La cuarta clase
Las sacudidas y los giros que los últimos acontecimientos han propinado al caleidoscopio político español van a traducirse, para muchos, en nuevas formas de cristalización y configuración políticas.La nueva situación parece ex¡gir nuevos «modelos» -que hay que inventar- y nuevas «metas» para los españoles -que hay que descubrir-, lo que ya representa ex ante una transformación del vigente patrón de cambio.
La imagen de la futura estructura política española permanece en la nebulosa de los «idus de octubre», pero la situación presente puede ofrecer, a mi juicio, la clave determinante: la aparición de una. «cuarta clase» en la cancha del juego político.
Bien es cierto que la burguesía ha jugado -y juega- su papel, al igual que el proletariado. Pero las grandes transformaciones nunca las han producido los «políticos», ni los guerreros, la burguesía ni el proletariado, sino el grupo humano que integra la «cuarta clase»: los que hoy viven de alquilar ,su «mochila de conocimientos».
Sus ideas, a través de los siglos, han sido las decisivas para mejorar la condición humana. Ellos fueron los dominadores del fuego, los que crearon el alfabeto y la rueda, los que tuvieron la idea de plantar las primeras semillas, los que inventaron las redes, las velas y el sextante, los que observaron el movimiento de los planetas entre la confusión de las estrellas, los exploradores del interior de la célula y del átomo, los que investigan el fondo del mar o el subconsciente, los diseñadores de naves espaciales, los que imaginaron la televisión y la computadora, los forjados de sistemas sociales, los gestores de organizaciones económicas públicas y gerentes de las empresas privadas, en fin, los que con el esfuerzo intelectual y profesional han hecho avanzar -más que ningún otro- nuestra especie, en su largo camino desde el antropoide hasta el hombre de hoy.
Sin embargo, la «cuarta clase» jamás ha ocupado hasta ahora el poder.
Tanto los hombres de ciencia, como los gerentes, los periodistas, los ingenieros, los técnicos, los profesionales, los funcionarios, los pensadores y los artistas han sido controlados, hasta ahora, por grupos sociales que no representan sus intereses.
Habitualmente, la «cuarta clase» (sin conciencia de tal) ha servido -servilmente muchas veces- a los orientadores de la historia, a tiranos o deimagogos emperadores o señores feudales, a los burgueses y al gran capital, a los fascismos, a las dictaduras proletarias y a las democracias.
La «cuarta clase» (sin conciencia de tal) ha actuado siempre como mamporrero de todos los. estados y grupos sociales, a los que ha proporcionado ideologías, estructuras jurídicas, teorías económicas o políticas, capacidad de organización, o argumentos de propaganda, defendiendo causas que jamás han sido la que en realidad debería ser la suya.
Esta naciente «cuarta clase» (ahora ya con conciencia de tal), capaz de crear un nuevo modelo de sociedad en España, comienza a comprender que sus intereses no coinciden con los de la burguesía tradicional, el campesinado, el proletariado ni las clases medias, aunque sus componentes hayan militado, hasta ahora, en uno u otro de esos grandes grupos sociales con los que han creido identificarse.
Esta nueva clase histórica está comenzando en nuestro país a tomar conciencia de su existencia y de su poder, y se dispone a ocupar el puesto que hasta ahora se le ha negado.
La nueva clase no está formada por «tecnócratas benéficos», ni quiere ser «clase dominante», ni debe ser «aliada de las viejas clases», ni menos «sirvienta del poder». La nueva clase es más bien una burguesía cultural, cuyo capital no es su dinero, sino su dominio de culturas y técnicas valiosas, y una de sus ideologías públicas es el profesionalismo.
La «cuarta clase» -que quiere cohonestar, a través de su capital cultural, el poder y el bien- tiene la nueva legitimidad que da la ciencia, la moral, la tecnología y el profesionalismo, para ocupar -como tal clase- una destacada banda del incompleto espectro político español.
Tratar de remansar y encauzar definitivamente la postransición española -o tratar de resistir la crisis- sin el concurso político de la «cuarta clase» es desconocer la realidad social y los sentimientos de las escépticas gentes.
UCD se mantierfe en un peligroso equilibrio inestable del que sólo podrá salir «cayendo a estribor» y constituyéndose en la derecha moderna que el país espera. El PSOE, para otros tantos, ha llegado al tope de sus posibilidades en su corrimiento hacia el centro, porque la indispensable «O» de obrero -que ostenta en sus siglas- hace que el conjunto de sus intereses y los de la «cuarta clase» tengan por definición una intersección mínima.
Si los partidos políticos -seamos prácticos- defienden, en definitiva, intereses concretos y parciales, los de la «cuarta clase» no han encontrado todavía -compruébese las abstenciones electorales- su estructura natural de acogimiento.
Muchos profesionales -como si, fueran platos de segunda mesa- no se sienten cómodos en los ámbitos de los partidos políticos en presencia. Y la recíproca también es cierta.
De ahí que no sea ninguna utópica tontería hablar con gráfica frase de la necesidad de un «partido-bisagra» que agrupe a los españoles alquiladores de su «mochila de conocimientos».
La descomprometida «cuarta clase» tendría el justo encaje en el hipotético «hueco» que, según bastantes, existe entre los dos grandes y necesarios partidos políticos españoles. Se trataría, en tal supuesto, de buscar un líder y lanzarlo.
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