Un adelantado de la historia social: Juan Díaz del Moral
Cualquier estudioso de la historia sabe que el año 1929 constituye una fecha clave para nuestra disciplina porque en él aparece la revista Les Annales d'Histoire Economique et Sociale, dirigida por los profesores Lucien Febvre y Marc Bloch, que asestará un golpe decisivo a la historia episódica del tiempo de nuestros padres y abuelos y abrirá la transición entre la historia-relato y la historia como problema a comprender y explicar. Sin embargo, son muchos menos los que saben que ese mismo año tiene también que marcarse con piedra blanca en la historiografía española (y particularmente en la historia social) porque en él ve la luz la obra de don Juan Díaz del Moral Historia de las agitaciones campesinas andaluzas. Córdoba, que publicó entonces la editorial Revista de Derecho Privado.Don Juan Díaz del Moral, nacido en Bujalance en 1870 y notario de Bujalance (por oposición ganada en 1898), discípulo de Federico de Castro y de Giner de los Ríos -también lo fue de Sales y Ferré en la Universidad de Sevilla-, amigo de Ortega y Gasset, no era un notario al uso de la España rural y caciquil; todo lo contrario. Diríamos que era de esa estirpe de notarios que en nuestra edad de plata de la cultura hemos tenido, como Joaquín Costa, Julio Senador o Blas Infante, que han levantado acta del drama de nuestras tierras.
Pero con ser mucha la calidad intelectual de Díaz del Moral y la amplitud de horizontes de quien, por un lado, tocaba los terrones de los olivares cordobeses y, por otro, no perdía el contacto de sus amigos de la Institución y de Revista de Occidente, la significación de su Historia desborda ampliamente esos niveles; dicho lisa y llanamente: no se pueden escribir dos cuartillas sobre historiografía social española sin hablar, no una, sino varias veces, de don Juan Díaz del Moral. Ciertamente, don Manuel Núñez de Arenas había publicado en 1916 sus Notas para la historia del movimiento obrero español, de tono universitario y científico, como apéndice al libro de Renard Corporaciones y sindicatos, y Bernaldo de Quirós -tras su viaje a Córdoba con la comisión del Instituto de Reformas Sociales en 1919- publicó su importante ensayo sobre El espartaquismo agrario andaluz, en el volumen XVIII de la Revista General de Legislación y Jurisprudencia. Ambos trabajos siguen siendo de gran valor referidos a su tiempo, pero la obra de Díaz del Moral significará un giro copernicano en nuestra historiografía, y, lo que es aún más importante, sigue teniendo actualidad y es de cono cimiento insoslayable. ¿Por qué? En primer lugar, porque eleva a la categoría del conocimiento histórico a los hombres del trabajo y a las organizaciones por ellos mismos creadas (en esto es común a los trabajos citados de Núñez de Arenas y de B. de Quirós, y también a las obras testimoniales de A. Lorenzo y J. J. Morato, que son, -más que nada, fuentes de primera mano); pero en el trabajo de Díaz del Moral se va directamente a las bases del movimiento obrero agrario. Su peculiaridad, de la que hoy tenemos todavía que aprender, es que no se limita a la actividad de los órganos de dirección y fuentes que tratan de ellos (actas, correspondencia, informes oficiales, prensa, etcétera), aunque también lo haga y exhaustivamente, sino que toma documentos y testimonios de las «sociedades» y «centros obreros» de cada pueblo, de los trabajadores sencillos y de su comportamiento. Todos sabemos que aún en nuestros días el estudio histórico y de praxis y mentalidades a nivel de militante de base es uno de los problemas más difíciles para construir una verdadera historia del movimiento obrero. Y el trabajo de Díaz del Moral está tan impregnado de esta autenticidad de base que, con razón, señalaba su nieto, don Antonio Tastet Díaz, que, trancrienbiendo un mismo debate entre propietarios y obreros, donde Bernaldo de Quirós pone en boca de un campesino, al replicar a un patrono, la expresión «el sindicato tiene un azadón a la disposición de usted», Díaz del Moral transcribe: «Y yo tengo una asá pa usté.»
