Una niña ex adicta a la heroína sacude la conciencia a los alemanes
La autora de Nosotros, los niños de la estación del Zoo, libro más vendido en la República Federal de Alemania durante los dos últimos años (casi medio millón de ejemplares), permanece en el anonimato, pero su historia ha apasionado a este país, hasta el punto de que ha pasado al cine, al teatro y a la programación radiofónica destinada a los chicos y chicas entre quince y veinte años.
El contenido de la obra responde a las confesiones de Christiane F., de quince años, drogadicta desde los trece, que logró superar su problema, y que hoy sigue un curso de librera y vive en una pequeña ciudad del Norte, cuyo nombre no se ha facilitado. Su rostro, popularizado por el semanario Stern, que difundió el libro, por entregas en 1978, recuerda al de Ana Frank en el anexo de Amsterdam. Ambas personalidades reflejan, salvando las distancias de problemas y situaciones, unos mismos matices: ingenuidad, sentido de la justicia, incomprensión y voluntad de lucha. Esto es lo que ha movido a padres y educadores a recurrir a este libro como eficaz auxiliar en su lucha contra la droga.Desde que Christiane F. abandonó la heroína han muerto en la República Federal de Alemania, primer país consumidor de esta droga en todo el mundo, más de 1.300 adictos, en su mayoría muy jóvenes. La policía estima que debe de haber unos 45.000 jóvenes adictos a la heroína. En 1976, el número de muertos por su efecto se limitó a veintinueve. El mismo año en que la autora de Nosotros, los niños de la estación del Zoo iniciaba el difícil camino de la recuperación, cuatrocientos chicos y chicas murieron en este país como consecuencia del consumo de heroína.
Los sociólogos ven en el caso de Christiane el prototipo de un importante sector juvenil de la antigua capital alemana. Christiane, buena estudiante, tan sensible que no podía contener las lágrimas cuando no era secundada por sus compañeros en sus pequeñas reivindicaciones escolares, repartía su vida entre su casa, la Gropiusstadt -una barriada-colmena que arroja el índice más alto de criminalidad juvenil berlinesa-, su instituto y la estación del Zoo. «En la Gropiusstadt ya no era noticia que alguien se drogara», escribía Christiane. Poco a poco, a medida que se incrementaba la dependencia de la droga, la chica fue haciéndose cada vez más asidua de la estación del Zoo, centro de confluencia de la delincuencia local y mercado de droga perfectam ente organizado, a pesar del control de la policía. Su amigo Detlef, que moriría por efecto de la droga, quiso seguir a Christiane en su camino de recuperación, pero no logró superar el problema.
«Con todos los gastos adyacentes para la compra de la droga», cuenta en su relato, «venía a salir por 4.000 marcos netos al mes. Ni un director de algo debe de ganar tanto dinero, pensé entonces. Y yo lo había conseguido con catorce años.» A la preocupación inicial de reunir fondos para adquirir el polvo, pronto siguió el terror de ver desaparecer a los amigos del reducido grupo en que se había insertado Christiane. Atze murió el 7 de abril de 1977. Dejó una carta a los demás animándoles a abandonar la droga. Lufo desaparecería un año después. Todos nuestros amigos se picaban. Tras el primer intento de recuperación, Christiane y Detlef se propusieron liberar a los otros. «Tenemos que contarles cómo marchó la cura. A lo mejor hasta podemos conseguir que también ellos se sometan a un tratamiento.» Sus amigos encontraron fabulosa la idea y dijeron que aceptaban, pero la dependencia del grupo fue más poderosa.
Dos años después, Christiane F. ha transmitido sus impresiones como autora de sus memorias. En una entrevista que publicará la edición alemana de Playboy el mes próximo, analiza,eufórica, las impresiones que ha ido acumulando: «En cada adicto he descubierto suficiente materia para cambiar de vida: basta que se le diga para qué vive. Y esto puede conseguirse si los padres demuestran a los chicos y chicas que ellos mismos saben lo que quieren.»
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