Rapsodia in blue
Y cómo me has tocado en el corazón del bosque de mis helechos arborescentes -Vázquez Montalbán habla en La Calle del «bosque de Umbral»,- cómo me has tocado, Sopeña, cura, escritor, amigo, que llevas tantos años haciendo cura de almas caídas en el purgatorio de la música, adonde yo caí, desde un helecho, pasando por el cuadro de las ánimas que había en mi alcoba infantil italiana, crepitando para siempre en la Rapsodia in blue de Gershwin, que he programado una y otra vez cuando llevaba la programación musical de una emisora (esto para los que me consideran sordo de alma y música), porque el programador, como el escritor, programa para sí mismo, escribe para sí mismo, y yo no he escrito otra cosa en mi vida que la Rapsodia in blue de Gershwin, en verso y prosa, porque es la música que me constituye y que he/hemos cantado bajo la lluvia toda una generación prontofranquista, cuando el romanticismo norteamericano era para nosotros todo el romanticismo, cuando Gershwin era toda la música, incluido el bujarrón Verlaine y todo lo que ve nacer de ella, y cuando los yanquis parecía que empezaban a diseminar democracias por Europa, de Normandía en adelante, eso creíamos nosotros, ayer cené con Rosalynd Carter y estuve a punto de pedirle que me tararease la Rapsodia in blue, como se lo tengo pedido a otras damas de América, menos altas/calandrias. Entre Lincoln y Gershwin nos habían hecho creer que América era, al fin, la libertad.Ya Hegel se fiaba poco de América. Y nadie ha mirado la Historia desde tan alto como Hegel. Aguistín Cano, cónsul general de España en Francfort del Main, me invita a volver a la música, escribir sobre ella, al mismo tiempo que tú, Federico, me hablas del jazz profundo que vuelca sus odres oscuros en el jarrón barroco o romántico de Berstein, Schubert y toda la basca. De tales coincidencias nace cada una de estas crónicas, que no son sino un a acumulación espontánea de hechos que dan por sí mismos un corolario, un lugar de encuentros, una casita de papel, canción para después de una guerra, La casita de papel, que yo he alternado con Gershwin toda vida, en mi programación musical interior de cada día, hilo musical del que vive con el alma en un hilo y canta para adentro al afeitarse la barba de muerto. Así, hasta el rock/nenuco y el rock/macarra de ahora mismo, aunque Agustín Tena me diga de madrugada, entre los bosques de coníferas que Madrid respira de noche:
-Tengo ganas de orinar en la columna de Umbral.
Gracias, Federico, cura, glosador de la música, Sopeña, tan leído por mí en tus colaboraciones de hace treinta años, y hasta hoy, porque me has tocado en el centro de la manzana, has aplicado una punta ardiendo de la música a lo más combustible de mi yo de amianto y de sintaxis, y así como entre el jazz y Gershwin perdimos la adolescencia gamberra y la juventud adecentada sólo de versos, ahora entre el rock (hijo blanco, violento, espúreo, y nuestro del jazz) y la maría volvemos a perder el tiempo y la esperanza, porque Estados Unidos de América nos visita/ataca de nuevo, y uno, que ama la América de Miller/Emily Dickinson/Amy Lowell/Cole Porter/ Mailer/Cary Grant/Gershwin/ Gingsberg/Kerouac/Pollock/ Lana Turner, parte desde ese sueño hacia la cena con la señora Carter, que puede borrar con una sola sonrisa dentífrico-automática toda la mitología de infancia y celuloide, cuando iban a hacernos libres.
Querido cura, capellán polifónico del cristiano que fui: queríamos autoconstruirnos de música y democracia, cuando chicos, de Gershwin y Caballero sin espada, la libertad y la justicia cinematográficas de Frank Capra.
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