Larga espera de los familiares en Chamartín
El dispositivo montado por Renfe en la estación de Chamartín para la recepción de pasajeros del Talgo accidentado en Torralba y atención a los familiares se limitó a un grupo de señoritas que en la isleta central del vestíbulo trataban de confirmar si los nombres que pedían los familiares correspondían con una incompleta lista de viajeros. No existía lista de heridos, fallecidos o trasladados. La angustia de los que esperaban a alguien se distribuyó en plazos que coincidieron con la llegada del ferrobús, alas 0.10 horas; el primer autobús, a la 1.30 horas y los dos autobuses restantes, a la 1.35.A la 1.45 de la noche del miércoles, después de que los 160 viajeros del tren Talgo siniestrado en Torralba llegaran a la estación de Chamartín en tres autobuses alquilados por Renfe, un grupo de trabajadores del turno de noche en la estación, que previamente habían ayudado a los viajeros y habían tratado de consolar a algunos de ellos, se reunieron frente a la parada de taxis del andén para comentar lo ocurrido.
Según ellos, es inexplicable que un tren al que se considera el más sofisticado de los que circulan por este país, al que se llama «el dos caballos de los trenes», por la endeblez de su carrocería, y que circula a unas velocidades que en ocasiones alcanzan los 140 kilómetros por hora, esté sometido a la regulación de unos sistemas de señales arcaicos.
Curiosamente, los trabajadores de la estación de Chamartín sentían como propia la responsabilidad de un accidente, uno más que, según ellos, obedece a una falsa concepción del desarrollo del transporte por ferrocarril. «Es imprescindible que, antes que confort, rapidez e incluso higiene, se ofrezca seguridad al viajero. Los sistemas de señales no pueden depender para su funcionamiento de la intensidad de una tormenta, porque por allí va a pasar un tren a 120 kilómetros por hora».
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