Los horóscopos
Me parece haber reseñado aquí que Héctor y Karin Silveyra, horoscópicos dominicales del Abc/colorín, me sometieron el domingo a la inquisición de los astros. Siempre me está haciendo horóscopos la gente. Cuando a Lola Flores, por ejemplo, le hacen un chequeo, a mí me hacen un horóscopo. Quizá le preocupan más al país mis humores o maloshumores que mi bazo (spleen), como aclararía algún ingeniosillo con elemental poliglotismo. Lo cierto es que de los chequeos salgo bien, para haber pecado tanto como ha pecado uno, y de los horóscopos salgo curadísimo. Desde Sandra Alberti a Pitita, todo el mundo se pasa una noche en la cocina de su casa haciéndome mi carta astral. Yo creía que esto de los signos del cielo no era más que una religión de cafetería, a efectos de ligue:-¿De qué signo eres?
-¿Estudias o trabajas?
Un día saqué a cenar a Africa Prat y en seguida me preguntó el signo. Africa tiene en su casa un angelote barroco que se llama Natanael, como el de André Gide, aunque ella no haya leído a Gide (si bien es en sí misma todo un alimento terrestre). Lo que pasa es que el horóscopo que me hacen tiene siempre mucho de crítica literaria: «Francisco Umbral, dueño de una inteligencia inquieta en la que, como manantial, fluyen vertiginosamente las ideas, obligándole a un incesante juego de pensamientos y conceptos donde las comparaciones y metáforas enriquecen a una mente fecunda ... ». Pura crítica literaria. A mí suelen hacerme malas críticas y buenos horóscopos. Antes lo hubiera preferido al revés. Ahora me da, igual, no porque uno esté de vuelta de nada (conmigo, lectores, de ¡da hacia todo), sino porque sé que el horóscopo y la crítica literaria son la misma cosa: dos formas decaídas, deterioradas, sacerdotales, arcaicas y pseudomágicas de diagnosticar/ hibernar a un hombre. Me niego a no tener más libertad que el espacio acotado de mi signo Tauro o el espacio acotado y escaso, tipográfico, que quiera concederme un crítico.
Críticos literarios, políticos y astrólogos son las tres últimas razas sacerdotales que pretenden albacear nuestra libertad. Según eso, mi habilidad literaria, digamos, me la otorga un crítico mal pagado, mi libertad esencial, existencial, fatal, me la concede Suárez, como si yo fuera Garaikoetxea, y m destino, que seguramente es mi carácter y no otra cosa, como ya viera el astrólogo /crítico literario Nietzsche, mi destino me lo otorga Tauro, una viñeta tipográfica que no está en el cielo, sino en el archivo de un horoscopista que cobra por colaboración. Antes del Libro de estilo, efe, cuando el reporterismo salvaje del franquismo, el horóscopo del periódico se le dejaba siempre al más tonto de la redacción. Aún no habían aparecido los astrólogos diplomados. Yo pido a los mass/media que las críticas de mis libros me las hagan los astrólogos, que siempre me ponen bien, y que los horóscopos me los haga el crítico literario, a ver si así hay alguien que lea al crítico. «Grande es su poder analítico, crítico y observador», dicen de mí Héctor y Karin. Si eso lo firma un crítico de libros en Los Cuadernos del Norte, me lleva a la Academia o a reinar entre el pasotismo letraherido de El Sol. Crítica, política/poder y astrología son las tres últimas Iglesias que nos amedrentan. Porque la Iglesia propiamente dicha, como le explicaba yo el otro día a Markham, no creo que esté mandando y templando hoy en España tanto como se dice, sino que, como la cosa se va a la derecha por sí misma, la Iglesia, madre y maestra, aprovecha el viaje.
La otra tarde, en la presentación de un libro, Aranguren habló bellamente sobre la emocionalidad del marxismo y la fascinación de sus heterodoxias. El vacío de poder dejado por Stalin en Rusia, por el cardenal Segura en España y por Roland Barthes en Europa, han venido a llenarlo los falsos profetas del horóscopo literario y el horóscopo hebdomadario. A mí me molan.
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