Los Reyes de España inician mañana una visita oficial a Dinamarca y Holanda
ANGEL SANTA CRUZ.ENVIADO ESPECIAL,
Los Reyes inician mañana, lunes, una visita de Estado a los países europeos Dinamarca y Holanda, de cinco días de duración. Don Juan Carlos y doña Sofía llegarán a Copenhague a mediodía del lunes, a bordo de un DC-8 de la fuerza aérea española. Para este mismo día está previsto que los Reyes reciban a los principales líderes de opinión daneses y a los jefes de las misiones diplomáticas, y que asistan a una cena de gala ofrecida por la reina Margarita de Dinamarca.
«Hay pocos que tienen demasiado, y menos que carecen de todo.» La vieja canción danesa describe justamente la meta perseguida por sucesivos Gobiernos en Copenhague y que, ahora, por una situación económica especialmente difícil, queda un poco más lejos de lo que se vislumbraba en la dorada década de los años sesenta.Ni el más entusiasta de entre los daneses dejará de reconocer que persisten serias desigualdades sociales. Es evidente, sin embargo, que el reino más antiguo de Europa, que mañana recibe por vez primera, de forma oficial, la visita de unos monarcas españoles, ha sabido limar, a lo largo de los años, casi todas las asperezas de las sociedades capitalistas.
Desde la óptica española, los cinco millones de personas que pueblan la península y las 483 islas que integran Dinamarca han alcanzado cotas de bienestar difícilmente superables. Un equilibrio entre nivel económico -700.000 pesetas de renta per cápita, contra 300.000 escasas en España- y calidad de vida que sólo disfrutan un puñado de países en el mundo.
Por vez primera en muchos años, los daneses sienten hoy realmente amenazada su escalada hacia una sociedad opulenta. La crisis económica occidental se hace sentir agudamente en este diminuto país -la décima parte de España, sin contar la helada Groenlandia que carece de materias primas y basa su prosperidad en la eficiencia de su agricultura (220.000 personas producen para quince millones) y la capacidad técnica de su industria.
La atomización parlamentaria, favorecida por un sistema de representación proporcional «químicamente puro» y las difíciles relaciones entre el Gobierno y los sindicatos han conducido, además, a una situación de semiparálisis política de difícil situación.
El Gobierno socialdemócrata de Anker Joergensen, como sólo 69 de los 179 escaños del Folketing (Parlamento), tras las elecciones del pasado octubre, se debate entre el pacto de su legislación con partidos a su derecha y la enemiga de unos sindicatos que, con un millón trescientos mil afiliados, no están dispuestos a sufrir sin compensaciones una erosión de su poder adquisitivo.
En noviembre, y tras una devaluación de la corona danesa en un 5% (su cambio actual es de unas doce pesetas), el señor Joergensen propuso al Parlamento un ambicioso plan de crisis de 18 puntos. Sus elementos fundamentales eran una congelación de salarios, precios, dividendos, márgenes comerciales y tarifas públicas y privadas. A cambio, los sindicatos obtendrían un plan global de participación en los beneficios empresariales que serviría para la constitución de un fondo económico de los trabajadores a escala nacional.
No hubo mayoría parlamentaria. El país navega bajo un plan de crisis incompleto y los sindicatos se han quedado sin su esquema participatorio. Su poderoso líder, el señor Thomas Nielsen, bloquea la forzosa cooperación gubernamental con los partidos derechistas. La mayoría no socialista de un Parlamento con diez partidos torpedea, por su parte, el deseable entendimiento entre los socialdemócratas y su rama sindical.
Pocos daneses esperan el desbloqueo a corto plazo de esta situación. Cunde el descontento «porque estamos atravesando la peor crisis en muchos años y la combatimos pagando más impuestos y precios más altos». Economistas con los que he tenido la ocasión de hablar consideran inevitable una «cirugía radical», en forma de intervención del Fondo Monetario Internacional.
