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Cuando la opinión abandona al Gobierno

Se ha definido la democracia como el «gobierno de la opinión pública». Un Gobierno democrático es un Gobierno que ha de estar respaldado por sectores suficientes de la opinión pública nacional. Las elecciones, en definitiva, no hacen sino precisar el grado de respaldo que la opinión pública da a un programa y a un partido. Tras la moción de censura ha aparecido en la opinión pública, en general, y en la opinión de la clase política, en particular, una clara sensación de transitoriedad. El síntoma de esa transitoriedad, una cierta forma de inestabilidad política, es precisamente que se ha producido un divorcio entre el Gobierno y las más amplias corrientes de opinión.El país sigue a la expectativa y en un desconcierto creciente al comprobar que, tras la moción de censura, el Gobierno sigue actuando a contrapelo de los estados de opinión, a los que parece ignorar o menospreciar. Incidentes como el ocurrido en la comisión que investiga las irregularidades en RTVE y que ha provocado la dimisión de su presidente, el diputado de UCD Alberto Estella, cuya honestidad política ha quedado patente, y actitudes como la mantenida por UCD en el último pleno del Congreso respecto al referéndum de Andalucía, muestran hasta qué punto este Gobierno sigue sin propósito de enmienda.

Todo sigue igual. Y si alguna duda quedaba de la apabullante fragilidad parlamentaria del partido del Gobierno, la votación del pasado jueves sobre la modificación de la ley de Referéndum, en la que UCD logró escapar de un serio revolcón por un solo voto de ventaja (victoria que deben «agradecer» al PNV, ausente), lo ha vuelto a poner de manifiesto. ¿Hasta cuándo podrá seguir el Gobierno así?

A todo esto, Adolfo Suárez calla y dice que reflexiona. Los «días de pleno» se da una vuelta por el Congreso de los Diputados y se deja fotografiar, pero espiritualmente está encastillado en la Moncloa. Podría decirse de él que de sus soledades viene y a sus soledades va. Se adentra en una amarga experiencia de gobernante solitario y acosado. Abril .Martorell, la viga maestra del suarismo, se cuartea peligrosamente y amenaza derribarle también a él en su caída. Las simpatías que Abril despierta en el partido gubernamental son escasas. Los barones de UCD, muy castigados por Abril en las dos últimas crisis gubernamentales, no parecen dispuestos a prestar al tándem Suárez-Abril más que algunos servicios de emergencia. Ninguno de los barones ucedeos renuncia, por otra parte, a la memoria de sus respectivos agravios. La omnipotencia de Abril -quien terminó logrando el respaldo de los empresarios, de la CEOE en concreto, y esa es una clave para entender algo de lo que aquí pasa- ha pesado sobre ellos demasiado tiempo. La confrontación entre los cortesanos y el valido está ahora en pleno desarrollo.

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Si en el penúltimo cambio gubernamental, el de abril de 1979, a raíz de las últimas elecciones generales, Suárez y Abril rechazaron a los barones de UCD, en la última crisis, la remodelación de mayo pasado, han sido los barones quien han rechazado los ofrecimientos de Suárez-Abril, si bien es cierto que les ofrecían «no butacas, sino transportines», en feliz expresión de Martín Villa.

La crisis que enfrentaba a los barones con el valido estaba, pues, desencadenada tiempo atrás. El despido de los dos ministros socialdemócratas que se opusieron a Abril -García Díez y Bustelo-, fenómeno que no ha recibido el honor de comentarios especiales en la prensa, estuvo acompañado de un profundo suspiro de alivio por parte de los poderosos empresarios que ven en los socialdemócratas a temidos aguafiestas.

La lenta y sorprendente solución de la última crisis gubernamental inspiró a Felipe González la idea de que UCD podía romperse. El líder Socialista, en unas declaraciones desde Valladolid, más tarde desmentidas o matizadas, venía a situar al sector progresista de UCD al borde de una nueva mayoría parlamentaria. En esa onda, el partido socialista se decidió días después, tras escuchar el discurso de circunstancias de Adolfo Suárez el 20 de mayo, por la moción de censura.

Los objetivos de la moción socialista parecen haber sido alcanzados: por una parte, marcar distancias de forma radical respecto al Gobierno y su partido. Estaba en la calle la acusación a la izquierda y, especialmente, a los socialistas, que tienen la responsabilidad de ser el mayor partido de la oposición, de venir haciendo una oposición blanda, insuficientemente adecuada a la gravedad de los problemas que aquejan al país. Los socialistas han conseguido poner punto final a esa confusión, acabando de una vez con el consenso. Por otra parte, la moción socialista ha conseguido su otro objetivo de impulsar la combustión del tándem Suárez-Abril y terminar con sus complacencias y pusilanimidades, que estaban permitiendo una floración neofranquista (recortes de libertades, corrupciones diversas).

La oposición se siente revitalizada y combativa, mientras el Gobierno, aislado en el Parlamento, rumia a la defensiva su nueva situación. El país se mantiene al acecho de nuevos acontecimientos que, por el momento, no se producen. Hasta ahora lo único que sucede es que no sucede nada. Los comentaristas políticos, aplicando la más pura lógica a la situación presente, han pormenorizado ya todas las hipótesis y combinaciones posibles de las que podría echar mano el presidente del Gobierno. Suárez, sin embargo, calla y se ampara en el paso del tiempo, un reflejo del antiguo régimen. El verano le llega en momento oportuno.

El estío es una estación propicia para especulaciones a modo de «divertimientos». No otro alcance parece tener la propuesta de un partido «bisagra» entre UCD y PSOE que recogiera a los sectores descontentos de uno y otro partido, y coincidentes en una zona templada. Las cosas parecen apuntar en otras direcciones. Entre el programa socialista, especialmente por lo que se refiere a la economía, y el programa ucedeo no cabe ni un alfiler. Este dato abona hacia el futuro la posibilidad de un centro-izquierda en nuestro país.

Pero, antes, Adolfo Suárez y su partido agotarán otras jugadas. Tal vez esté preparando ya su brillante «rentrée» para la vuelta del verano. Experto en todo lo referente a imagen pública, exhibirá un «new look». Como un mago, Suárez tendrá que sacar un nuevo Gobierno de esa chistera heteróclita que es la UCD. ¿Defenestrará a Abril? Los barones tal vez se decidan en el otoño a permanecer en la nave suarista. Una nave que sabe navegar, incluso sin rumbo.

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