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Tribuna:Sajarov escribe desde su destierro de Gorki / 3
Tribuna
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El conformismo supera al espíritu crítico en la sociedad rusa

La ideología del filisteo soviético (estoy pensando en la peor gente, aunque, desgraciadamente, cada vez se dan más entre los obreros y los campesinos y a lo largo y ancho de toda la intelectualidad) la forman varias ideas simples:- El culto del Estado, que conlleva, en diferentes combinaciones, sometimiento a la autoridad, la inocente creencia de que la vida en Occidente es peor que en la Unión Soviética, gratitud a un Gobierno «benefactor» y, al mismo tiempo, miedo e hipocresía.

- Intentos egoístas de asegurar e una buena vida para uno y para los suyos, de «vivir como todo el mundo» mediante la corrupción, los robos ignorados por los jefes y buenas dosis de hipocresía. Existe, sin embargo, un deseo entre la gente más noble de alcanzar una buena vida gracias a su propio trabajo, a sus propias. manos. A pesar de todo, hace falta todavía engañar y hacerse el hipócrita.

- La idea nacionalista de superioridad que adopta posturas siniestras, histéricas y racistas en algunos rusos, y no exclusivamente entre los rusos. Con frecuencia se oyen exclamaciones del tipo de «estamos malgastando nuestro dinero en estos monos negros (o amarillos). Estamos alimentando a parásitos» o «la culpa la tienen los judíos», o «los rusos», o «los de Georgia», o «los chuchmecas», término peyorativo para referirse a los pueblos de Asia central.

Todo ello constituye síntomas preocupantes tras sesenta años proclamando «la amistad de los pueblos».

Oficialmente, la ideología comunista es internacionalista, aunque explota subrepticiamente los prejuicios nacionalistas. Esto se ha hecho, hasta el momento, de manera precavida y espero que estas fuerzas no lleguen a desatarse. Después de haber padecido los odios de clase, no nos hace ninguna falta una ideología nacionalista racista. Estoy seguro de que, a primera vista, es peligrosa y destructiva, incluso en sus manifestaciones «disidentes» más humanitarias. Ya hay poca gente que reaccione seriamente a los eslóganes propagandísticos para la construcción del comunismo, a pesar de que hubo una época en que, quizá a causa de ciertos malentendidos, los lemas comunistas reflejaban un deseo de justicia y felicidad para toda la humanidad.

Explotación de la tragedia bélica

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La propaganda interna explota de manera intensiva la tragedia nacional de la segunda guerra mundial y el orgullo que siente la gente por su activa participación en los acontecimientos históricos de aquella época. La ironía de la vida es que fue tan sólo durante la guerra cuando la gente corriente sintió su importancia y dignidad en medio de un mundo inhumano de terror y humillación. Se explota intensivamente el riesgo de guerra y las muy aireadas bases militares alrededor de nuestro país. Se fomentan los sentimientos de sospecha sobre las tretas de los «imperialistas».

Una nación que ha sufrido las terribles pérdidas, crueldades y destrucción de los años de guerra ansia la paz sobre todo. Es un sentimiento amplio, profundo, poderoso y honesto. Hoy día, los dirigentes del país no van, ni pueden, contra los deseos dominantes del pueblo. Quiero creer que, en este sentido, los dirigentes soviéticos son sinceros, que cuando se trata de la paz se convierten de robots en personas.

Pero hasta este profundo deseo de paz del pueblo es explotado, y quizá sea esto el más brutal engaño. Este profundo anhelo de paz se utiliza para justificar todos los rasgos más negativos de nuestro país, el desorden económico, la excesiva militarización, las supuestas medidas «defensivas» de política extranjera (lo mismo en Checoslovaquia que en Afganistán) y la falta de libertad en nuestra cerrada sociedad. Y esos rasgos negativos incluyen también la locura ecológica, como la destrucción del lago Baikal, de prados y campos, los recursos piscícolas del país y el envenenamiento de nuestras aguas y nuestro aire.

La gente de nuestro país se somete sin quejas a la escasez de carne, mantequilla y muchos otros productos, aunque se quejen en sus casas. Aguantan las tremendas desigualdades sociales entre la élite y los ciudadanos ordinarios. Soportan el comportamiento arbitrario y la crueldad de las autoridades locales. Están al corriente de las palizas y de las muertes de algunos individuos en las comisarías de policía, pero, por lo general, se mantienen callados. No protestan, e incluso se complacen a veces, por el injusto tratamiento de los disidentes. No dicen lo más mínimo sobre ninguna acción de política extranjera.

Un país que ha vivido durante décadas en condiciones en las que todos los medios de producción pertenecen al Estado padece graves privaciones económicas y sociales. No puede producir alimento suficiente para toda su población. No puede, sin las ventajas aportadas por la distensión, mantenerse al día con los niveles actuales de la ciencia y la tecnología.

