Cantabria y el centralismo
El honor y la gloria de los legítimos descendientes de aquella heroica gente cántabra es de tan gran magnitud que, sin escrúpulo, puede afirmarse no haber otra mayor en el mundo.P. Larramendi
Parecen existir ciertos reparos en Madrid acerca de la personalidad histórica del pueblo cántabro, no estando dispuesta la Administración a acceder a la figura de Cantabria como entidad autónoma. Sorprendente, pero cierto. ¿Serán entonces, tal vez, precisos por parte nuestra otra clase de argumentos que justifiquen la regionalización de Cantabria en base a motivos de «interés nacional», según establece el artículo 144 de la Constitución? ¿Subyace, quizá, un ancestral temor a aquella valerosa e indómita nación que costó a Roma más de dos siglos someter y que posteriores Gobiernos trataron de una u otra forma de anular?
Amparándonos en el artículo 2 de la Constitución, que reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de los pueblos que integran el Estado español, apelamos al buen sentido de los «padres de la patria», instándoles a reconocer, sin más dilaciones, los deseos libremente expresados por el pueblo, las fuerzas políticas y la práctica totalidad de los municipios de la región, restituyendo a nuestra tierra la libertad y el autogobierno que en otras épocas disfrutó y nunca debió perder.
En este último tercio del siglo XX, los hombres y los pueblos están obsesionados por realizarse y asumir su propia personalidad y destino. Es por lo cual los partidos netamente nacionalistas adquieren cada día más fuerza, no sólo en el Estado español, sino en el continente (Gales, Escocia, Bretaña, Córcega, etcétera). La política hecha desde casa y por los hombres de casa ha propiciado el espaldarazo otorgado recientemente a nacionalistas vascos y catalanes por sus respectivos electorados. Hora es ya de que también los cántabros nos demos cuenta de que el centralismo partidista de uno u otro signo no representa sino la alienación de la conciencia de nuestro pueblo, de que Cantabria no avanzará -mientras ellos detenten el poder aquí- más que en la medida de sus propias conveniencias e intereses partidistas. No es la historia la que da sentido al hombre, sino el hombre el que decide la historia. No basamos nuestra personalidad de cántabros en los manejos de la historia, sino que intentamos conocemos a través de ella.
La personalidad de los cántabros se ha mantenido fieramente con el apoyo de una demarcación territorial impresionante. Ninguna otra región europea fue tan mencionada por los historiadores como Cantabria. Ninguna, tan aguerrida y defensora de su independencia. En la historia de la humanidad no es frecuente que una mínima región geográfica, como lo era Cantabria, acuse tan recia y viril personalidad que haga que su nombre sea conocido y respetado, con evidente admiración, por todo el mundo, y menos en una época en que este mundo, reducido a poco más que la vieja Europa, obligaba a hechos o circunstancias extraordinarios para que el conocimiento de ellos se propagara. Esta personalidad tan fuerte se impone sobre los territorios vecinos hasta el punto de dar su nombre a un mar de gran importancia y a toda una cordillera, hecho singular entre los pueblos peninsulares.
Disparate constitucional
En la Constitución española se introdujo en su día, en mi opinión, un solemne disparate que ya está empezando a provocar malestar. Me refiero a los términos «nacionalidades» y «regiones» del artículo 2 de la misma. No suponía esto -como luego se ha comprobado- sino anunciar autonomías de primera y de segunda clase. Para la aplicación de dicho término de «nacionalidad» en un determinado territorio (Euskadi, Cataluña o Galicia) se han elegido parámetros más aparentes que reales. Para algunos serían nacionalidades los territorios que hablasen, aparte del castellano o español, otras lenguas, o hubiesen gozado de estatuto durante la República. El resto de los territorios autónomos serían «regiones». Según eso, no tendría derecho a ser considerados nacionalidad los mexicanos, argentinos cubanos o estadounidenses, por ejemplo. Por otra parte, el inicio de la guerra civil impidió la aprobación de otros estatutos de autonomía.
