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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los tartufos de Semana Santa

MIENTRAS EN el Congreso se celebraba el debate, con casi unanimidad, sobre la libertad religiosa, nuestras autoridades dictaban por su cuenta, y tal vez por sus razones personales, unas disposiciones sobre espectáculos en Semana Santa que, sin necesidad de ninguna profundización en el tema, parecen fruto exclusivo del tartufismo: la prohibición de toda clase de espectáculos donde aparezca el desnudo total. Cuando Molière escribió El tartufo supo muy bien representar el personaje en un seglar, y no en un hombre de Iglesia, ni menos en la Iglesia misma (lo cual no le evitó persecuciones). El tartufismo no ha cesado de anidar y de producir crías. La confusión del desnudo en el cine y el teatro con la costumbre anual de la meditación religiosa de los creyentes sobre la Pasión sólo puede ser fruto de cerebros pequeños o amañados. Toda una gran farsa de Semana Santa se está celebrando en el país: la efemérides ha tomado un carácter lúdico. Las gentes corren hacia el campo, la playa y la montaña, se instalan en unas vacaciones improvisadas y van en clamor de fiesta. Se han suavizado los ritos, incluso los ayunos: potaje, bacalao y torrijas no son una penitencia, sino un estímulo para la gula. Nadie, sin embargo, se opone a esto en razón de que estas fechas significan el martirio, pasión y muerte del fundador de una religión de la que se sienten representantes: significaría ponerse frente a una estamida, y nuestros tartufos -por lo que se ve- no están locos. La estampida sucede, las gentes manifiestan la alegría bulliciosa que el español siente solamente cuando abandona el trabajo, los cocineros afinan la preparación de la suculenta vigilia, las playas se llenan de cuerpos al sol en un merecido descanso del español trabajador; pero, eso si, nadie puede ver espectáculos con desnudos. Sin discriminación. Si se descuidan, hasta tapan en el Prado los cuadros de Rubens o de Goya.El odio al desnudo es un sentimiento arcaico y supersticioso que, asombrosamente, sigue brotando en cuanto una ocasión da pretexto; y aunque no lo dé, como en ésta. Y mientras los desnudos se prohiben, sigue habiendo espectáculos con todo tipo de excitaciones verbales con cualquier posible morbo interior; con la violencia, con la provocación incluso. Y quede claro que no hablamos de ellos. con la intención de que sean también prohibidos, o prohibidos en lugar de los otros, sino como prueba de lo que resulta una incongruencia moral y una estupidez intelectual. Pero quizá no lo sea tanto. Porque lo que el poder político quiere es quedar bien ante quienes supone que pueden ser sus protectores. Suponemos que se habla de los amantes de la dignidad en el vestir.

Como era de esperar, la televisión corre detrás de esta gran ocasión que se le presenta y hace una modificación a fondo de todos sus programas para esta semana. Podría su tartufo de turno decir que es su manera de entender la libertad religiosa: si la hay para todos, la hay también para él, y elige esa extraña forma de religiosidad que es la de variar ligeramente el contenido de una pantalla que, en realidad, debería estar siempre teñida de morado, por su capacidad de difusión de la pena. Sólo que la libertad de la televisión debería ser siempre la del que la contempla o tiene el albedrío de apagarla cuando ello contradice sus lícitos sentimientos, y no la del que la programa. No parece que esta pequeña dictadura favorezca a la verdadera mentalidad religiosa, ni siquiera a la Iglesia. Favorecerá, en cambio, las maniobras y andanzas de los tartufillos de Semana Santa, que algo van a obtener a cambio de su ucase, de su rancia piedad, de su entrega al arcaísmo. En España el arcaísmo siempre compensa. Y últimamente viene poniéndose de moda.

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