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Carlos Garaikoetxea: "Espero que logremos el ansiado autogobierno y la pacificacion de Eukadi"

En una sencilla ceremonia de carácter restringido quedó ayer formalmente constituido en la Diputación de Vizcaya el primer Gobierno autónomo vasco del posfranquismo, que preside Carlos Garaikoetxea. «Espero», dijo en un breve discurso, «que logremos poner en marcha el ansiado autogobierno de Euskadi y su pacificación, impulsando el progreso y la justicia al servicio de todos los hombres y mujeres de este pueblo». El acto se inició pasada la una de la tarde en el salón del trono del edificio foral. En el exterior, un centenar de personas, fundamentalmente trabajadores de empresas en crisis y familiares de presos de ETA p-m se habían situado frente a la fachada principal con pancartas alusivas a reivindicaciones laborales y peticiones de amnistía, respectivamente. Sus movimientos fueron controlados muy de cerca por un fuerte dispositivo policial situado en los alrededores de la Diputación.

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Los trece miembros del Gobierno vasco juraron su cargo ante Carlos Garaikoetxea con la misma fórmula utilizada el 7 de octubre de 1936 por los consejeros del gabinete que presidía José Antonio de Aguirre. En presencia del Consejo General Vasco saliente, la Mesa del Parlamento y los portavoces de los grupos parlamentarios, el lendakari fue llamando uno por uno a los ministros, quienes prometieron «cumplir fiel y lealmente los deberes de su cargo con arreglo a la ley y al servicio de Euskadi».Juraron su cargo en euskera los señores Renovales, responsable de Justicia; Fernández, Trabajo; García Egocheaga, Industria; Lasagabaster, Política Territorial y Obras Públicas, y Ormazábal, Agricultura. El resto de los ministros juraron su cargo en castellano: Pedro Etxenike, Educación,Ramón Laballe, Cultura; Luis Retolaza, Interior; José Luis Robles Transportes; Carlos Blasco, Comercio y Turismo; Jesús Javier Aguirre, Sanidad; Pedro Luis Uriarte, Economía; Javier Caño, secretaría de Presidencia.

Posteriormente, Carlos Garaikoetxea pronunció un breve discurso en lengua vasca y castellana resaltando el carácter de momento histórico que representa la constitución del Gobierno vasco, «que ha de dirigir», dijo, «este país en uno de los momentos más críticos de su historia». Agradeció la labor realizada por el CGV saliente y ponderó «el coraje y el amor a Euskadi que demuestran los nuevos consejeros al dedicar su vida, durante los próximos años, al servicio del País Vasco en momentos difíciles en una tarea que, probablemente, resultará oscura y poco gratificante».

Prometió Carlos Garaikoetxea que el Gobierno vasco, que preside, tendrá siempre presente en su gestión los criterios de todos los sectores de opinión del Parlamento vasco. «El hecho de haber formado un Gobierno de las características del que hoy se constituye» indicó, «no significará, en ningún momento, desatención o insensibilidad ante los puntos de vista de los restantes grupos políticos. Por el contrario, deseo dejar muy claro que para nosotros el Parlamento no será solamente la instancia legislativa y de control del ejecutivo, en el que buscaremos un simple respaldo mayoritario. En el Parlamento trataremos siempre de escuchar la voz de nuestro pueblo y la síntesis de su voluntad, ponderando y valorando con respeto las opiniones de todos».

El Gobierno vasco mantuvo ayer un primer contacto con respecto al Gobierno de la República, y asumió funciones típicas de un Estado soberano: creación de un ejército, emisión de moneda, relaciones exteriores bilaterales con varios países y expedición de pasaportes, entre otras.

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Esa independencia de actuación con respecto al Gobierno de la República es especialmente evidente en el terreno de la defensa, en el que el Gabinete concentró su energía y gran parte de su labor.

No se ponen de acuerdo los historiadores en el número exacto de soldados (gudaris) que lo componían. Las cifras más fiables oscilan entre los 30.000 y 40.000 hombres, repartidos en medio centenar aproximado de batallones (entre seiscientos y ochocientos soldados cada uno), de los que casi la mitad estaban nutridos por hombres del PNV. El armamento de este ejército era, por otra parte, viejo y escaso. Para paliar esta situación, Telesforo Monzón viajó a Checoslovaquia para comprar 5.000 fusiles y cinco millones de cartuchos, que, desde Hamburgo, hizo llegar hasta el País Vasco, tras romper el bloqueo de la marina franquista. La URSS enviaría 15.000 fusiles, doscientas ametralladoras, quince tanques, una docena de cañones antitanque y quince cazas. Este reducido poder armado, que no pudo ser subsanado, en opinión de los expertos, por la deficiente reconversión de la industria pesada en bélica, situaba a los gudaris en clara desventaja.

Contaba también el Gobierno vasco con una exigua marina de guerra, integrada por cuatro bacaladeros, a los que se había adosado cañones en popa, varios dragaminas y algo más de una veintena de pesqueros. La costa estará protegida, desde enero de 1937, por cinco baterías de artillería.

En lo que hace a orden público, el Gobierno vasco acordó disolver la Guardia Civil (Guardia Nacional Republicana) y la Guardia de Asalto. A las órdenes de Telesforo Monzón, va a actuar bien armado -incluso con gases lacrimógenos un cuerpo de policía autónoma: la Erizaina (policía del pueblo), integrada por quinientos hombres de a pie y cuatrocientos motorizados. Actuó en conflictos en las calles, en la represión de actividades de grupos incontrolados, y tuvo una destacada intervención en los incidentes habidos en Bilbao el 4 de enero de 1937, cuando, tras un bombardeo, cientos de personas enfurecidas intentaban tomar al asalto la cárcel de Larriñaga y linchar a los prisioneros franquistas. El propio Monzón, a bordo de una motocicleta, llegó al lugar en el último momento y logró, al frente de sus ertzainas, evitar la matanza.

Su entonces compañero de Gabinete, Jesús María de Leizaola, al que el corresponsal de guerra del Times londinense describió como «severamente vestido y de faz grave», se dio a sí mismo, como principal objetivo de su gestión como consejero de Justicia, «garantizar a los acusados en juicios por traición los mismos derechos que en tiempos normales». «Jamás», recuerda Bowers, embajador entonces de Estados Unidos en Madrid, «actuó movido por un odio personal en su actuación fiscal».

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