No estoy, por supuesto, en contra del término «nacionalidad», pero sí lo estoy en cuanto a su uso restrictivo, dando a las comunidades que detentan este titulo unas prerrogativas, mientras a otros se nos niega el pan y la sal, precisa mente porque cuatro señorías de Avila o Valladolid no hayan tenido a bien considerarnos nacionalidad. Porque está claro, y sin menospreciar a nadie, que pocas entidades territoriales como Cantabria para llevar este honroso título de nacionalidad, dentro de una «España, nación de naciones», en palabras del catedrático don Salustiano del Campo. Razones de toda índole: geográficas, económicas, culturales e históricas milenarias justifican tal aserto; ya para los romanos éramos «nación» con fuerte personalidad.
La historia
Fue Cantabria varias veces independiente: de romanos, visigodos y árabes y, hace tan sólo siglo y medio, de los franceses durante la guerra de la Independencia, caso único entre todas las comunidades peninsulares. Los primeros Fueros a Cantabria se concedieron, dada su original y democrática particularidad de autogobierno en los valles, bajo los árboles sagrados de los celtas: los robles, lo cual denota, por otra parte, el origen étnico del pueblo cántabro, hermano del astur y del galaico. Aún hoy en día subsiste esta ancestral costumbre de reunirse en concejo abierto en bastantes lugares de Cantabria. Esta institución típicamente cántabra, ya recogida por Plinio, hace que podamos afirmar con toda propiedad que la democracia cántabra es, cuando menos, una de las más antiguas europeas conocidas. Fue además Cantabria, durante la época medieval, con sus behetrías y en palabras de Sánchez Albornoz y Anselmo Carretero, «el único rincón de la Europa de aquellos tiempos en el que la población fue libre política y económicamente ».
El Parlamento cántabro o Juntas de Puente San Miguel reunía a los representantes de los valles de Cantabria, ya por el siglo XVI, hasta que, de sucesivas adhesiones de «jurisdicciones, valles y villas» se constituyó la «probinzia de Cantabria», totalmente autónoma, celebrando Juntas Generales hasta bien entrado el siglo XIX. Recobrar esas tradicionales instituciones cántabras debería ser objetivo prioritario de los representantes de nuestro pueblo. Nosotros tenemos organismos democráticos ancestrales que nada tienen que envidiar a las modernas democracias. Si la tradición se ha roto, nuestro deber es reanudarla.
Reivindicar los derechos nacionales del pueblo cántabro es, por otra parte, la única forma de reafirmar el protagonismo de nuestro pueblo, que ha sufrido opresión nacional, bajo las formas más sutiles y eficaces, por medio de unas clases dominantes eternamente inclinadas ante los dictados y decretos del centralismo. Para ello, ciertos medios informativos mayoritarios cántabros han desempeñado un papel determinante: han propiciado un auténtico lavado de cerebro, han sabido ser el jarro de agua fría y la ceniza espolvoreada sobre lo que hubiera podido ser un fermento de derechos y libertades de nuestras gentes, recargando la lista de nuestros mitos y fomentando lo folklórico, lo del culto a las tradiciones, en más de un caso putrefactas y que sirvieron durante muchos años como cortina encubridora del expolio económico sufrido por Cantabria.
Quedó así reducida Cantabria a su condición provinciana de tercera categoría, que ni pinchaba ni cortaba en el concierto estatal, siendo auspiciado desde dentro este provincianismo por los inquebrantablemente fieles del montañesismo bien entendido, así como por unas cuantas familias llegadas trag1a guerra civil como auténticos invasores e inquisidores pagados ex profeso, para el cometido antes citado, y que se constituyeron en un circulo de «honorables», copando delegaciones ministeriales, medios de difusión, organismos culturales y demás resortes de poder. Estos mismos han sabido capear el temporal de la, transición con su mimetismo en favor del sol caliente de turno, agarrándose como pulpos a aquella red de influencias y siguiendo bajo cuerda haciendo la guerra a lo nuestro propio que no era de ellos. Mientras entre nosotros haya carcomas de este tipo, costará mucho sacar adelante cualquier proyecto de envergadura y mucho menos conseguir que Cantabria comience a salir de su fracaso sonado y continuado. Son verdaderos lacayos defendidos y protegidos por Madrid.,
Solamente con la existencia de un poder nacional cántabro, que consideramos conciliable con los deseos nacionales de los otros pueblos del Estado, podremos garantizar nuestra respuesta concreta al sinnúmero de problemas que cada día nos plantea nuestra realidad económica y social, y añadir, además, la completa normalización de nuestra vida cultural.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.