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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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La España de los "barones"

El laborioso discurso del presidente ha firmado por sorpresa el acta de defunción del artículo 151 de la Constitución, a un año escaso de su nacimiento y dos meses después de que Andalucía volcase espectacularmente sobre él su afán autonómico. Un ejemplo más de la curiosa campaña de «relaciones, públicas» con que el partido del Gobierno castiga tozudamente al sur del país. ¿Qué ha hecho Andalucía al señor Suárez para merecer semejante trato?: darle una buena suma de votos «útiles»; útiles para él, que puede utilizarlos a su antojo desconociendo sus graves problemas.La «abolición» del artículo 151 -con visos de reforma constitucional por vía de discurso- fue preparada (con la anuencia del PSOE) por la ley orgánica de Modalidades de Referéndum. La ha precedido hace días la estratégica filtración de los nombres de «iIustres maestros de derecho » (lo son, aunque así los califique interesadamente un portavoz oficioso de la Moncloa), que habrían asesorado un supuesto modelo de «España de las autonomías». En política es siempre más importante el intérprete que la partitura; es fácil predecir que el resultado no será muy distinto del propuesto en octubre pasado por Martín Villa. Las novedosas y eminentes citas a pie de página cumplen una función de «marketing», porque Suárez sabe que su fiel Rodolfo es capaz de hundir la presentación en sociedad del mismísimo sistema métrico decimal. ¿Qué pueden esperar los andaluces del nuevo invento?

Suárez y los "barones"

No es difícil despejar la incógnita si se parte de un postulado simple: cada partido lleva en su propia organización el modelo de Estado que aspira a implantar. Pretender que la UCD sea autonomista es corno pretender que lo sean de verdad los defensores del «centralismo democrático». Aunque la mona se vista de lagarterana...

Nadie ha olvidado la génesis de UCD: una serie de figuras de la oposición democrática a la búsqueda de la plataforma política capaz de facilitar al país un cambio sin ruptura; un grupo selecto de lo más franquista del franquismo ansioso de aprovechar el instinto de conservación y la capacidad de esperanza (quizá trasunto poético de lo anterior) de una derecha dispuesta a la cirugía estética. Suárez desembarca, brujulea atinadamente, y se dispone a poner en práctica lo mucho que tenía aprendido.

¿Cómo pasar del Movimiento Nacional a un PRI a la mexicana? Esta es su «transición». Necesita pedigree democrático, como los que se lo brindan necesitan votos (los que no pudieron obtener Ruiz-Giménez o Gil Robles). Los honra oficiosamente con el título nobiliario de «barones» y les permite ciertos escarceos cortesanos; a los más inquietos les aplica la lija del desgaste ministerial: Camuñas, Fernández Ordóñez, Fontán ... ; se rodea de fieles servidores (Rodolfo, Fernando ... ) encargados de llevarse las bofetadas, mientras el cuerpo aguante, y cuenta ya quizá con su «tapado»... para dentro de cincuenta años (único fruto de la reciente «remodelación»): Calvo Ortega.

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Pero entre los «barones» hay uno que desentona: no ha estado presente en el franquismo ni en la oposición democrática; no se alinea en ninguna de las corrientes con homologación europea, previsibles embriones de los nuevos partidos; es un «barón» regional que aporta los posibles votos del centrismo de media Andalucía, ganados con años de prestigio y honradez: se llama Clavero.

Explotar el éxito

Suárez afronta el tema autonómico con la misma alegre osadía que le había dado éxito en no menos delicadas empresas. Se trata de reproducir a nivel regional la operación UCD. El País Vasco y Cataluña aportarán el pedigree; el resto del país se verá empujado a la fiesta regional para poder recordar a los anteriores en su momento que en la democracia el número es decisivo. La cosa no parece ir mal: Tarradellas no es tan fiero como lo pintaban y el PNV se deja querer el resto del país va sacando su entrada autonómica gracias, en buena parte, a los denodados esfuerzos de UCD en ayuntamientos y diputaciones.

Los barones autonómicos no dejan de mostrarse quisquillosos, pero -también aquí- la alusión al enemigo común, la izquierda, es mano de santo. Cuando Suárez oye hablar hoy con énfasis de sus «fracasos» en Cataluña y el País Vasco sonreirá para sus adentros. Garaikoetxea y Pujol no son más tontos que Garrigues o Fernández Ordóñez y acabarán, aprendiendo el juego. Pero el menos político de sus barones se empeña en aguarle la fiesta.

Andalucía, 28 de febrero. Clavero renuncia a la «sangre azul» (y al banco haciendo juego), porque no ha olvidado quiénes le otorgaron realmente su «título nobiliario ». Con ello se gana el respeto y la admiración de la otra mitad del centrismo andaluz, y el referéndum desborda las previsiones más optimistas de una izquierda que intentaba a duras penas disimular su escepticismo. Suárez intenta ahora que el tiempo cicatrice la herida. A los andaluces -ya se sabe- les gusta la jarana, pero cuando llegue la resaca no los moverá ni una grúa...

A la espera del Partido, Andaluz

El juego sigue y por ahora sólo juegan tres. Suárez anuncia a los barones autonómicos recortes «horizontales» de sus estatutos; Garaikoetxea juega al despiste entre cotidianas ráfagas no menos horizontales; Pujol ha aprendido mucho del mago abulense: Suárez no debe olvidar que antes de fin de año podría haber socialistas en el Gobierno catalán, y una mayoría oficiosa más cómoda no le vendrá mal en Madrid... ¿Y Andalucia? El 28-F perdió jurídicamente (todo estaba atado y bien atado), pero moralmente ganó su derecho no al articulo 151, sino a la transitoria segunda: se convirtió en una comunidad autónoma «histórica».

Rojas Marcos sigue cumpliendo un papel meritorio, a medias entre la intuición y el escarceo provocativo, pero su grupo sólo coloca el rótulo de «Partido Andaluz» los días de fiesta: en Televisión o en campañas electorales; los días laborables se empecina en insistir en que para ser andaluz hay que ser socialista. No llega a afrontar la decisión histórica de ofrecer a Andalucía el partido interclasista que necesita. Clavero rumía posibilidades y hace laboriosas cuentas: tiene electorado, se va encontrando con cuadros casi sin necesidad de buscarlos (lo de febrero no fue un carnaval episódico); le falta adoptar también su decisión histórica. Sin un partido andaluz interciasista, o sin un juego de bipartidismo andalucista que erosione el bipartidismo centralista, los andaluces no conseguirán su «baronazgo». Para Suárez eso es la condición imprescindible para tomárselo en serio; para Andalucía, es la única oportunidad de demostrar que es mucho más que una pieza cortesana: una clave decisiva del Estado autonómico español.

Andrés Ollero es profesor adjunto de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada.

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