El matrimonio civil de lós sacerdotes
Asistía a la celebración de un miitrimonio en una iglesia moderna y funcional. Una reflexión, cargada de tristeza, llegó a mi mente mientras miraba a los novios que se casaban en aquel momento. Ellos, rodeados de innumerables amigos, familiares, testigos y curiosos del barrio. La iglesia, abarrotada de gente, que tenía puestos los ojos en la pareja feliz.Mientras presenciaba todo esto, me decía a mí mismo: « ¡Qué triste, Señor! ¡Qué triste!» Este pensamiento, que cambió mi estado de ánimo, no se refería a la boda que se celebraba y que estaba rodeada de felicidad. Me estaba acordando de otra boda, la de un sacerdote ante un juez del Estado, en una habitación grandes y fría, con algunos muebles destartalados. Un cuadro del Rey presidía en las paredes descascarílladas del improvisado salón. Todos muy serios. Los pocos familiares revelaban una tragedia en sus rostros. Cuatro palabras en una ceremonia simple y vuelta a la calle con los vestidos de un día corriente de fiesta.
Para los curiosos que estaban fuera, el sacerdote era un traidor o un mujeriego. Ella, una lagarta que se había ingeniado para cazarlo. Los familiares, enrojecidos, sufrían las miradas de compasión, por un lado, y de desprecio, por otro. Nadie se atrevía a levantar la mirada del suelo.
¡Qué triste, Señor! Que esto tenga que pasar a un sacerdote que ha sido testigo de tantos matrimonios felices. Y todo por la intransigen cia de la Iglesia jerárquica, que pre dica los derechos humanos de los hombres, pero se los niega a sus más íntimos colaboradores. Es triste que se tenga que llegar a esta situación contra la voluntad de los propios contrayentes, que siguen siendo cristianos y tuvieron que optar por el matrimonio civil como la única solución para realizar su felicidad. ¿Se puede considerar madre a la Iglesia, que niega a sus hijos algo tan fundamental como la libertad? ¿Hasta qué punto la postura de Juan Pablo II, al congelar los permisos de secularización, revela una actitud cristiana de amor y comprensión? ¿Por qué un Papa cierra las puertas que otros papas habían ya abierto?
Este sacerdote, seguramente, se distrajo en la simple ceremonia de la que era objeto. Por su mente pasarían las bodas que él presidió, las gentes con rostros felices, los novios agasajados y felicitados, el arroz como símbolo de la fecundidad y los tradicionales gritos: «¡Vivan los novios!». Después, las fotos en la iglesia o en el salón. Más tarde, la cena y el baile. La sociedad acoge siempre con alegría cada matrimonio que se celebra. Pero el suyo, su matrimonio, estaba rodeado de cierta tristeza, aunque con la felicidad de haber roto definitivamente las cadenas que le ataban a una Iglesia en la que se veía incómodo.
¡Qué triste, Señor! Y todo porque se le niega al sacerdote la condición de un ciudadano normal. Un ciudadano que ha cambiado de profesión, como tantos otros lo hacen en la vida cuando no se hallan córmodos en la suya o marchan mal los negocios. Pero con una diferen
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