La economía es el tema favorito y obsesivo de conversación. No hay excepciones al pesimismo con que se mira 1980. Las previsiones más solventes indican que el consumo privado va a descender un 3%, la inversión pública, poco más o menos, y el desempleo puede llegar al 7%, 180.000 personas, aproximadamente. La inflación bordeará el 10%. El cuadro, dramático para los daneses, pero mucho menos para un visitante español, se completa con una enorme deuda exterior, alrededor del 20% del Producto Nacional Bruto, y un dinero que, al 18% de interés, resulta entre los más caros de Europa.
Nadie cree en Copenhague, sin embargo, que los malos tiempos vayan a significar la pérdida de lo conseguido durante decenios de trabajo duro y administración pública ejemplar.
Se asume que Dinamarca, como casi todos los países occidentales, se dirige a una reducción en su nivel de vida y a un recorte real de sus ingresos. Pero los daneses son muy conscientes de que su ficha sigue siendo la de unos individuos que disfrutan de servicios sociales eficientes (a los que se dedica más de la mitad del presupuesto nacional), mantienen una alta productividad y se benefician de un nivel educativo excepcionalmente alto.
El señor o la señora Petersen tienen, en el 60% de los casos, una confortable vivienda propia, cobran una digna pensión de vejez cuando cumplen los 67 años, viajan anualmente dos veces al extranjero -probablemente a España-, viven en una ciudad o pueblo racionalmente proyectado y tienen siempre cerca un médico y un hospital. La educación de sus hijos es gratuita y obligatoria hasta los dieciséis años.
A cambio de ello, el fisco danés entra a saco en el bolsillo de los contribuyentes. Uno de mis interlocutores en Copenhague es, un típico profesional de grado superior,joven, que trabaja para la empresa privada, vive en las afueras de la capital y está en el tren cada día a las ocho de la mañana, rumbo a su despacho. Su sueldo bruto, de unas 110.000 pesetas, se ve reducido izada mes en casi 50.000, es decir, el 45%, que el Estado detrae directamente de su sobre. El impuesto sobre el valor añadido (VAT) es actualmente en Dinamarca del 22%.
Por historia y tradición, los silenciosos daneses se han acostumbrado a vivir sin grandes sobresaltos políticos o sociales. Es algo que se respira en sus calles y se adivina en sus costumbres y hasta en sus horarios. Rara vez su país provoca titulares en los periódicos.
La actitud calmada y prioritariamente doméstica de Dinamarca sólo parece alterarse cuando es inevitable adoptar grandes decisiones. Una de ellas, la posibilidad de tener que alojar en su suelo misiles nucleares norteamericanos, estuvo a punto de provocar -una seria crisis política en diciembre. Dinamarca, convencido miembro de la OTAN desde 1949, pidió entonces a sus irritados aliados atlánticos una congelación durante seis meses de los planes occidentales, para dar tiempo a negociar con la URSS y hacer innecesario el despliegue de los Pershing II y los Cruise en el teatro europeo. Y ello a pesar de que tanto Dinamarca como Noruega se incorporaron a la organización atlántica con la condición de no ser bases de armamento nuclear ni de ejércitos extranjeros en tiempo de paz.
Otro de los temas candentes por resolver en Dinamarca es el de la energía nuclear. La falta de recursos energéticos propios -fuera del escaso petróleo y gas natural del mar del Norte- convierte la factura petrolífera danesa en una carga formidable, que este año superará en 80.000 millones de pesetas la de 1978. El Gobierno ha elaborado un plan de siete años (1978-1985), al costo de 450.000 millones, para diversificar sus abastecimientos energéticos. Y de ese plan forma parte esencial la opción nuclear.
El Gobierno Joergensen convocará un referéndum nacional, probablemente en 1981, antes de autorizar la construcción de plantas atómicas. Para los daneses, con una de las legislaciones anticontaminantes y conservacionistas más estrictas del mundo, tan evidente y penosa es su dependencia energética exterior como necesario preservar de la radiactividad sus campos y ciudades. Y si bien es cierto que los resultados de la consulta popular no serán vinculantes para el Gobierno, pocos dudan que un no a la energía nuclear sería un golpe mortal a los planes expansivos de la pujante industria danesa.
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