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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La crisis de la "empresa"

UNA FALSA crisis de Gobierno ha alumbrado una espectacular crisis de partido. Los primeros pasos dados por el presidente Suárez, hace ya casi un mes, para sustituir unos pocos nombres en su Gabinete y cubrir meramente la etapa hasta el congreso de octubre de UCD, no implicaban ni una verdadera crisis ministerial, ni un cambio sustantivo de la política gubernamental. Las meditaciones de Semana Santa del presidente y Abril Martorell no contemplaban ninguna maniobra política de alcance como hubiera sido la recomposición de la mayoría parlamentaria, abriendo UCD hacía los nacionalistas vascos o los catalanes de Convergencia y Unión, o replegando el partido en el poder hácia una defensa por su derecha con Coalición Democrática. Tampoco se trataba de un cambio profundo en el sentido de recomposición de fuerzas dentro del seno de la propia UCD y de una nueva definición de la política general del partido del Gobierno. No es preciso ser demasiado perverso para suponer que estrategias de este porte no entran en los hábitos intelectuales de los fontaneros de la Moncloa ni en los del propio presidente. La intención inicial del presidente y sus contados asesores personales y gubernamentales no habría pasado de calafetear el barco del Ejecutivo para navegar hasta el congreso del partido. En la operación, UCD ha quedado crujiente, maltrecha y con las cuadernas al aire. La crisis del partido en el Gobierno -la única y genuina crisis- es espectacular e ininteresante. Una combinación siempre lamentable. Miembros del Gabinete y la ejecutiva de UCD se han navajeado ante la opinión pública, inundando a los medios informativos de rumores falsos y maledicencias políticas; la ejecutiva del partido ha prescindido del análisis político y ha dado el espectáculo de un turno de reproches mutuos acerca de los fracasos gubernamentales en la periferia del Estado; las listas ministe riales en danza, composición y recomposición, se han elaborado o deshecho a base de negativas por incompatibilidades de ministros que no se saludan o del oportunismo de los que se apuntan a cualquier Gobierno. Y las listas filtradas a los periódicos han llegado siempre teñidas de manipulaciones e intereses groseros.

Ni una palabra sobre el modelo del Estado, sobre un proyecto de desarrollo constitucional, sobre un diseño de la economía, sobre una respuesta a los acuciantes problemas de nuestra sociedad. Nunca como en esta crisis ha quedado tan de manifiesto que el partido del Gobierno no tiene más cohesión que el pegamento del poder, sin un arsenal común de intenciones para llevar este país a alguna parte, como no sea la defensa de unos,intereses que amenazan bancarrota. Así, en cuanto los llamados barones del partido han previsto la posibilidad de que el tándem Suárez-Abril y el Gabinete en la sombra del palacete de la Moncloa pusieran en precario su confianza en cien años de gobierno han plantado cara, primero, a la mano derecha del presidente, y después, al presidente mismo. La primera vez que Suárez intenta consultar seria y reglamentariamente a su partido para formar un Gabinete se ha encontrado tan contestado comó cuando tuvo que elaborar su primer equipo antes del nacimiento de UCD y Osorio hubo de extraer los ministros de su agenda personal. Suárez se ha encontrado ante una operación en pinza contra la indiscutibilidad de su liderazgo por parte de socialdemócratas y algunos seuistas -extraños compañeros de cama-, operación contemplada con distanciamiento satisfecho por los democristianos y aplaudida desde la Clínica de la Concepción por unos liberales despeñados en la figura de Antonio Fontán.

Así las cosas, el presidente ha terminado por zurcir un Gabinete muerto -según las últimas informaciones-, en el que se han repartido numerosas carteras en función de la obediencia al mando. No es, por tanto, de extrañar que una gresca partidaria tan larga y mezquina no interese y hasta aburra a los ciudadanos. Ninguno de los problemas del país tiene algo que ver con esta sonrojante reyerta doméstica. Pero el desinterés popular no exime al Ejecutivo de su torpeza. Los hombres de UCD gustan de llamar la «empresa» a la cúspide de su partido. A la vista de su trabajo durante el último mes puede decirse que en cualquier sociedad anónima algunos habrían sido despedidos.

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