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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La sucesión en Japón

EL CORAZON de Ohira -primer ministro de Japón- falló veinte días después de haber perdido una votación de confianza, diez días antes de las elecciones generales anticipadas que había convocado con la intención de sucederse a sí mismo. Quizá no fuera fácil porque la quiebra del poder estaba en el interior de su propio partido, pero era una salida. Su muerte lo ha complicado más; y las elecciones de este domingo y el Gobierno que salga de ellas se presentan con unos datos previos confusos. El partido de Ohira, el Liberal Demócrata, lleva gobernando veinte años, desde las elecciones de noviembre de 1960, y puede seguir con mayoría ahora. Su instalación en el poder seguía el mismo patrón utilizado por Estados Unidos en los territorios que ocupó -o que liberó- al terminar la guerra: las democracias cristianas de Francia, Italia, Alemania. El PDL respondía a la idea política de contención del espíritu antiguo -el imperial, el militarista- que le alió a las potencias nazis, y a la del comunismo: debía realizar un papel importante en Asia. Su fuerza, sin embargo, prendió sobre la estructura psicológica, disciplinada, inmovilista del régimen anterior. La riqueza del país, con la ayuda previa de Estados Unidos a su laboriosidad, le favoreció..Prácticamente, este tipo de partidos de largo alcance terminan por ser como partidos únicos, aunque funcionen en régimen democrático abierto. En Japón se dijo, y se dice, que es un régimen de «partido único y medio», entendiendo por medio la amalgama de la oposición. Pero le pasa a estos partidos que la política que tan cuidadosamente cierran para el exterior se produce dentro. Las facciones, los grupos, los sectores. Y los personajes ilustres, a los que se da el nombre feudal dé «barones» (véase UCD). La política de dentro del partido solitario, del partido del poder -inventado para ocupar un poder que existe previamente, como en el caso de Japón-, representa opciones políticas, incluso ideológicas: mane ras de presentar al pueblo soluciones o salidas sin alterar la clase política, la elite predestinada para la dirección: en esté, como en tantos otros casos del mundo configurado en la posguerra por Estados Unidos. Cuando el peligro es más grave, tiende a sobrepasar las baromas para buscar la unidad. Ohira cayó porque algunos de los barones del PDL le abandonaron: muerto, tratan ahora de rehacerse, de reunificarse, para evitar que el «medio» partido de la oposición gane y cambie. Miki, que fue primer ministro (porque a lo largo de estos veinte años los barones han sido primeros ministros, y este es un drama que no conoce UCD, aunque sí la Democracia Cristiana de Italia),-pide en estas vísperas electorales que se cierren las filas y se olviden las querellas menores: «Es preciso absolutamente», declara, «sobrepasar las querellas internas del partido».' No es, sin embargo, seguro que lo consiga. Poco a poco ha ido perdiendo el PDL su poder absoluto, y su mayoría absoluta en el Parlamento, que había conseguido con el apoyo de los votos del Partido Liberal -un «partido bisagra», pero que reacciona comúnmente sumándose al poder establecido- Es difícil determinar claramente, objetivamente -fuera de las opiniones par tidistas-, por qué el PDL ha ido perdiendo su fuerza poco a poco. La caída de Ohira se ha atribuido -como la de Clark en Canadá- a una adhesión demasiado acentuada a Estados Unidos en el asunto de las sanciones contra Irán y de la política en el caso de Afganistán. Pero en torno al PDL flotan, además del occidentalismo, los fantasmas de la corrupción -el «caso Lockheed»' alcanzó de lleno a algunos de sus políticos-, la acusación de que ha hecho del país y del trabajo del país una propiedad privada, y el cansancio, el desgaste de tantos años de gobierno. Se dice también que el un tema de generaciones: los nuevos japoneses han experimentado cambios sociológicos a una velocidad uniformemente acelerada, y el PDL se ha quedado arcaico. A pesar de todo, conserva suficiente fuerza como para mantenerse, probablemente, en,el primer puesto después de las elecciones, pero los pronósticos indican que ya no podrá gobernar sin coaligarse, y que ello va a suponer un cambio profundo en el sentido del poder.

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