Por primera vez un Papa confiesa a los fieles
El Viernes Santo, la basílica de San Pedro vivió un momento de incredulidad. Un niño de doce años salió de un confesonario « diciendo: «¡Me ha confesado el Papa!» Sus padres le riñeron: «Acabas de confesarte y ya estás diciendo mentiras.» Pero el niño tenía razón: en el primer confesonario de la izquierda, entrando por la puerta principal, estaba confesando Juan Pablo II en persona. Apenas se esparció la noticia, se formó la cola en el confesonario papal.
El Papa había bajado de sus palacios apostólicos a las doce en punto. Para que no le reconocieran iba envuelto en una gran capa negra. Entró en el confesonario que normalmente usa el penitenciario polaco, padre Flaviano Slominski, el cual habla cinco idiomas y al que recurren muchos de los peregrinos extranjeros. El Papa, que habla perfectamente casi veinte lenguas, no tuvo problemas para escuchar las confesiones.Estuvo confesando como un cura cualquiera durante una hora y media, hasta que su secretario le sacó para que comiera porque le esperaba «una jornada dura de trabajo». Era la primera vez que, en los últimos siglos de la historia de la Iglesia, un Papa se metía en un confesionario de incógnito.
¿Por qué Juan Pablo II ha querido hacer un gesto tan insólito y espectacular en una jornada tan significativa como el Viernes Santo? Lógicamente, no se ha tratado de un gesto publicitario, sino más bien de una decisión muy pensada. EL PAIS ha podido conocer la historia de esta decisión de Wojtyla. El 22 de noviembre, exactamente, el Papa había confiado precisamente al penitenciario de San Pedro, el religioso polaco Slominski, su grave preocupación por el duro ataque que después del Concilio Vaticano II se está haciendo en varias comunidades católicas del mundo a la práctica de la confesione privada, la cual empieza a ser sustituida por la llamada confesion comunitaria, es decir, la petición pública de perdón de los fieles durante la misa sin necesidad de recurrir al confesor para contarle detalladamente los pecados.
Desde entonces, el Papa estudiaba la forma de hacer un gesto público que indicase su firme voluntad de defender esta práctica de la confesión privada, que él juzga patrimonio indiscutible de la fe católica, a pesar de que muchos teólogos afirmen que no existía en los primeros siglos del cristianismo y que fue introducida sólo más tarde.
El Papa estaba haciendo el ejercicio del Via Crucis con sus colaboradores, en las terrazas de sus palacios, la mañana del Viernes Santo, cuando decidió bajar a San Pedro y ponerse a confesar. De hecho, P. Slominski fue advertido sólo diez minutos antes para que dejara libre el confesonario porque lo iba a utilizar el Papa. El primero que se quedó pasmado fue el penitenciario y amigo de Wojtyla.
Los observadores subrayaron ayer que un gesto así es más claro que cien encíclicas y que supone una buena hipoteca para aquellos obispos y sacerdotes o teólogos que hoy discuten sobre la necesidad de la confesión privada.
Respondiendo a una serie de noticias que empezaban a correr en la prensa italiana sobre una hipotética leucemia de Juan Pablo II, ayer, el Vaticano, publicó un desmentido oficial. Afirmó la nota del director de la sala de prensa, padre Panciroli, que, consultadas las fuentes oficiales, se declaraba que no respondían a la verdad las noticias sobre una grave enfermedad del Papa que le obligaba, según habían escrito algunos diarios" a hacerse transfusiones de sangre periódicas.
En realidad, todo nació de una página de la última biografía de Wojtyla, escrita por su amigo el sacerdote polaco padre Malinski, el cual afirma que, de joven, el Papa sufrió de mononucleosis y que los médicos, para evitar complicaciones, le aconsejaron que hiciera mucho deporte. Malinski habló de este hecho más que para dar importancia a la enfermedad, para explicar el origen de la vocación deportista de Juan Pablo II. La nota vaticana ha querido también salir al paso de un largo artículo que, al parecer, tiene preparado el semanal L'Europeo, sobre esta «oscura enfermedad del Papa».
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