirse que no es menos imposible sentar un trono sobre una Constitución, si ésta no hace posible salvar la Corona contra el riesgo del fracaso de los políticos.
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