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El Salvador, entre el "gorilato" y la revolución

Los 2 1.000 kilómetros cuadrados de El Salvador lo convierten en el país americano más poblado, con 4.200.000 habitantes, dedicados mayoritariamente a la agricultura. Café, algodón y azúcar son las producciones dominantes en el país, cuya ganadería es igualmente extensa. Con excelentes vías terrestres de comunicación, sus puertos son los mejores de Centroamérica. Los abundantes ríos le otorgan un poder hidroeléctrico notable y en las ciudades existen cinturones industriales que han impulsado el desarrollo de este sector económico en los últimos años.Su estructura social consta de un sector mayoritario de campesinos -un 60% de la población-, una capa cada vez más amplia de obreros industriales -buena parte de ellos trabajadores en las presas hidroeléctricas-, una endeble clase media urbana de profesionales y técnicos, un sector de funcionarios y militares que abarca unas 30.000 personas y, por último, las denominadas catorcefamilias. Apellidarse Deinniger, Hill, Dueños, Virola, Ayau o García Prieto, significa en El Salvador ser miembro de una de las oligarquías más poderosas de toda América.

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El régimen militar de El Salvador es el que lleva ininterrumpidamente en el poder más años de cuantos regímenes componen los del mundo. Desde 1931 las catorce familias propietarias de la enorme riqueza cafetalera y algodonera del país, de las vías de comunicación de los transportes, las industrias intermedias, de la energía eléctrica, de la banca, han ido imponiendo sus candidatos a la presidencia salvadoreña en las personas de militares de alta graduación emparentados por la sangre y/o por el poder con aquéllas. Desde siempre, Washington pilotó la política de este país.

Café y apertura

Curiosamente, las etapas de apertura política en El Salvador han coincidido con algunas de las fases, económicamente más boyantes para el café en el mercado mundial. No obstante, han sido muy escasas. Después de la segunda guerra mundial, la coyuntura internacional resultó favorable para los cafetaleros, que toleraron la reforma de 1948 y que dotó al país de una serie de leyes socialmente avanzadas y de una de las cartas constitucionales más progresistas del continente. La operación había sido avalada por una fracción de las catorce familias, que consideraba necesaria una flexibilización institucional y jurídica en el país con miras a hacer despegar el desarrollo industrial salvadoreño. Al poco, el proceso se detuvo nuevamente. Dos bienios, 1956-1958 y 1958-1960 registraron tibias aperturas, sofocadas brutalmente por un ejército y unas fuerzas de seguridad pioneras en la elaboración y aplicación de la doctrina de la seguridad nacional, característica en toda Latinoamérica durante la década de los setenta.

Desde entonces, las oscilaciones políticas salvadoreñas han sido muy restringidas. Desde 1974, la represión siempre presente en El Salvador ha ido adquiriendo perfiles pavorosos. No existen controles de ningún tipo ante la represión militar, policial y de la extrema derecha, cuyas organizaciones son las de más solera de toda Latinoamérica. La inestabilidad política sacude al pueblo además con hambres cíclicas, al impedir un desarrollo continuo de los cultivos alimenticios para el campesinado.

Paralelamente, las organizaciones guerrilleras y, sobre todo, de masas, se han ido desarrollando en El Salvador, éstas con una estrategia de amplias movilizaciones campesinas y urbanas orientadas a conseguir reformas profundas en la estructura de la propiedad y en los mecanismos de distribución de la riqueza. El BPR. y las Ligas Populares 28 de febrero, son organizaciones con una fuerza creciente que saludaron el derrocamiento del dictador Romero el pasado mes de octubre por el golpe, de los coroneles Majano y Gutiérrez.

Le retiraron su apoyo luego, cuando la Junta de Gobierno demostró su impotencia para cumplir las promesas reformistas anunciadas, truncadas por un Ejército fascistizado que no obedece a los nuevos mandatarios. La represión contra los campesinos y los estudiantes ha sido mostruosa, cada día se recoge una media de cincuenta cadáveres de militantes de organizaciones populares.

La operación reformista de octubre, avalada también por Estados Unidos, ha fracasado. Esta es la lección a extraer de El Salvador. El aparato de Estado salvadoreño ha impedido la entrada de aires reformistas en el seno de un Estado monopolizado por catorce familias y vestido de uniforme desde hace cincuenta años. La dicotomía entre reforma y revolución parece encajonada en El Salvador, hacia esta ya casi irreversible segunda vía. Las condiciones específicas del país auguran una cruenta etapa para este pueblo, acostumbrado a sufrir un régimen al que los salvadoreños llaman expresivamente el gorilato. En las vecinas Guatemala y Honduras, los hechos no son muy distantes.

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