Abril en Florencia
He visto brotar abril en Florencia. La primavera toscana, tímida todavía, tiene sin embargo un peculiar esplendor. Dicen que fue la luz difusa y dorada de este valle la que despertó en los residentes el amor colectivo a la belleza y a las artes, y la búsqueda incesante de nuevos cánones en la estética representativa. La historia de esta ciudad casi puede resumirse en la gloriosa aventura de ese reiterado descubrimiento. Aquí nacieron, en extraña e impresionante simultaneidad, la lengua italiana, la poesía lírica, el paisaje como estado del alma, la resurrección de la olvidada cultura clásica y la pintura y la es cultura de los tiempos modernos. También surgieron la letra de cambio, la banca, el mecenazgo, el Estado protagonista, la burocracia oficial de los funcionarios y la crítica política con Maquiavelo y sus seguidores. Todo ello en un período de tres siglos y en un entorno limitado de unos cientos de leguas. Parecería que hubiesen concurrido de pronto muchos factores diversos a formar una encrucijada o se hubieran tejido los hilos de lana multicolores, entrelazándose, de golpe, en un tapiz.Dicen que Leonardo pintaba aquí a sus retratados, en la deliberada penumbra del taller, para mejor estudiar su psicología en el ambiente del claroscuro. Es posible que fuera así, porque el genio suyo parece, dentro de lo extraordinario, un espíritu ambivalente y tenebroso. Pero la gran novedad del arte florentino no fue la penumbra, sino la liberación de las formas. La emancipación de la rigidez oriental bizantina, simbólica y congelada, en el arte del pincel y de la talla. Giotto, y en mayor medida Masaccio, que muere de hambre ignorado, a sus veintiséis años, en Roma, trajeron al fresco, a la tabla o al lienzo la profundidad del ambiente y el respeto a las siluetas de la realidad. Donatello lo hizo en la escultura, sacándola de la servidumbre del relieve y de la sujeción auxiliar a la arquitectura. El David es el cuerpo juvenil del hombre rescatado de su secuestro. Desde el final del imperio romano, era la primera vez que un desnudo masculino se modelaba en su integridad para recordar a las gentes que allí estaba la medida de todas las cosas.
Florencia es ahora el teatro de un gran acontecimiento cultural, auspiciado por el Consejo de Europa. Una exposición simultánea de la segunda «Era de los Médicis», la que presencia el triunfo del barroquismo y la que vio el nacimiento del gran Ducado de Toscana, alcanzado, por fin, después de la tesonera lucha de tantas generaciones, por Cosme I de Médicis, al que Benvenuto Cellini cinceló con su implacable rostro de hombre de Estado, astuto, violento, cruel y duramente eficaz para las cosas de gobierno.
El retrato de una dama española anuncia, a tamaño de poster, el certamen, que se compone de no menos de ocho muestras complementarias que tratan de ofrecer otras tantas vertientes de lo que fue aquella agitada y fecunda época del siglo XVI. Es la figura de melancólica dignidad, un tanto hierática, de Leonor de Toledo, mujer del Gran Duque Cósimo e hija del virrey de Nápoles Pedro de Toledo. El Bronzino, pintor de la corte, la retrató en forma elegante y minuciosa. Dicen los florentinos que se recreó el artista de tal manera en la fidelidad detallada de los brocados, de los rasos y de los damascos de la indumentaria, que pareció desdeñar la fisonomía de la arrogante mujer castellana que posaba ante él. Las exposiciones múltiples sintetizan ahora, en forma monográfica, la inmensa complejidad de la segunda era medicea, la que se inicia en 1537 y se convierte en aliada política y militar del Imperio de Carlos V. Hay exhibiciones de coleccionismo, de cultura religiosa, de comercio y economía, de arquitectura y entorno, de primeras ediciones de la imprenta europea, de ciencia y educación. Particularmente impresionante es la dedicada a la magia y alquimia de la época, con centenares de obras y de objetos, y dos soberbios tapices, procedentes de la catedral de Toledo y de El Escorial, con símbolos astrales en su abigarrada composición. La astrología de los cielos y la ciencia esotérica de los números fueron práctica habitual de la Corte de los Médicis, y si Pico de la Mirandola escribió tratados sobre la materia, llegó también hasta el Vaticano, con los Papas de la familia, la inclinación hacia ese gran caudal del pensamiento renacentista empeñado en adivinar por la vía irracional de la cábala el indescifrable misterio del mañana de cada hombre. Di doman non c'e certezza cantaba, en sus estrofas, Lorenzo el Magnífico. Curiosamente, es esta exposición, la de la magia astrológica, la que atrae millares de visitantes, en su mayor parte jóvenes de ambos sexos, con sus atuendos hippicos y su aire peludo y desmadejado.
