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El exceso de corredores, máximo peligro de los encierros de Pamplona

José Antonio Sánchez y Vicente Risco murieron el domingo después de ser corneados por Patirrota y Antioquio, dos guardiolas con unas astas como puñales, junto al ayuntamiento y en la plaza de toros. Ellos han sido los últimos protagonistas del lado trágico del mayor espectáculo de los sanfermines, que en lo que va de siglo se ha cobrado doce vidas. El pasado domingo pudo haber sucedido una tragedia de proporciones incalculables. Mientras el recorrido es el mismo, por calles estrechas del casco viejo, y los toros no han variado de tamaño, el número de corredores aumenta cada año y, especialmente de forma peligrosa, los fines de semana de cada sanfermín.

El encierro de los toros de la ganadería de Guardiola, que ya el año pasado alcanzaron a un joven granadino, que resultó con heridas de pronóstico grave, tenía que ser peligroso por necesidad. Las vallas que sirven de refugio para los corredores estaban atestadas de mirones; el recorrido, lleno de personas que no corren pero que quieren entrar en la plaza por el callejón. Los burladeros parecían el graderío sur del Bernabéu. Con estos antecedentes, la tragedia tenía muchas posibilidades de llegar.Con el disparo del cohete, se abrieron las puertas de los corrales y los morlacos de la ganadería de Guardiola comenzaron la carrera hasta la plaza de toros, arropados por los cabestros. Los primeros sustos y caídas fueron en la Cuesta de Santo Domingo, en donde la manada se echó encima de los corredores, algunos de los cuales se fueron al suelo. Al suelo también cayó un toro, Patirrota, con el cincuenta y pico, que comenzó el recorrido en solitario, con el. enorme riesgo que supone.

Patirrota arrancó por la derecha y, junto al vallado de la Casa Consistorial, empitonó por el estómago al joven José Antonio Sánchez, de veintiséis años, natural de Cintruénigo (Navarra). Fueron momentos dramáticos y desgarradores, porque el toro enganchó a José Antonio en el vallado y lo arrastró a treinta metros colgado de un asta, hasta soltarlo frente a Caso Unzu. Era tal la aglomeración de gente que los hombres de la Cruz Roja no podían sacar la camilla para llevar al herido hasta la ambulancia. Cuando por fin pudo ser evacuado, José Antonio Sánchez llegó al hospital de Navarra casi cadáver. Fue llevado directamente al quirófano, en donde se le hicieron transfusiones de más de quince litros de sangre, que no sirvieron para nada. A las diez y media de la mañana dejaba de existir sobre la mesa de operaciones. Media hora después llegaban al hospital sus familiares. Su novia, María José Chivite, con quien pensaba contraer matrimonio el próximo 23 de agosto, tuvo que ser retirada en una camilla al conocer la trágica noticia. Según han declarado los familiares de la víctima, José Antonio Sánchez era un gran aficionado a los toros, hasta el punto de que tenía el carné de novillero.

Mientras el resto de la manada continuaba su camino hacia la plaza de toros, Patirrota, al paso, recorrió la Estafeta mirando a un lado y a otro, como si estuviera aturdido. Los mozos tuvieron que sudar hasta conseguir que llegara a la plaza de toros. Allí, el morlaco que había entrado en quinto lugar, volvió a convertir el espectáculo en tragedia. En un derrote a la derecha, Antioquio corneó a Vicente Risco, de Orellana la Vieja (Badajoz), de forma impresionante le enganchó por el estómago, le tiró al suelo y allí volvió a ser golpeado por el toro, la cogida era irreversible: mientras le trasladaban a la enfermería, muchos espectadores pudieron comprobar cómo llevaba colgando parte del paquete intestinal. A los tres minutos de entrar en el quirófano de la plaza, en donde se habían comenzado las transfusiones de sangre, moría irremisiblemente para desesperación del equipo médico que dirige el doctor Armentáriz, que no pudo hacer nada por salvar la vida del herido.

A Patirrota tuvieron que ducharlo antes de salir a la arena, durante la corrida, porque tenía un cuerno teñido de rojo y la cara manchada de sangre. Nadie quería volver a recordar la tragedia vivida unas horas antes. Su cabeza, con dos astas como agujas, se la ha quedado un coleccionista para disecarla. A pesar del trauma y de los muertos, el encierro continuará porque en Pamplona todo el mundo es consciente del riesgo que entraña. No se obliga a correr a nadie y todos los mozos saben, en mayor o menor medida, el peligro que supone participar, lo que sucede es que efectuados como el del domingo pasado, con miles de personas en el recorrido, de los que sólo unos pocos, no más de 150 ó 200, corren delante de las astas, no pueden volver a repetirse porque no se debe aumentar el peligro natural con otros riesgos añadidos.

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