_
_
_
_

Un vagabundo muere carbonizado al incendiarse la furgoneta en la que dormía

Un vagabundo, de 63 años de edad, Cayetano Sentís Cerezo, un ex camionero que vivía desde hace más de una década en una furgoneta aparcada junto a la calle de Sainz de Baranda, murió carbonizado ayer, de madrugada. Las causas del incendio que provocó su muerte se desconocen, pero caben tres hipótesis: o bien el hornillo de gas que utilizaba dentro de la furgoneta prendió accidentalmente los harapos sobre los que dormía, o bien decidió suicidarse en una crisis depresiva, o bien algún desconocido provocó el incendio desde el exterior. Accidente, suicidio o asesinato.

Los datos conocidos sobre el suceso son muy escasos. Alguien telefoneó al parque móvil de bomberos poco después de las cuatro de la madrugada de ayer: la furgonteta de Cayetano, el Tuerto de la Hidroeléctrica, Ojopocho o Pituso, estaba ardiendo junto a la central. El ingeniero jefe de bomberos envió un coche motobomba, cuya dotación regresó a las 4.48 con una novedad: dentro de la furgoneta de el Tuerto había un hombre carbonizado. Seguramente, el propio dueño.Unas horas después, la policía confirmó las sospechas iniciales: Cayetano Francisco Sentís Cerezo era el nombre de la víctima. Había nacido en Talveila, provincia de Soria, el 2 de abril de 1917.

En el barrio, Cayetano era un pequeño mito mal o bien tratado, según la fuente elegida: para algunas amas de casa que coincidían con él en la tienda de ultramarinos era un pesado, aunque, eso sí, un pesado muy culto; para los adolescentes resultaba ser, a veces, un poco hosco, tal vez porque intuía en ellos una amenaza de peligro físico; para los niños más pequeños era una especie de vecino-buhonero, dispuesto a dar un duro o un caramelo a los que se portasen educadamente.

Había llegado al Polígono Cuarenta de la prolongación de Sainz de Baranda muchos años atrás, diez para unos, veinte para otros, con su cráneo abollado y su semiceguera. Inevitablemente, las madres de familia utilizaban su apodo, el Ojopocho, para reprimir las travesuras de sus hijos Entonces era un equivalente del trapero y el sacamantecas. Pero él siempre estaba dispuesto, en ver dad, a ofrecer sentencias que pudiesen servir a los chicos en el futuro o a buscar conversación en la pequeña tienda de comestibles porque la soledad se hacía insoportable.

En ocasiones se atisbaba en él un cierto asomo de locura o, mejor dicho, de dificultad para mezclar datos. Parecía olvidarse de que un momento antes acababa de despedirse de la concurrencia y decía «adiós» de nuevo. Entonces, inevitablemente, los vecinos comenzaban a hablar de su pasado. Había sido, según algunos de ellos, un soldado que había hecho la guerra civil española en los dos frentes y vivía con el recuerdo de la catástrofe. Otros recordaban algunos parlamentos suyos, en los que confesaba haber sido camionero, simplemente camionero. Cuando se le preguntaba cómo había perdido el ojo, relataba un desgraciado accidente: había tratado de arreglar una rueda de camión en los viejos tiempos; al forzar el desmontable, el neumático estalló, y el aro protector de la rueda salió proyectado y le hundió el cráneo para los restos, señora. En ese punto, alguien matizaba las conversaciones con una revelación: se comentaba que Cayetano Sentís era un aristócrata segregado por la familia, nadie sabía por qué.

Así nació una subleyenda que le señalaba como un millonario condenado al aislamiento voluntario por una mala conciencia. Al parecer, tenía una finca en Sagunto, y pleiteaba por recuperar importantes propiedades, ¿o eran únicamente pequeñas fincas ampliadas por la fantasía popular?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Lo cierto es que el Tuerto de la Hidroeléctrica se ha marchado del barrio de O'Donnell y ha dejado tras de sí una humilde heredad de escombros de hojalata y datos para un relato corto de misterio.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_