Florencia la moldearon los Médicis ejerciendo el poder con lo que luego se llamó el despotismo ilustrado. Fueron gobernantes absolutos, al uso de la época, pero templados por el respeto a los valores de la cultura, que comportaba un sentido de libertad intelectual. No eran aristócratas de linaje, sino comerciantes enriquecidos, enemigos de la oligarquía de los «grandi» que habían dominado antaño la señoría con su poderío nobiliario. Los Médicis representaron la revolución burguesa y el advenimiento de la clase mercantil al gobierno de la ciudad, que era, por otra parte, republicana de corazón. De comerciantes pasaron a banqueros, primero locales y después internacionales, desplazando a los usureros y cambistas, que habían desnaturalizado el negocio con sus abusos y su irregularidad. En el siglo XV ya eran los primeros banqueros de Europa por la seriedad en los compromisos y la flexible instrumentación del crédito cambiario. No hubo guerra, ni reino, en la Europa de esa época, en los que no existieran, de por medio, préstamos de los Médicis.
La acumulación de los beneficios fue inmensa, y la riqueza de la familia, proverbial. Si, de una parte, el dinero les sirvió de escabel decisivo para lograr el poder político, en otro aspecto fueron los creadores del mecenazgo moderno. Desde un comienzo tuvieron la noción de que la cultura era una escala de valores imperecederos. La línea de apoyo y estímulo a los adelantados del arte y de la ciencia tuvo en los Médicis una rara y constante fidelidad. Desde el primer «padre de la patria», Cosme el Viejo, nacido en 1389, hasta Ludovica, con quien se extingue, en 1743, la dinastía, hay una vinculación del mecenazgo con el poder, lo que produce al cabo de tres siglos la más estupenda concentración de obras de arte que conoce el Occidente. Bienes de valor, calidad y rareza incalculables. Todavía hoy, a fines del siglo XX, el mayor activo de Florencia es el inmenso tesoro que allí contemplan cada año millones de visitantes de todo el mundo, que son la renta primordial de la economía toscana y lo que la hace sobrevivir a las crisis y depresiones universales.
Y junto al inventario de las formas estéticas de la ciudad está la Florencia de los recuerdos: Galileo, el Dante, el magnífico Lorenzo, Boccaccio, fra Angélico
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vivieren, poí ejemplo, en la colí na en que estas líneas escribo y desde la que se domina el recinto de la ciudad. Los paisajes toscanos imitan a la perfección la lejanía azul de sus pintores primitivos. Los afilados cipreses definen el contorno de los caminos y de los huertos. El pinar añade verdes copas a. la oscura crestería picuda. Los olivos grises reverberan al sol en lasbreves laderas. Las vides trepan por el rodrigón, ansiosas de luz, en el vecino lugar de Chianti. Todo es moderado y nente. Pequeño y ordenado. Como un microcosmos ideado para que en él brotase la armonía de las fórmas y el libre comercio de las ideas. Los clásicos grecolatinos resucitaron en Florencia con las nuevas relecturas que se hicieron en las bibliotecas, academias, tertulias y reuniones que congregaban a los espíritus más avisados y selectos, y en la Universidad de Pisa, que se convirtió en el centro fundamental de la nueva enseñanza.
Durante los años que precedierona la caída de Constantinopla en poder de los turcos, en 1453, los Médicis de la primera generación habían salvado en un colosal esfuerzo de rescate cultural muchos millares de manuscritos griegos y latinos que compraron a través de agentes y enviados especiales y que hubieran desapa.recido por tratarse de ejempliares únicos en muchos casos. Las sumas pagadas por estas adquisiciones fueron tan considerables que pusieron en peligro la fortuna de la familia. De esa ingente tarea que hizo posibles las bibliotecas florentinas de Cosme el Viejo y de Lorenzo el Magnífico salió en gran parte el Renacimiento -y, por supuesto, la Reforma-, al divulgarse esos trascendentales hallazgos por la invención de Gutenberg, ocurrida a los pocos años. Fue uno de los episodios decisivos de la Edad Moderna y dela historia del pensamiento europeo. Y tuvo como escenario este pequeño valle toscano.
El alcalde de Florencia, que era antes democristiano, es hoy eurocomunista y preside las se siones del gobierno municipal en la imponente sala de¡ Dugento, enmarcado entre tapices renacentistas cuyos artesonados dibujó el Bronzino. El eurocomunismo italiano, como el «compromiso histórico», podían haber nacido también aquí, donde el pensamiento político giraba sin cesar en busca de fórmulas nuevas que justificaran los actos del gobernante más que la intención moral de los mismos.
En el pueblecito de San Casciano, a poca distancia de Florencia, se enseña la casa en la que escribió, en el silencio de las noches, Nicolás Maquiavelo las páginas del best-seller político de la época. Francis Bacon dijo del secretario florentino arquetípico que debemos agradecerle que en el Príncipe, compendio del cinismo pragmático de los hombres de Estado de la modernidad, no explicó lo que éstos «deben hacer», sino lo que en realidad «hacen». Por eso las leyes de ese libro son amorales, como las de la física o las de la economía. El maquiavelismo no es un código de conducta ética, sino un frío análisis de motivaciones. Esa es quizá la razón de su perenne actualidad.
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