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Reportaje:

Francia teme que Christian Dior pase a manos extranjeras

La firma de alta costura francesa Christian Dior atraviesa un momento difícil, que tiene su origen en el déficit comercial de una de sus filiales, una cadena de distribución norteamericana, que el pasado año arrojó un balance desfavorable de cerca de mil millones de pesetas. Al parecer, las pérdidas de Christian Dior se han acentuado, y la legislación americana, al contrario que la francesa, exige que una pérdida sea inmediatamente subsanada mediante dinero o activos. De acuerdo con esta exigencia, los directivos de la firma tendrán que vender parte de sus propiedades en Francia e invertir el importe en Estados Unidos. Esta situación ha inquietado a los franceses, que consideran a la importante casa de modas como un patrimonio nacional y a sus. actuales propietarios como héroes admirables.

El rumor que desde hace días culebrea por el pequeño mundo de la alta costura parisiense, y según el cual el cartel «se vende» pudiera colgarse encima de la firma Christian Dior, ha conmovido los asientos más dontancredianos del tradicional racionalismo galo. El rumor y la emoción consecuente obligaron anteayer a sus propietarios actuales a manifestarse ante la prensa, para afirmar que, «objetivamente, no existen razones para que se venda Dior». Ni qué decir tiene que esa explicación «a lo marxista» no ha hecho más que promocionar el rumor, inicial a la categoría de posibilidad futura.Sabido es que Dior, por lo que se refiere a vestir, perfumar y alhajar a hembras y machos con posibles (600.000 pesetas por un modelo de señora no es excesivo), es para los franceses una institución, un trampolín, un patrimonio nacional.

«Si una mujer no puede vestirse en Dior, sueña con ello toda su vida, y da igual»; esto es un mandamiento no constitucional, aunque podría serlo. No hay que extrañarse, por tanto, del escalofrío nacional suscitado por el rumor de que «se vende Dior».

La firma Christian Dior no es mal negocio; ni mucho menos: tiene más de 1.500 empleados; en 24.000 millones de pesetas se cifran sus negocios del año pasado (el 22 % más que en el ejercicio anterior) y obtiene 884 millones de beneficios. Con la alta costura solamente, el grupo Dior pierde dinero, pero precisamente ese lujo es la madre del cordero, o él patrimonio nacional.

Las sospechas de una posible venta (citan como eventual comprador, entre otros que hacen cola, al grupo norteamericano Norton) proceden de las dificultades de tesorería de los actuales propietarios de la célebre firma, los hermanos Willot. Estos señores son cuatro hermanos, y todos ellos visten de luto por ello, y por lo ricos que son su imagen (siempre los cuatro alineados) es casi tan conocida en Francia como la del presidente de la República, aunque no se ha convertido en tarjeta postal, pero eso puede suceder ahora. De unos años a esta parte se han convertido en ogros inexorables (cada uno de los cuatro, dice la leyenda, trabaja veintiséis horas al día), que se divierten comprándolo todo en todos los sectores del comercio francés. Hace dos años compraron el llamado imperio Boussac, de Marcel Boussac, el llamado rey del algodón, el Rockefeller francés de la posguerra, falleció a los noventa años, arruinado, el pasado mes de marzo.

Boussac fue el inventor de Dior, cuando en 1946 conoció a Christian Dior y puso el dinero para que el modista desahogara su fantasía «y alegrara las calles con mujeres bien vestidas».

Lo cierto es que ahora parece ser que los hermanos Willot necesitan dinero fresco para tapar agujeros, que los bancos consideran peligrosos, y de ahí simplemente el rumor relativo a la venta de Dior, el negocio que despierta más apetitos en el planeta de las finanzas aún sanas.

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