La feria de abril de Sevilla no tendrá "calle del infierno"
Como todos los años, los elementos característicos de esta fiesta han sido cuidadosamente preparados: las típicas casetas (hay instaladas más de setecientas), el paseo de caballos, la corrida de toros en la Maestranza, los trajes de flamenca, el vino, el ritmo de las sevillanas, el farolillo, el albero y el chocolate con churros para la madrugada, el acoso de las gitanas que venden claveles o piden limosna y los atascos de tráfico.
Lo que no habrá este año será calle del infierno, es decir, el sitio destinado a la instalación de tiovivos, coches de choque, trenes más o menos fantasmales y demás cacharritos. Las desavenencias entre el ayuntamiento y los industriales feriantes, que se han mostrado en todo momento intransigentes, han provocado esta situación inédita que tan mal ha sentado a los niños y lógicamente, a los padres que sufrirán las consecuencias del aburrimiento de la gente menuda.
Más positiva es la otra gran novedad de esta feria: la apertura de diez casetas populares -una por cada distrito urbano-, de entrada libre y regentadas por las asociaciones vecinales. Junto a las de partidos políticos y sindicatos pondrán el contrapunto gratuito a una inmensa mayoría de casetas de empresas, grupos de amigos y peñas, de más restringido disfrute.
A destacar, por último, el esfuerzo desplegado por el ayuntamiento para eliminar o reducir al máximo los aspectos negativos de la feria: el vertido incontrolado de basuras, caballistas que se suben a las aceras, desorden en la circulación, venta ambulante... Cinco delegaciones municipales han preparado un minucioso plan de actividades con la esperanza de que la ciudadanía colabore. «Queremos que esta feria de 1980 sea recordada como el comienzo de una nueva andadura que termine con el proceso de paulatina degradación que ha sufrido en los últimos años», ha afirmado el alcalde, Luis Uruñuela.
Los orígenes
Gracias a que la reina Isabel II no hizo caso de las protestas de las fuerzas vivas de Mairena y Carmona, que tenían la competencia de un nuevo mercado de ganados, nació la que con el tiempo iba a ser una fiesta universalmente conocida y celebrada: la feria de abril de Sevilla. Tuvo, claro es, una finalidad mercantil, un carácter de compra y venta de ganado, pero las corridas de toros, las carreras de caballos y la instalación de casetas, puestos y tabernas le imprimieron desde su origen mismo el tono festivo, bullanguero y de diversión que ha conservado hasta el presente.En 1850 se celebrará por cuarta vez la feria. Como ahora, la prensa de la época reflejaba el ambiente de preparativos y organización de los festejos. Ya el 4 de abril, el periódico Porvenir (dos páginas los lunes, cuatro los demás días) anuncia que en sus oficinas está a la venta el reglamento para las carreras de caballos que se celebrarán durante la feria, «si el tiempo lo permite». El primer premio se fija en nada menos que 6.000 reales.
También se anuncian las dos corridas de toros que se verificarán los días 17 y 21. Ocho toros-toros se lidiarían cada tarde por los famosos matadores Francisco Arjona (Curro Cúchares), Juan Lucas y Manuel Arjona. Los precios de las localidades oscilaban entre los veintiocho reales de las barandillas de piedra y los seis de los andamios de sol. Se advierte al público que en la corrida del día 17, y a solicitud de la empresa, no se usarán perros contra los mansos, «aunque ocurriera la desgracia de no entrar algún toro a la vara».
Un moderno establecimiento de la calle de Sierpes anuncia que dispone de «todas las prendas que necesite un caballero para vestir con gusto y elegancia, cortadas con arreglo a los últimos figurines de París». Abanicos y sombreros son cuidadosamente elegidos por damas y caballeros para lucir durante las fiestas. Se sabe que por las veredas de Extremadura y Huelva vienen numerosas cabañas de ganado lanar y mular al nuevo y ya floreciente mercado sevillano.
Los días de feria son el 18, 19 y 20, pero ya el día 17 hay mercado de ganado y corrida. El mercado está favorecido por la total libertad de entrada y salida y la exención de impuestos durante estas jornadas. A media mañana acude la comisión del ayuntamiento, acompañada de los peritos correspondientes, para examinar el ganado que participa en el concurso-exposición. Los premios son numerosos para caballos españoles y extranjeros, potros, yeguas, carneros y asnos de distintas edades, incluyendo los 4.000 reales donados por la infanta María Luisa Fernanda al mejor potro cerril menor de cuatro años.
La infanta hace caridad
La infanta no olvida su vertiente caritativa y ofrece alhajas y ropas que se rifarán en beneficio de la Sociedad de Socorros Domiciliarios. Las señoras de la alta sociedad se apresuran a secundar la iniciativa y rivalizan en donar abanicos, chales, pañuelos, corbatas, cubiertos y otros objetos con destino a la rifa. La marquesa de Malpica llega más lejos y costea los vestidos de los niños pobres e inocentes que sacan los números premiados. Tampoco se quedan atrás los propietarios del ganado premiado, que ceden parte de los premios al asilo de la ciudad, todo, como se ve, muy edificante.La corrida del día 17, por ejemplo, registró un gran lleno. Conforme a lo previsto, la corrida dio comienzo a las tres menos cuarto de la tarde. Los bichos resultaron mansos y no permitieron el lucimiento de los toreros. El que sí se lució fue el crítico de El Porvenir, que, amparado en el anonimato, hizo una crónica deliciosa de lo acontecido en la plaza. Criticando al picador Trigo, escribía que «se conoce que no ha ayunado en la Cuaresma pasada, según la resistencia que opuso con su vara a los desdichados cuadrúpedos», y, sobre la labor de los banderilleros: «Estuvieron tan sobrios como los ministros de Hacienda al disponer el abono de sus haberes a las clases pasivas». Tampoco la corrida del día 21 fue nada del otro mundo, aunque murieron trece caballos, que entonces actuaban sin peto.
Las carreras de caballos también reúnen a la mejor sociedad de la época. Dos reales costaba el viaje en vapor hasta el hipódromo de Tablada. Hay quien prefiere ir en carruaje. Cada persona paga diez reales por la entrada, «a excepción de cocheros y lacayos». El juez de carreras es el conde del Aguila y forman parte del jurado otros no menos ilustres señores: el gobernador civil, marqués de Montilla, marqués de Sales... Este año ha habido una importante mejora en la colocación de sillas y gradas, de forma que los concurrentes no se quitan la vista unos a otros, como en años anteriores.
El ferial se llena cada día de una multitud abigarrada de jinetes, carruajes y personal de a pie. Los cronistas destacan la tienda de la infanta -al parecer, capturada a los marroquíes en la batalla de Isly-, la presencia de la condesa de Montijo, «reina de la moda y del buen tono en Madrid», y el traje de contrabandista que luce la condesa de Teva. Bailes y funciones teatrales en El Principal y el San Fernando, con comedias y ópera. No faltan críticas y quejas tan propias de la feria por los elevados precios de bebidas y buñuelos (algunos forasteros se preguntan si Sevilla es San Francisco de California, por lo cara), las exigencias de las graciosas bohemianas, los caballos que marchan al galope o las actividades de los rateros. Como ahora
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