En segundo lugar, Díaz del Moral aborda el tema con el máximo acopio de fuentes, irreprochablemente trabajadas con la pulcritud del erudito. La historia social adquiere así lo que llamaríamos sus títulos de «ciudadanía científ ica». La conjugación de fuentes documentales (incluidos los archivos del Gobierno Civil, de tan dificil acceso), de los testimonios directos y de la experiencia personal hace de la parte central del libro un ejemplo, pocas veces igualado, de exposición de un tema monográfico
En tercer lugar, Díaz del Moral tiene el rigor metodológico de estudiar el objeto de conocimiento propuesto dentro de su entorno; por eso su estudio se integra en el del movimiento obrero internacional y español, para lo cual no se dispensa de acudir también a las fuentes de primera mano. Así sucedió que cuando fue a la biblioteca Arús, de Barcelona, para trabajar sobre la federación de la Primera Internacional en España (y allí se leyó los dos libros de actas manuscritas y los ocho tomos de comunicaciones y circulares de los tres Consejos y de la Comisión Federal), el director le dijo que, aparte de los catalanes, sólo tres investigadores incluyendo a don Juan- se habían tomado la molestia de hacer esta consulta.
En resumen, no se sabe qué admirar más, si el gesto, raro entonces, de escribir la historia de los hombres que siempre habían carecido de ella, o el nivel de método), erudición a que se hace. Díaz del Moral se orienta también a considerar las bases estructurales de la historia por medio de sus vinculaciones con la geografía, en la línea de Vidal la Blance y de Lucien Febvre. Sin duda que en la óptica de nuestro tiempo se pueden echar de menos en esta obra datos cuantitativos de estructura y coyuntura económica, niveles de vida, etcétera, pero a Díaz del Moral hay que situarlo en su tiempo, y cuando escribe su obra, en 1923, la historiografía ignora todavía el uso del instrumental cuantitativo. Por la misma razón, una crítica de las tesis «milenaristas», como la hecha por Temma Kaplan, puede tener plena validez en nuestro tiempo, sin que ello empañe el inmenso valor de la aportación del notario de Bujalance. Aquellos para quienes la historia es nuestro oficio cotidiano sabemos bien lo que debemos a la obra de Díaz del Moral. Durante años hemos enseñado a nuestros alumnos, en cursos y seminarios de nivel de investigación, la obra de don Juan, así como su ejemplo de honestidad intelectual y de entusiasmo.
Díaz del Moral también fue protagonista de la historia. Afiliado desde el primer día a la Agrupación al Servicio de la República, dirigida por su amigo Ortega y Gasset, fue con ese carácter diputado por Córdoba, en cabeza de la candidatura republicano-socialista, en las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931. Su actuación, primero en la Comisión Técnica de Reforma Agraria y luego presidiendo la Comisión Parlamentaría con el mismo fin, alcanzó una importancia que es preciso valorar. No podemos ahora extendernos en estos aspectos ni en el examen de su concepción encaminada a la expropiación de tierras de la nobleza, partiendo de las propiedades de aquellas familias que fueron privadas de señorío jurisdiccional por las Cortes de Cádiz el 6 de agosto de 1811 (línea básica que en el orden teórico fue compartida por Azaña). Moderado en otros aspectos, escrupuloso por razones jurídicas en cuanto a las evaluaciones e indemnizaciones de tierras a expropiar, don Juan terminó por dimitir el 25 de agosto de 1932. Sin embargo, participó en la asamblea autonómica de Córdoba de 1933; en 1936, a título estrictamente individual, apoyó en Bujalance la candidatura del Frente Popular. Tres años después, el hombre que tan respetuoso fuera para con los bienes de los demás, fue expoliado de los suyos. Hoy han transcurrido 32 años de su muerte; su Historia de las agitaciones campesinas es universalmente conocida; pero todos debemos a su memoria un agradecimiento que hemos creído necesario expresar. Por eso vamos a reunirnos en Bujalance y en Córdoba, del 20 al 27 de abril, historiadores y sociólogos, economistas, antropólogos, expertos en cuestiones agrarias, etcétera, no para oficiar un rito protocolario, sino para honrar a Díaz del Moral de la única manera posible: trabajando, intercambiando ideas y proponiéndonos nuevas realizaciones intelectuales con el mismo espíritu abierto, desinteresado y científico que inspiró toda su obra.
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