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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ganar después de morir

LA MUERTE es, probablemente, un precio demasiado alto para un primer ministro para que su partido gane unas elecciones. No sé puede ofrecer como consejo a los partidos en apuros. En Japón, la muerte del primer ministro Ohira ha resultado brillante para el Partido Liberal Democrático, que ha mejorado en 36 escaños los resultados de hace ocho meses, y que, con un total de 284 en la Cámara baja, se asegura una mayoría absoluta (el total de diputados es de 511) para gobernar sin problemas. Unos días antes de la muerte de Ohira, el PLD había perdido una moción de censura, estaba dividido y sus barones se disputaban el poder. Se pronosticaba la posibilidad de que tuviera que formar una coalición, lo cual sería histórico: una especie de ruptura con el pasado próximo (desde el final de la guerra). La caída del PLD no era solamente una cuestión momentánea: llevaba años perdiendo peso. Desde 1969 no tenía la mayoría absoluta de los votos; desde 1976 había perdido la mayoría de los escaños. El salto hacia adelante ha sido notorio.Aunque el electorado japonés sea muy emotivo, aunque su manera de abordar la democracia sea todavía rudimentaria y primitiva -su finura, su sabiduría tradicional iban por otros caminos durante milenios-, quizá no sea suficiente explicación la muerte de Ohira para explicar este renacimiento de un partido acusado muchas veces de corrupción, de excesiva escolta a la política americana en Asia y a las directrices económicas de Washington, desgastado por un poder largo y dividido entre demasiadas cabezas. Pero no hay otras muchas explicaciones racionales, sobre todo si se tiene en cuenta que las elecciones anteriores se habían celebrado hace muy poco tiempo (octubre de 1979), como parajustificar el vuelco de la opinión. Pocos meses, en los que, bien mirado, han pasado muchas cosas: el tema de Irán y el de Afganistán -que no dejan de sendos temas asiáticos-, el crecimiento de las dificultades en la adquisición de productos energéticos, que es grave para un país industrial -uno de los siete con asiento en Venecia-, y la crisis económica y monetaria mundial, que a su vez son graves para un país muy vendedor y poco comprador. Parece que el japonés ha obedecido una regla clásica universal, que parece demostrarse más allá de razas y culturas, que es la de agruparse junto al poder establecido en momentos de apuro: véanse las ganancias de Carter en las primarias, cuando todo ha ido sucesivamente mal. En cuanto a por que un pueblo tiene este reflejo de reforzar el poder en lugar de producir un cambio cuando todo va mal, es un misterio todavía. Puede proceder de viejos problemas religiosos inspirados por eljefe de la tribu o de la horda en tiempos remotos, con los que nuestro conservadurismo arcaico tiene muchas raíces.

La votación japonesa ha tenido el alcance de negar al Parlamento la moción de censura adoptada el mes pasado. El miedo a ser gobernado de pronto por el arcano de la oposición, que no ha podidojamás entrar en el poder, ha debido tener gran parte en todo ello. El segundo partido del país, el socialista, no ha recuperado ni un solo escaño de los que ha ido perdiendo en años anteriores: su éxito es no haber perdido ninguno esta vez. Todos los demás han dejado diputados entre las uñas de los electores, con la excepción del Nuevo Club Liberal; a los comunistas se les fueron nueve; al Komeito -budista-, diecinueve; a los socialdemócratas, tres. No hay ya más que once independientes, en lugar de veinticuatro. El Nuevo Club, que gana ocho, no es más que una secesión identificada -hay otras que siguen siendo interiores- de los liberales demócratas: su ganancia indica que es precisamente esa política de centro-derecha la que gusta ahora. El escaño .que gana el Partido Socialista Unificado -pasa de dos a tres- es puramente incidental.

Aplicando reglas generales, parece que Japón, por encima de todas sus peculiaridades, obedece a la misma orilla conservadora que se ha manifestado en otros lugares del mundo -América, Europa- y que, en fin, es enemigo del cambio.

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Aún hay otra batalla que tiene que ganar el espectro de Ohira: la cohesión de su partido. Más que su muerte -que no ha dejado de ser atribuida al disgusto parlamentario y lo que siempre se llama «la pesada carga del poder», que en realidad rejuvenece o alarga extraordinariamente la vida, como se ve frecuentemente, para desesperación de los pretendientes y delfines- es el efecto de la votación de cen sura lo que ha hecho que los liberales demócratas se presenten ahora unidos, y hayan hecho esta campaña con un miedo supersticioso al combate interno. Será la designación del primer ministro y la delicada composición del Gabinete, elegido entre las tendencias, las que indiquen si el gran susto ha servido de algo práctico.

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