La Galaxia Brillante
Veo. por la lectura del editorial «El Sindicato de la Galaxia Brillante», del 16 de rnarzo. que no les agrada, ni poco ni mucho. la sugerencia lanzada por el señor Pedrol Rius, en orden a la creación de una unión profesional que viene a ser considerada por el ingenioso editorialista, proclive a sublimes retóricas y a anonadantes metáforas, como «un conejo ya talludo y conocido». También resulta ingeniosa y, sobre todo, original, muy original, la idea de prejuzgar que esa unión sería un sindicato amarillo, y es que los señores de EL PAIS, sobre todo de un tiempo a esta parte, son los grandes definidores de lo que es bueno o es malo, de lo que es democrático o es totalitario, utilizando el conocido juego de las descalificaciones a prior¡, propio más bien de un sectario maniqueísmo que de un verdadero talante liberal, pero esto del talante liberal es algo que no cuadra rnás que a los liberales, seres que no juzgan por ideas preconcebidas y/o por prejuicios, sino que pretieren siempre esperar a los resultados de una idea, de un propósito o de una empresa. Y es que «por sus obras les conoceréis».Si hubiese poseído esa concepción (que reconozco es tanibién. aunque noble, una servidumbre) de lo que es un razonamiento auténticamente liberal, el brillante editorialista, que por otro lado demuestra penuria de conocimientos históricos. no se hubiese anticipado a tachar de amarillismo al señor Pedrol y «a sus muchachos». ni tampoco a adjetivar a esa todavía por nacer unión como la gran central conservadora. y mucho menos a aventurar la profecía de que la unión profesional ha de tener su cabida. precisamente, en la derecha nada rnás que en la derecha.
Me refiero a que, para invalidar antes de que surja a la vida la unión, la enlaza con unos sindicatos católicos que, dice, haciendo gala de una increíble ignorancia de la historia, fueron intentados por la CEDA. Y rizando el rizo de lo absurdo y esperpéntico, los echa -siempre el editorialista, claro está- al infierno de la crónica negra política, porque uno de sus líderes intervino en el asesinato de García Lorca.
Me parece inconcebible que, a estas alturas, se descuelgue EL PAIS con esa tesis de que esos extraños sindicatos católicos no pasaron a la historia del sindicalismo porque uno de sus líderes -habría que probar que fuese, efectivamente, líder- cometió una felonía de trascendencia universal. ¿Se dan cuenta que de llevar seme- jantes teorías a sus lógicas
consecuencias en todos los campos apenas quedaría títere con cabeza en materia de organizaciones políticas, sindicales y asociativas en general, de cuantas existían durante la guerra civil y que, sin embargo, ahora, después de mil vicisitudes subsisten, persisten y florecen?
Lógica y congruencia que para combatir lo que no les guste no es necesario asomar la oreja del sectarismo y establecer conclusiones que nada tienen que ver con correctos silogismos y que, por si fuese poco, están en ayunas de contenido histórico.
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