Desde la época en que escribí Mi país y el mundo (publicado en 1975), el salario medio ha aumentado, pero el coste de vida ha aumentado evidentemente mucho más, porque la calidad de la vida ordinaria no ha mejorado. El tan aclamado servicio médico gratuito empeora gradualmente (es gratis, gracias a que los sueldos de los trabajadores se mantienen bajos y a que hay que pagar las medicinas más caras). La situación en la enseñanza no es mucho mejor, sobre todo en las zonas rurales. Ya no es posible restar importancia a estos problemas, como si fueran resultado de la guerra o de errores accidentales.

Necesidad urgente de reformas económicas

Hay una necesidad urgente de reformas económicas, que aumenten la independencia de las empresas y permitan ciertos aspectos de una economía mixta. Hace falta mayor libertad de información, una prensa libre y crítica, libertad para que la gente viaje al extranjero, libertad de emigración y la libre elección del lugar de residencia dentro del país. A largo plazo debería existir un sistema multipartidista y eliminarse el monopolio del partido sobre todos los aspectos de la vida ideológica, política y económica.

Pero todo esto, a pesar de resultar obvio para la mayoría de la gente, no es por el momento más que un sueño. Los dogmáticos burócratas y los nuevos miembros que están reemplazándoles, unos cínicos anónimos y astutos, que se mueven en los «pasillos del poder» de las secretarías del Comité Central, de la KGB, de los ministerios y de los comités provinciales y regionales del partido, están llevando el país hacia lo que ellos consideran el camino más seguro, que es en realidad el camino al suicidio colectivo.

Todo permanece como era bajo el sistema de poder político y del tipo de economía creados por Stalin. Los dirigentes siguen adelante con la carrera armamentista, ocultándola bajo palabras de amor a la paz. Intervienen en zonas en crisis de todo el mundo, desde Etiopía a Afganistán, a fin de, aumentar su prestigio, de fortalecer el poderío de la nación y de asegurar que los rifles no se oxiden. Arrestan a los disidentes, llevando el país a la tranquila época «predisidentes», tal como lo ha descrito la situación mi nuero, Efrem Yankelevich. (Yankelevich, que emigró en 1977, trabaja como investigador en el Instituto de Tecnología de Massachusetts).

En los últimos diez o quince años se ha visto agravado el tradicional problema ruso, la bebida. El Gobierno ha tomado unas tímidas medidas, más de palabra que de obra, pero se ve incapaz de lograr ningún resultado positivo. El alcoholismo es un fenómeno mundial, no es algo que se deba exclusivamente a las condiciones de nuestro país, pero existen ciertos factores específicos que desempeñan un papel importante.

El alcohol, auténtica libertad,

Los gastos en bebidas reducen el excedente del poder de compra de la población, pero lo esencial es que un alcohólico no representa ninguna amenaza para el Gobierno. Además, la bebida es la única libertad existente, y las autoridades no tienen el valor suficiente para retirarla sin dar nada a cambio. Hay en todo ello elementos económicos, sociales y psicológicos. Y el resultado es que en lugar de vino con una sequedad natural y vodka de buena calidad, las autoridades inundan el mercado con vino barato, reforzado químicamente, conocido con el nombre de «bormotuja», que destruye rápidamente a los jóvenes y a los hombres y mujeres. Ya lo dijo el «apacible» zar Aleksei Mijailovich hace trescientos años: «No echéis a los extremistas de las tabernas».

La gente de nuestro país se encuentra en cierta medida confusa e intimidada, desde luego, aunque existe un autoengaño consciente y un escapismo egoísta de los problemas difíciles. El lema «El pueblo y el partido son uno», que cuelga en las paredes de uno de cada cinco edificios, no es totalmente una frase vacía.

Pero fue de entre las filas del pueblo de donde surgieron los defensores de los derechos humanos, enfrentándose al engaño, a la hipocresía y al silencio, armados simplemente de plumas, dispuestos a sacrificarse, a pesar de fallarles el estímulo que ofrece la seguridad de poder conseguir un resultado positivo rápido. No los olvidaremos. Tienen de su parte la fuerza moral y la lógica del desarrollo histórico. Estoy asimismo convencido de que su actividad continuará en una forma u otra, por pequeño que sea el movimiento; lo que importa no el la aritmética, sino el hecho cualitativo de atravesar la barrera del silencio psicológico.

Pero la historia se desarrolla según sus propias leyes lentas (y tortuosas). Vivimos en una época difícil y problemática, con un agravamiento de las tensiones internacionales, de expansionismo soviético, de vergonzosa propaganda antinorteamericana, antioccidental, antiisraelí, antiegipcia y antiintelectual, y amenazas de mayores tensiones en el futuro.

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